Reunir capital tal vez ofenda preceptos de una transición basada en una supuesta transformación que en tres años ha desbocado todo principio económico para retar con eufemismos de bienestar la regla económica de preservar capital para crear capital. Un silogismo tan simple contraviene enunciados de igualdad, de aspiración creativa y aspiración material. Son enunciados que esquivan la premisa fundamental del origen de una riqueza que se da por sentada cuando la regla social invade el terreno de la acumulación. El desvío es intencionado, porque la partida inicial del reto al capital fundó toda discrepancia de la riqueza misma.
Así sucedió en la extinta Unión Soviética, que partió de la riqueza Zarista; así sucedió en Cuba ante la riqueza de los años de Batista y así sucedió en Venezuela con un incidente atemporal llamado petróleo. El Socialismo no puede sostener ninguna premisa válida sin antecedentes de prosperidad; simplemente no existiría reclamo. La social Democracia captó otras variantes regadas, dispersas un buen tiempo en el Contrato Social, pero la gran diferencia con el Socialismo es que la primera buscaba en los cimientos de la producción las formas y modelos de cobertura que la Revolución Industrial dejaba atrás con esa prisa con la que el vapor cubría las zonas industriales.
Las décadas que recibieron los beneficios de las máquinas, entendieron no solamente la premisa fundamental del capital, entendieron el talento empresarial en su creatividad y en su potencial. Entendieron también conceptos de expansión, de rendimiento y por momentos la acumulación quedó en pausa porque la capitalización para crecer era una urgencia mayor que la acumulación. Acumular nunca fue objetivo principal cuando la exposición de satisfactores inundaba un mundo ávido por reconstruir la escena proscrita con las guerras devastadoras. Entonces, el camino de la producción llenó los espacios de las finanzas y de la economía.
El mundo empresarial entendía la banca de inversión, sin gravar activos, entendía de flujos de efectivo para cubrir necesidades crediticias y también entendía el sendero irredento del crecimiento como sino, como insignia y como destino y permanencia. La empresa revisaba toda perspectiva presente y trataba en lo previsible anticipar situaciones futuras. Crisis ha habido desde que la humanidad surgió y en materia de intereses más se componen o descomponen, porque las imperfecciones en el manejo de los recursos jamás se irán del comportamiento individual y de grupo, pero las fuerzas del orden económico obligan a la revisión concienzuda de los números.
Es así como la empresa inicia su inspección o retrospección podríamos añadir. La primera instancia es su circulante, de lo que puede echar mano y de lo que no puede soslayar en obligaciones de corto plazo. El caso mexicano actual es relevante porque enfrentamos una estanflación, recesión con inflación, a pesar de que las autoridades lo nieguen. Como el escenario no es nuevo y el crecimiento económico se detuvo antes de la pandemia, el reto es mayor, toda vez que la transición en turno arremete una y otra vez con obsesivo abuso verbal la actuación de la empresa privada. Entonces, la situación de corto plazo requiere de vigilancia y cautela en renglones esenciales que inician con el abasto. Aunque para algunos agentes económicos el abasto puede ser producto terminado de otros, no deja de representar la esencia misma y piedra angular de toda cadena productiva. En resumidas cuentas, el tema toral de supervivencia en el corto plazo son los inventarios.
Una vez superado el abasto, la cadena continúa en los costos de manufactura, los de administración, hasta completar el ciclo en la oferta con un precio de venta. Este afán ha sido solitario, árido, escabroso para la empresa mexicana; en esa trayectoria se quedaron un millón de emprendedores de diversos tamaños y no fue la pandemia, fue la irresponsabilidad del gobierno en turno. Nunca existieron programas de aliento a la producción, incentivos fiscales, créditos, nunca existieron estos esfuerzos desde la esfera gubernamental. Nos guardamos de la Estructura del Capital para otro espacio.
Entonces hablemos de capitalización, porque las cosas tienen mejores derroteros que los que plantea un gobierno incapaz. Surgió la especialización, surgieron las ventajas comparativas y surgió la excelencia para remarcar una y otra vez que las voces del progreso son las más de las veces silenciosas y se amparan en la labor fecunda que excede las ocho horas de los contratos tradicionales, que el trabajo marca la diferencia ante el discurso estentóreo y rapaz.
Las fórmulas del resurgimiento de una economía en estanco no son nuevas porque han sido probadas en múltiples derrotas al capital, pero probado también ha quedado que las fórmulas del capital coadyuvan, pero es el mundo de las ideas el que cubre el espejismo del fracaso que programa un gobierno enemigo del progreso. Los vocablos se multiplican en la falsa redención de valores que sustentan el idealismo de la confrontación y el capital como vocablo simple no resuelve con entrada triunfal, resuelve en su engranaje de valores que se encadenan uno a otro con impecable perfección.
Entonces vienen los plazos a decidir futuro, a decidir lo pactado de inicio, la seriedad de la conducción del agente económico que entiende su papel creador, su papel ético en el empleo, en la satisfacción de sus mercados, en la búsqueda de precios accesibles, en su contribución a su entorno y en la responsabilidad de todos sus actos. Comprendemos entonces los alcances de la capitalización de una empresa; la empresa capitaliza experiencias, capitaliza su entorno, sus posibilidades, sus riesgos y su permanencia. No podemos negar que admite soluciones financieras para redimir sus vencimientos y obligaciones, como tampoco podríamos negar el ámbito de su influencia en un mercado, pero la gran diferencia con la autodenominada transformación es la realidad.
El mundo de la empresa es real y tiene sustento desde su creación. El mundo que supuestamente sustenta la cuarta transformación es amorfo, irreal; es un mundo que ha tomado prestada la herencia del haber y el recaudo para convertirlo en una dispersión sin freno. La pobreza intelectual de su creador reduce el mundo real a un simplismo que ofende. La cuarta transformación no podría capitalizar absolutamente nada porque nada ha creado; capitalizar es animar, recrear, emprender…y si eso hace la cuarta transformación, ya nos hubiéramos enterado.
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