La Economía del “Pueblo”

Por décadas hemos escuchado la acepción de “pueblo” como algo que relaciona la concepción de gobierno y gobernados, como algo que estrecha un vínculo de identificación y automáticamente enlaza un sistema de cobertura, de protección, un manto...

3 de mayo, 2021

Por décadas hemos escuchado la acepción de “pueblo” como algo que relaciona la concepción de gobierno y gobernados, como algo que estrecha un vínculo de identificación y automáticamente enlaza un sistema de cobertura, de protección, un manto verbal que vela por la desprotección y el abuso. Es curioso observar que la recepción de “pueblo” en el supuesto pueblo, jamás ha redimido una sola causa bajo el esquema social. Jamás en la historia del pronunciamiento que privilegia un sentido social doctrinario, ha resultado benéfico para la población a la que va dirigido este mensaje redentor. O sector de la población, podríamos reorientar esta aseveración.

Como pretenda contemplarse, el Socialismo que difunde este mensaje, como lo conocemos y conocemos sus pasos en la historia, es una doctrina basada en la recolección de voluntades para expresarlas con una sola voz y una sola guía. De esa voz se desprendería la interpretación de todas las sensaciones y pulsaciones de lo material que nutre la subsistencia colectiva. La comuna se desechó por improcedente y por atentar a la progresión y escala de la ambición individual. El Socialismo interpretó el vacío de una comunidad y la insatisfacción individual para ubicar satisfactores si no comunes, aspiraciones, que en el marco de recepción del individuo, acercaban la tentadora oferta de los grupos de poder.

En todas las sociedades, inevitablemente surgen las preponderancias y los liderazgos. Es en estas circunstancias en donde las voces arrolladoras de los fenómenos sociales hacen o crean una conciencia imaginaria de redención. Si las cosas que controla el capital en la eterna búsqueda de la permanencia dan un tropiezo, sea por la competencia, sea por mercados o sea por inoperancia de los costos, se inserta la voz que alienta la intemperancia y el reto. Es en ese momento en donde surge el lenguaje que trastoca el estricto orden económico para suplirlo por la tersura y aparente suavidad de la cobertura social, la misma que nunca cumple por adelantar los beneficios al costo de la interrupción de los factores de producción.

Así ha sido en la historia moderna, así ha sido origen y destino de la llamada lucha social. No podemos confundir, ni debemos, las reglamentaciones y derechos del trabajador en la historia moderna, la protección sindical y beneficios que ha otorgado el orden jurídico y la legislación. La lucha social en la gran mayoría de las rebeliones que enarbolan preceptos de igualdad y otros de sustitución de fuerzas productivas, no contemplan el verdadero sustento y ritmo de la creación de riqueza. La igualdad es imposible cuando las economías progresistas han estimulado el conocimiento y el talento creativo para multiplicar el beneficio del orden de las ideas y multiplicar la calidad y precio de los satisfactores.

La igualdad es una concepción filosófica que nutre la percepción y aspiración de mejora en calidad de vida y condiciones de libertad. Sin esta última jamás existiría una percepción de igualdad y circunstancias de mejoría individual y colectiva. El Socialismo confunde el llamado a la igualdad con la pérdida de escalas muy por encima de la organización de grupos que claman la desestimación de logros consolidados en el trabajo y en la especialización. En otras palabras, el Socialismo llama a la regresión, a la sumisión del capital y del avance económico para situar sus conceptos en la dispersión del capital acumulado. Llama a la injustificada manutención de manos rebeldes y ociosas para llenarlas del despojo de manos productivas.

Retomamos la expresión de “pueblo” para adelantar ciertas prerrogativas y datos que arroja la actuación encaminada a nutrir esa semejanza imaginaria llamada pueblo. Veamos si el esfuerzo de esta transición que pretendió llamarse transformadora ha visto por la economía de su pueblo. Si iniciamos con la obra faraónica en un sentido macroeconómico, sumemos la cancelación de Texcoco con una cuenta de deuda que no existía de 170 000 millones; podemos continuar con las pérdidas de Pemex en 2019 por 346 000 millones y después cancelar la cervecera con un costo de 23 000 millones. El aeropuerto que pretende cubrir la devastadora cancelación de uno de orden mundial costará si en algún momento se termina y opera, 260 000 millones. Dos Bocas está costando sin visos de conclusión, 166 000 millones. Por último, al menos de obra, no de errores, el Tren Maya con un costo impredecible  ha derrochado 150 000 millones. 

Velar por el pueblo y derrochar cantidades que jamás tendrán regreso en materia de inversión, resulta una concepción difícil de interpretar. El simple riesgo del dinero público es ya en si un agravante a cualquier intento de protección. Aventurar proyectos sin conciencia ni beneficio para la nación es una tarea equivocada de origen. La deuda que ha soportado esta vorágine responde a una proporción del producto jamás imaginada en la historia moderna. Comprometer el producto de la nación, riqueza de los mexicanos en su totalidad, hace de esta administración un vehículo ignominioso por encima de cualquier nivel de responsabilidad. La ética gubernamental está superada ante este abuso intolerable. 

Sigamos con nuestro examen de protección que enarbola esta transición: el abandono a la empresa privada provocó un millón de cierres definitivos; el consecuente desempleo se situó en pérdidas laborales permanentes de 600 000 posiciones, el aumento de pobres ronda la cifra de doce millones en esta gestión. Si consideramos la dádiva y la dispersión de riqueza sin padrón, observamos una liquidez atemporal y atípica que ya refleja la impetuosidad del reparto de dinero en una demanda también atípica para situar una inflación del 6% a tasa anual para dañar la canasta básica muy por encima de la inflación promedio. Eso es lo que obtiene el “pueblo”, eso es la protección que animó el voto de este gobierno populista, eso impulsó el llamado a la esperanza. 

El margen de maniobra real del presidente y sus desatinos no podrá competir jamás con el producto emanado de manos privadas pero el daño que ha ocasionado es generacional. Tenemos un presidente que pretende resolver por la vía de la imposición, por la vía de la pérdida patrimonial. A esas acciones no pueden llamárseles acciones protectoras del “pueblo”. 

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