El espacio anterior fue dedicado al consumo y en el desarrollo del texto se trató de explicar la importancia de conceder al consumo como el detonante más importante en la reactivación de mercados internos. Ahora, dedicaremos unas líneas de reflexión sobre el ingreso. El ingreso es la cantidad de recursos monetarios, dinero, que se asigna a cada factor por su contribución al proceso productivo. El ingreso puede tomar la forma de sueldos y salarios, renta, dividendos, utilidades, regalías, honorarios, dependiendo del factor de producción que lo reciba: trabajo, capital, tierra, por ejemplo.
Desde luego podemos abundar en un sinnúmero de considerandos para delinear aspectos fundamentales de teoría y práctica económicas pero baste con el señalamiento del factor de producción para ampliar la idea que pretende exponerse en este espacio. Antes de incursionar en aspectos de equilibrio, de simple oferta y demanda, debemos recordar y recordarnos siempre que el común denominador de toda actividad que impulse la economía, la gran economía de la nación y la microeconomía del individuo, se llama capital. Sin capital no existe precursor de seguimiento o comparación. Sin capital no se origina el precepto esencial de conversión de activos en factores de producción.
La insistencia en este espacio de cadenas productivas desde luego obedece al estricto orden de captación de capital, de transformación de activos en planta y equipo y en la fase operativa superar costos y gastos. Pero vemos la primera diferencia en este concepto con respecto al ingreso; el ingreso del ente productivo que se reduce a un multiplicador de precio, en competencia, diluye dos situaciones: riesgo y permanencia. La primera naturalmente se combate con especialidad y calidad y la segunda con dominio de los costos de operación.
El ingreso neto, por así llamarle a la utilidad a la que se grava la renta, se convierte en ingreso del Estado. El ingreso del Estado a su vez se integra a un fenómeno que se denomina distribución del ingreso y nutre bienes y servicios públicos. Si este orden se interrumpe, ocurren desequilibrios, que mencionaremos a continuación: nuestro punto de partida siempre es el capital. En este punto de partida debemos considerar que el camino del agente que produce tiene un destino de permanencia y fue mencionado. Para ello, es preciso conjugar actividades ya cubiertas en materia de generación de utilidades para entonces presentar lo que a continuación elaboramos en situación de equilibrio deseado.
La inversión y reinversión de capital nos va a permitir combinar un cúmulo de factores de producción, como organización, materia prima o tecnología. Si conjugamos momento y cantidad deseable, esta circunstancia arroja dos flujos: un flujo real o físico de bienes y servicios que representa oferta económica y un flujo financiero que no es más que la suma de recursos que se asignan a los distintos agentes que participaron en factores de producción, constituyendo así la demanda económica a través del consumo y ahorro. Estos dos flujos en teoría deben estar en equilibrio.
Ahora, con base en lo anterior, si la oferta supera a la demanda, debido a exceso de producción o menor consumo, la inflación asoma su rostro y el déficit natural derivado de esto, puede ocasionar sobre endeudamiento. Lo contrario se presenta cuando la demanda supera a la oferta, pero en este caso la crisis inflacionaria es imparable. Desde luego en economías abiertas, las importaciones complementan la oferta nacional y las exportaciones mejoran el panorama de excedentes.
Si es que existe cierta lógica en la búsqueda de equilibrios, existe por el simple hecho de coexistencia de la apertura de las economías y el alejamiento de los gobiernos de la actividad productiva. Imaginar en el entorno económico no se adapta al planteamiento natural de las fuerzas de mercado; esto quiere decir que la gran economía no se construye en una imaginaria, se construye en la solidez que brinda la acción participativa. Las economías progresistas han entendido la función de gobierno como una interpretación al margen de la función productiva, vigilando siempre reglas justas en la incursión de agentes que contribuyan al valor agregado.
Esta lógica no la tenemos en suelo mexicano de momento, como hemos podido juzgar en los tres años de retroceso de nuestra economía. Padecemos una contradicción que pretende asomar la fase del intercambio en su más ruda expresión en la que se juegan formalidades derivadas de un tratado comercial vigente desde 1994 e interpretaciones aisladas que retan la construcción de acuerdos en una formalidad que siempre acompañó la tradición mexicana. En ese juego territorial, también participan pronunciamientos que hacen eco, unos, otros caen en esa deriva verbal y populista, sin orientación y rumbo. No obstante, cimentan lazos equívocos con naciones que no conforman el espectro natural del progreso y el desarrollo.
El sustento de esta mal llamada transformación, actualmente en transición por tres años más, cifraba una endémica estructura de ahorro que desafiaba los principios más elementales, mismos que han sido descritos en este texto, provocando un grave desequilibrio en las finanzas públicas de la nación y un endeudamiento desproporcionado a la expectativa de servicios en infraestructura principalmente. La concepción del contrato social nunca dimensionó la intervención abrupta en las cadenas productivas del país para reinterpretar una fórmula de ingreso.
La inducción intempestiva en los canales de consumo ha provocado serios conflictos en la debida correspondencia de la oferta, como ya fue apuntado en la propia adopción de fórmulas de equilibrio. El destino pasajero de una dádiva en simulación anticipada de un ingreso, inserta vicios de consumo por simple definición económica, al no corresponder al esfuerzo natural de contribución a las cadenas de producción que son las fuentes naturales del empleo y el ingreso. Los vicios han agravado usos indebidos de política pública, acumulación, intermediación y corrupción por ende. El resultado ya se refleja en los índices de pobreza que se incrementan 7,3 % en dos años y que el presidente niega.
Los actos de esta transición en turno han desviado todo precepto económico y el reto incólume desde el poder ha trascendido en calificaciones negativas, en castigos de crédito, en sanciones de inversión y finalmente en la microeconomía; en la del individuo ha significado una pérdida irreparable en el medio de vida más importante que el hombre posee en el entorno económico: su ingreso.
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