El Consumo

Si alguna vez se extendió la recomendación histórica de John Maynard Keynes de estimular el gasto público al presidente norteamericano, para reanudar la marcha de una economía en estanco, hoy no significaría más que el simple recordatorio...

2 de agosto, 2021

Si alguna vez se extendió la recomendación histórica de John Maynard Keynes de estimular el gasto público al presidente norteamericano, para reanudar la marcha de una economía en estanco, hoy no significaría más que el simple recordatorio de estimular el consumo. Recordemos que jamás en su premisa de recomposición se mencionó el ingreso. En 1931 era primordial reactivar una economía pasmada en la emisión de papel para suplantar la falta de actividad económica. De un supuesto tan simple hubieran surgido fórmulas igual de simples pero no fue así. Si así no fue, entonces aplicaba la fórmula de reinterpretación del consumo y no del ingreso. 

Sin ingreso no existe consumo, la lógica interpretativa argumentaría, pero Keynes no lo contemplaba en esa perspectiva tan simplista; el ingreso puede adoptar un síntoma de dispersión al juzgar desde una óptica individual la necesidad inmediata y la mediata y la de plazo para añadir complejidad al planteamiento. El consumo tiene que ser inmediato, preciso y oportuno para que las cadenas de abastecimiento, las de producción tomen ritmo y provean la demanda esperada y en rezago. Es muy importante señalar el rezago como ingrediente de sustancia. Una vez incorporada la demanda de bienes inmediatos, la satisfacción ocurre con perecederos y alimentarios. 

La transición al nivel de manufactura y bienes perdurables toma tiempo; las economías se conducen con el nivel de madurez de su propia ciudadanía; lo han demostrado las guerras, las pandemias y las sequías. Si en las grandes crisis las civilizaciones han subsistido no ha sido el ingreso el determinante en la subsistencia; es el consumo el detonante de toda forma de vida, el que ha encontrado en el intercambio y el trueque primitivo la configuración apropiada para subsistir. 

Si el consumo es factor decisivo en la reactivación económica, no provocaría tantos desvelos la preocupación por incentivar la dotación de un ingreso; cuidado, la prerrogativa tiene que obedecer a reglas inequívocas de reciprocidad con una cadena que enlace el ingreso con una concepción de costo para que de ella derive la justificada percepción de remuneración. Si el ingreso se inserta sin la debida justificación de costo, interrumpe la cadena mencionada en la fase de creación de un producto o servicio. 

Si el consumo es factor decisivo en la recomposición de una economía estancada, según el planteamiento Keynesiano, debería reactivarse desde el punto de vista de lo que la oferta plantea distribuir para que desde ese planteamiento, la economía se recomponga. Entonces, el planteamiento orienta el consumo en tanto una distribución de recursos plantearía una demanda dispersa. En palabras sencillas, si la distribución de los recursos de una nación, que los tiene en reserva, los emplea en un libre albedrío en tiempos de crisis y los dispersa sin guía, el ejercicio se diluye en la gran economía..

En México, esta transición en turno justamente eso está haciendo; el ejercicio de reparto de la riqueza de la nación no está encontrando acomodo en la recomposición de los canales de consumo y recomposición de mercados internos. La razón es muy simple: interrumpe cadenas productivas y anula de origen la fórmula de un ingreso formal, porque interviene en un proceso que no le corresponde por definición. Crear un ingreso no es una interpretación de un síntoma.  El Estado no es empresario y por tanto no es creador de empleos y de oportunidades en sectores que por naturaleza le son ajenos. Los servicios gubernamentales son por derecho ciudadano una prerrogativa y no enlazan ninguna fase productiva. Si en algún momento se convierten en beneficio, es por función sintomática y por ordenamiento ciudadano. El ordenamiento es mandato y es orden legislativo y constitucional en la gran mayoría de las naciones progresistas.

El gobierno que padecemos no obedece a ninguna estructura organizacional o funcional del orden moderno. La mira de recomposición de una economía no existe; existe una deambulación en episodios transitados por nuestra nación y las de otras que prestan modelos antagónicos a una visión retrógrada en la que se emulan concepciones anquilosadas o ancladas en una historia que hemos trascendido en al menos tres generaciones. Arrostrar imágenes de una gloria etérea no es concepción de gobierno, cuando las fronteras se han borrado con el arrojo de la empresa funcional y moderna, la que muestra el futuro irredento, lleno de pasión y merecimiento. 

Este tropiezo tan lamentable, el de esta transición endémica de origen, pretende satisfacer e interpretar satisfactores, como si la insignia de la voluntad pudiera dirimirse en el juicio improcedente de un usurpador de las bondades de una nación. Como si la aspiración individual pudiera confundirse en un solo pensamiento, un pensamiento por dictado, por imposición. Vencer la voluntad individual por una dádiva, vencer la aspiración de mejora familiar por una sugerencia que esconde la hipocresía y la sutileza del control, en nuestro medio ha fracasado. 

Resulta muy complicado hacer recomendaciones a un régimen que no conforma designios de verdadero sustento, a una transición que no se pliega a la simple trayectoria que marca la modernidad para que interprete lo más elemental en la libertad individual. La recomendación más sensata sería que se alejara de toda prerrogativa de ingreso, de su precaria concepción de empleo, porque lo primero no se satisface y lo segundo no perdura. No al menos en esa visión tan primitiva que tiene de la estimulación económica. 

Dejar hacer es liberal. No permitirlo desde luego no lo es. La decisión  de consumo es estrictamente liberal. La decisión del ingreso también debiera serlo pero esta transición retrógrada así no quiere verlo. Esta visión será borrada en menos de tres años, por fortuna…

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