Diversificación del Riesgo

Uno de los principios fundamentales en materia de inversión es la evaluación de riesgo. Evaluar imponderables, contingencias, situaciones inesperadas, deben acompañar cualquier proyecto de inversión. La parte fundamental de una inversión es el retorno, el retorno mismo...

28 de junio, 2021 Diversificación del Riesgo

Uno de los principios fundamentales en materia de inversión es la evaluación de riesgo. Evaluar imponderables, contingencias, situaciones inesperadas, deben acompañar cualquier proyecto de inversión. La parte fundamental de una inversión es el retorno, el retorno mismo de la inversión y naturalmente los beneficios esperados. El factor tiempo es crítico en cualquier circunstancia de inversión. Con los años se han implementado mecanismos para estudiar la conveniencia de invertir; el primer intento medía plazos de recuperación pero no fue suficiente por carecer de un concepto significativo llamado valor. La necesaria interpretación en tiempo actual de cualquier inversión hizo patente la necesidad del Valor Presente como técnica insuperable para la medición y recuperación de inversiones.

Para esta interpretación basada en flujos de efectivo que pudieran juzgarse en tiempo actual, fue necesario reunir todas las posibilidades de uso de capital, llámese pasivos de plazo que equivalen a recursos propios pero no generados en el tiempo, hasta capital aportado por accionistas o inversionistas particulares o institucionales. Todas estas fuentes de capitalización aportan un costo, que se traduce en la tasa de interés con la que se vivirá en tanto la capitalización del proyecto a emprender, termine. No todas las fuentes de capital a plazo reúnen el mismo costo; los inversionistas demandan un mayor retorno por principio, de modo que la combinación de todos los costos hacen un promedio y a ese promedio se le conoce como Costo del Capital.

El Costo del Capital no es más que la justificación de utilizar capital por cualquier agente económico. Este costo promedio tiene una gran utilidad, pues se convierte en el parámetro primordial para aceptar inversiones. Cualquier proyecto que se emprenda, independientemente de condiciones de mercado o costo de oportunidad, deberá ser superior al costo promedio del capital en su retorno en el tiempo. Esto quiere decir que partiendo de la inversión y descontando los flujos de efectivo al costo del capital promedio, el valor presente neto de la inversión deberá ser positivo. 

En este punto debemos hacer una consideración, vital para el empeño que requiere la inversión. No existe una sola consideración de inversión sin demanda, no a menos que el proyecto de inversión adelante una situación de demanda y un ejemplo claro de esta circunstancia es toda relación con tecnología. Pero, en el mundo que lidia con la oferta y demanda de bienes y servicios, la inversión siempre es consecuencia de la demanda. Este punto es significativo porque aplica a cualquier agente económico y pretende convertirse en incluyente de todo ente que decida adentrarse en este mundo singular, caracterizado por la competencia.

Este punto esencial no excluye gobiernos, no al menos en la concepción natural de proyectos inmersos en el mundo de la competencia, de la calidad y de la oferta de servicios. En la historia moderna, los gobiernos han trascendido fases de investigación y desarrollo hasta llegar a la era espacial. Los gobiernos progresistas entienden el juego del capital para hacer crecer o desarrollar alguna especialidad. Esto es cierto en la salud pública, en el transporte aéreo, marítimo y carretero, por mencionar algunos rubros. 

En infraestructura, el tema se torna más delicado porque es el rubro característico de dependencia de demanda. Sin demanda empresarial, sectorial, global o de la forma que demos interpretación, la infraestructura gubernamental no tendría razón de ser. Esto quiere decir que la inversión pública tiene justificación cuando la demanda existe y no solamente es justificada, es calificada, sopesada en materia de desarrollo regional e impacto en las áreas de influencia y especialización de toda una nación en su conjunción productiva. 

Las inversiones en infraestructura no difieren en su medición de rendimiento de cualquier ente productivo. Tal vez difieran en plazos y en fases operativas, pero la concepción y visualización de inversiones prioritarias en infraestructura deben reunir costos de capital, mediciones de recuperación en Tasa Interna de Retorno como cualquier proyecto y finalmente flujos que pudieran ser interpretados en valores actuales. 

Lamentablemente, estas órdenes no fueron aplicadas recientemente en nuestro país; simplemente los proyectos concebidos por esta transición nunca fueron producto de la demanda empresarial, de modo que caminan en una ruta de oferta jamás estudiada. Podemos añadir una improvisación que resalta por encima de los elementos técnicos que debieron anticipar su viabilidad. Nunca los hubo. Más allá del desperdicio de recursos, existe la interpretación de riesgo. Los proyectos que emprendió esta transición que pretende llamarse transformación, basó toda expectativa de fondeo en el gasto corriente, de modo que no existen bases de juicio en cuanto al costo del capital. 

El riesgo de estas inversiones ha convertido al presupuesto de la nación en una calígine sin precedente. La ausencia de ética gubernamental ha desbordado toda concepción de deuda hasta rebasar más de la mitad del producto que pudiera crearse en los próximos veinte años. Esa proporción ha significado la incursión de este gobierno en obras innecesarias al comprometer recursos del exterior en forma de deuda, recursos propios, incluidas reservas de contingencia, fondos y fideicomisos. El riesgo ya cruza fronteras; las calificadoras sancionan la trayectoria fallida de esta transición, los costos de emisión nominales de papel mexicano se han encarecido por el riesgo de cobertura. Esa deuda nominal se oculta como tantas acciones de esta administración en tan solo tres años de gestión. 

Hemos transitado en la opacidad, en confusión de datos, en traslado de culpas, en excusas interminables, en iniciativas ocurrentes y en una dialéctica que jamás ha respetado el orden interno de los números y desdeñado el internacional. Es tarde para muchas cosas, es tarde para cancelar imprevistos, es tarde para una recomposición pero nunca es tarde para llamar a la congruencia, la concordia y la unión de voluntades con el empresariado y con el exterior, no el del sur del continente, el que premia la adhesión al progreso. Solo así podemos diversificar nuestro riesgo.

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