Un semáforo naranja anuncia una etapa de la pandemia que nos ha retirado de toda acción productiva. La etapa naturalmente está enfocada a reactivar por reactivar. Las bases de la proclama son endebles; adelantan premura más de captación fiscal en el consumo y en la renta que en la protección de la reactivación económica que nunca llegó ni como iniciativa ni como estímulo. Soslayar una demanda desde el empleo, no como sustento de consumo sino como enlace del valor agregado de la cadena productiva, ha ahondado la brecha de comunicación con un gobierno que camina una senda muy distinta al rédito esperado de trayectorias heredadas en el crecimiento de una economía prospera.
Capital sin invitación
El discurso de la transición en turno no contempla la inversión como función paralela de interpretación y participación del capital. La confusión ideológica que hasta ahora ha caminado sin proyecto, trastoca puntos fundamentales de entendimiento en el gasto corriente y la alternativa de invitar al capital sin riesgo para la nación. El inicio que marcó esta trayectoria de fracasos asumió una deuda inexistente en el entorno público para duplicar un gasto sin fronteras y cancelar posibilidades aeroportuarias de primer orden mundial para, en un breve resumen, cubrir el costo de dos aeropuertos para no tener ninguno en operación.
Esta situación mencionada desbocó toda premisa de entendimiento como ha sido señalado; lo que se contemplaba como una situación aislada no lo fue, simplemente se convirtió en tendencia al continuar con esta visión de autosuficiencia en temas críticos como energía y producción agropecuaria. Después de 19 meses de gobierno, México continúa sin proyecto económico. Las evocaciones de valores y de nacionalismo y las imágenes de un pasado superado en otras condiciones de economías con elevadas situaciones de preponderancia en el capital y en mercados, llegó a un fin concertado por las mismas naciones otrora dominantes.
México adoptó el embate de inclusión en esa globalidad que anunciaba una prosperidad cifrada en la competencia y en las ventajas comparativas. Las ventajas mexicanas hicieron su parte, sus especializaciones también. Del mundo llegaron los componentes necesarios para complementar los agregados de valor de nuestras cadenas productivas. Llegó la tercera transición que ahora gobierna y el espectro cambió. La mira del concierto internacional fue alejada; se instalaron proyectos concebidos desde el poder con gasto público y se desecharon los preceptos fundamentales de la inversión en cuanto a plazos de recuperación, valor presente y costo del capital.
El resultado de esta desviación de las condiciones imperantes en las economías progresistas, provocó un aislamiento nunca experimentado en nuestro entorno, calificaciones jamás recibidas en sentido negativo y finalmente un rechazo del capital a la tradición mexicana de riesgo soberano como anfitrión de inversiones. Las desviaciones llegaron más allá del orden cualitativo hasta detener los renglones más significativos de la economía, desde la construcción hasta la minería, provocando una recesión, un estanco de la producción y un crecimiento negativo.
Con estas calificaciones llegamos a la pandemia; con estas necesidades el gobierno no detuvo su atropello en el gasto desbocado de sus prioridades y las consecuencias provocaron una caída del producto del 17% en abril y lo que se espera al cierre del año es una contracción de la economía del 10%, la más grave en 100 años. El fracaso de esta transición es inocultable, lastima todos los órdenes de la sociedad. El daño se estima generacional.
Hoy se inicia una etapa, mencionada como de reactivación. No hay tal. La inacción del gobierno durante la pandemia se concretó a sus programas de dispendio o dádiva, pretendiendo un sustento de mercados internos, en esa incongruencia que ignora lazos de toda una cadena de producción para hablar de mercados de consumo. No existe esa base que predica el presidente, no existe base de niveles bajos que necesita ser apuntalada con dádiva. Cubre en todo caso necesidades muy básicas y se diluye en la gran economía como dispendio. Hasta ahí.
La supuesta intención crediticia para pequeños negocios no es una consideración de rescate desde ningún punto de vista que ampare política pública. Al carecer de estructura, no contempla que en el arranque de una economía deben considerarse todos los puntos que sustentan una empresa por pequeña que sea, toda vez que el abasto fue interrumpido. Si partimos de una base sólida de despegue sería preciso estudiar el respaldo de las materias primas y fuentes primarias de abasto para después considerar la planta productiva en la mano de obra hasta cubrir todo la consecución de costos y producto terminado.
La reactivación no se da de golpe. Otros países han intentado con éxito, conceder plazos de contribución fiscal y trabajar la cadena productiva a la inversa, protegiendo precios de producción terminada hasta reconstruir las cadenas de producción. Si un programa similar se hubiera implementado en nuestro país, la reactivación estaría buscando puntos de equilibrio en vez de estar buscando un inicio desde cero.
Desde luego, contamos con un empresariado responsable; desde luego, contamos con iniciativa y talento. La reactivación emprendida con el BID respaldará 30 000 empresas. El descalabro del empleo constituirá un proceso gradual y no se logrará en este año. De prerrogativas en materia fiscal no podemos tratarlas porque no existen. El respaldo de este gobierno al orden productivo ha sido nulo. El abandono de esta transición ya repercute en la esfera social y desde luego aflora en el rechazo y en la condena.
La contradicción que enfrenta este gobierno en la adopción del T-MEC y sus políticas evasivas del orden mundial, plantean un panorama incierto en cuanto al capital. Al parecer el capital vendrá por el prestigio y denuedo del empresario mexicano, a pesar de no recibir invitación de un gobierno pasmado en el presente y absorto en el pasado.
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