En 2007, la Reina Isabel preguntó a los economistas de la London School of Economics por qué no le advirtieron de la crisis financiera de repercusión mundial; a lo que el presidente de la London respondió: “Porque las crisis son variables exógenas de nuestro modelo económico”. Como la realeza no dice malas palabras; la Reina Isabel permaneció callada en un ambiente cargado de tensión donde, los más perceptivos, tuvieron la sensación de que un fantasma inflacionario se escondía en los rincones o en los travesaños del techo.
Hace pocos días, el Presidente Biden dijo: Bajaremos la inflación, pero nos vamos a tardar un rato. Entonces, no se necesitó ser muy perceptivo para tener la sensación de que el fantasma estanflacionario arrastraba sus cadenas de los 1970 por toda la Unión Americana. ¿Cadenas de los 1970? Lea lo que sigue.
Dudamos que la estanflación 2023 desaparezca antes del 31 de diciembre de este año. Igualmente, que los aumentos de la tasa de interés frenen a la estanflación para aterrizar suavemente a la economía. Si bien los Treinta Gloriosos 1945 a 1975 registraron la creación de instituciones y organizaciones proveedoras de prosperidad general, sería un grave error creer que tales dotaciones institucionales pueden prolongarse hoy en día, porque la realidad es anergódica, y porque grandes amenazas hipotecan al alto crecimiento del producto con baja inflación. Mirar a los 1970 para entender al 2023 puede ayudar a enfrentar esta incertidumbre con toda la creatividad que exigen los escenarios alternativos del presente. En el mejor de los casos, se sabrán encontrar remedios para la estanflación; pero, en el peor y más probable, se aplicará la estrategia de la farola, la cual ilumina solamente su espacio circundado; pero deja en la sombra al fantasma estanflacionario.
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La espiral precios/salarios de los 1970 desembocó en el conflicto de repartición donde las empresas aumentaron sus precios y los trabajadores sus reivindicaciones; mientras que actualmente y hasta inicios del 2023, solamente las empresas incrementaron a los precios practicando la inflación de apropiación. Como siempre, los empresarios descuentan el aumento de precios ex ante, mientras que los trabajadores reivindican sus remuneraciones ex post.
Si la estanflación de los 1970 fue una consecuencia de Bretton Woods porque justificó el abandono de la convertibilidad en los EEUU, las crisis financieras como la del 2007 hacen evidente la necesidad de un nuevo Bretton Woods, el cual ¡desgraciadamente! no por necesario tendrá lugar, porque el nacionalismo está ganando posiciones en todo el planeta: mientras el Mundo Occidental aumenta la tasa de interés con la ilusión de que bajará la inflación estructural, China la está bajando hacia el 2% anual construyendo una ventaja comparativa para la Ruta de la Seda centralizada comercial y financieramente en Pekín, y morigerando la amenaza estanflacionaria.
La estanflación de hoy en día hace pensar en la década de los 1970 porque el incremento de la inflación acompañada de bajo crecimiento se suma al aumento en los precios de la energía y los alimentos; todo esto en medio de una fuerte desaceleración del crecimiento mundial, el cual es más severo que el que siguió a la recesión de 1975. La estanflación de los 1970 tuvo lugar después de dos schoks petroleros, mientras que el actual schock gasero rememora a estos. El recuerdo de las crisis energéticas y estanflacionarias de 1973 y 1979, permite deducir una factura energética actual equivalente a 10% del PIB mundial; es decir, un nivel aproximadamente igual al de 1973 y siempre que los precios de los insumos energéticos no varíen mucho.
La gran diferencia es que la estanflación de los 1970 tuvo lugar en los escenarios económicos dinámicos de los Treinta Gloriosos 1945 a 1975, mientras que ahora actuamos en los entablados del estancamiento de la recuperación precaria que siguió a la crisis financiera de 2007, antes de la pandemia y antes de la invasión rusa a Ucrania. En los 1970 todavía duraba el keynesianismo planetario basado en la gran capacidad de financiamiento de los EEUU; mientras que ahora el Tío Sam hacen frente a una crisis financiera (deuda pública 260% del PIB), que repercutirá en el plano interno en función del aumento de la tasa de interés; al mismo tiempo que en el exterior hace imposible financiar a la recuperación del Mundo Occidental con un nuevo Plan Marshall.
La guerra fría sino-norteamericana se está volviendo más fría que la de los 1970 entre EE.UU y Rusia, porque China está incrementando su presión militar sobre Taiwán y en el Mar de la China Meridional, al mismo tiempo que la desvinculación comercial (aranceles de castigo) u organizacional (conflicto con Huawei como anuncio del actual conflicto chino/norteamericano en los microchips) se está acelerando con repercusiones estanflacionarias. Por otra parte, Israel considera sin tapujos ataques contra instalaciones nucleares iraníes por lo que, si esto sucediera, las consecuencias estanflacionarias serían peores que las de la repercusión occidental de la Revolución Iraní de los 1970. La guerra del Kipur en 1973 fue menos intensa que la invasión rusa a Ucrania, la cual replantea un conflicto geoeconómico potencialmente conducente a la Tercera Guerra Mundial.
Actualmente, la concentración del poder oligopólico en el sector corporativo fomenta la estanflación mediante la hinchazón de los precios de los productores. Monsanto utiliza precios de monopolio en la mayor parte de las semillas de maíz vendidas dentro o fuera de los EE.UU. Pfizer, Eli Lilly, Johnson & Johnson, Bristol-Myers, Squibb y Merck controlan toda la rama farmacéutica. Tres mastodontes regentean la banda ancha: Comcast, AT&T y Verizon. Todo esto sucede hoy en día cuando vivimos la Revolución de los Accionistas, diferentemente de lo que sucedió en los 1970, época de la Revolución de los Managers. Los top managers se benefician con los paracaídas dorados, el manejo informal de abultados presupuestos en las empresas, y remuneraciones palaciegas, por ejemplo, la de los directores generales del S&P quienes recibieron una remuneración promedio 2022 de 18.3 millones de dólares, cifra que equivale a 324 veces la retribución de los trabajadores. La promesa de alto crecimiento y baja inflación no es más que una expresión de buenos deseos con la que no se engañan los promotores quienes están vendiendo muchas acciones y de esta forma acercando del crack al mercado bursátil.
La amenaza pandémica sigue en pie, ahora con la viruela del mono o con las secuelas del Coronavirus, o con el deshielo del permafrost siberiano consistente en la capa del suelo permanentemente congelada, el cual puede liberar virus congelados durante varios siglos. Al mismo tiempo, el crecimiento desmesurado de las deudas públicas o privadas en porcentaje del PIB, es estanflacionario a causa del poco crecimiento de este último. Estas deudas públicas o privadas abultadas sumadas a los grandes pasivos financieros de la seguridad social sitúan a las economías en escenarios de riesgos crecientes donde se degradan a las expectativas que gravitan en la estanflación.
En los 1970, el schock de demanda acaeció en conjunto con la recuperación del crecimiento en economías abiertas a la libertad de comercio; ahora, los choques de oferta difieren de los de los 1970 porque están causados por el proteccionismo, las restricciones migratorias en las economías avanzadas competitivamente, y el regreso a casa de industrias o servicios. Por el momento, la promesa de alto crecimiento y baja inflación no es más que una expresión de buenos deseos con la que no se engañan los promotores bursátiles quienes están vendiendo acciones y de esta forma acercando al crack del mercado accionario.
Una brutal política monetarista global como la de Paul Volcker en 1981 llevando a 20% anual la tasa de interés con respecto a una inflación del 13%, no es compartida por los incrementos moderados de Jerome Powell; aunque su aumento de la tasa de interés conducirá el riesgo recesivo hasta un punto de no retorno que no puede disimular al fantasma estanflacionario.
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