A lastimar la economía

La visión económica del gobierno federal se caracteriza por permanecer estancada en la historia, es decir, una economía que el mundo abandonó décadas atrás.

4 de octubre, 2021 A lastimar la economía

A tres años de distancia podemos calificar no solamente el distanciamiento de esta transición en turno con el capital, con la empresa, con la iniciativa, con los foros internacionales, con la competitividad y con la cadena productiva, podemos sacar conclusiones y tal vez en esa fase estamos en tres años de pasmo y desconcierto ante una administración que trasciende el respeto a las formas de la creación de riqueza. Rechazar en forma sistemática la organización de factores productivos, la apertura y la razón de la inversión no puede obedecer a una casualidad. 

 

El discurso del presidente ya sembraba el encono y el repudio a toda aspiración creativa; sembraba en un paso nada circunspecto una visión retrógrada en la autosuficiencia y en una imaginaria retrospectiva que el mundo abandonó décadas atrás. Se revivía en este quehacer un centralismo desterrado por mera improcedencia; se pretextaba un nacionalismo desbocado en afanes sepultos en una historia que ha redimido sus propios pasos una y otra vez, historia que señala la guía de una senda desprendida de raíces captoras del progreso. 

 

La historia alecciona una sola vez; enseña sus virtudes y fallas en páginas que pueden ser leídas por todos, pergeña la vida de una nación que conquistó todos y cada uno de los pasos de integración a un mundo cambiante. El formidable paso de las naciones es dejarla atrás, en esa vitrina transparente que encierra glorias y fracasos. Venerarla y pasearla con honores pero jamás revivirla, jamás emularla. Por eso se llama historia. 

 

Dejamos un primer párrafo inconcluso en el pasmo y el desconcierto de una sociedad que contempla un deterioro que hubiera podido encontrar justificación en la inexperiencia, en esa fase sorpresiva de un encargo no imaginado, pero después de tres años, el intento se convierte en intención dirigida. El común denominador del desencuentro con esta mal llamada transformación es el capital. El capital señalado como símbolo de acumulación, de prerrogativa de dominio cuando las señales del capital han mostrado la más grande de las dispersiones desde que existe. La dispersión más llana es la competencia. No existe mayor simplismo en la expresión de capital y si se quisiera adjetivar entonces lo llamaríamos capitalismo por tendencia, no por doctrina. 

 

Pero demos un paso adelante para resolver adjetivos o calificativos: el capitalismo no pidió ser llamado así, como tampoco las épocas transformadoras lo reclamaron en su tiempo. La historia otra vez haciendo lo suyo, calificando. La transformación de la vida pública se ha dado en tres ocasiones y sus protagonistas nunca se enteraron. No debe resultar curioso que la transición en turno aluda a una transformación cuando todavía no se gesta. A la mitad de un camino que reseña fracasos sería inimaginable un efecto retroactivo sembrado de eufemismos y símbolos que han hecho cierta labor de adhesión en la dádiva y nada más allá de ella. 

 

Desafortunadamente, el populismo no dimensiona prerrogativas de plazo; las arcas de una nación en boga y creciendo se dieron en 2018 al inicio de esta debacle llamada cuarta transformación. Hoy no existen esas reservas, no existen los frentes de contingencia como tampoco existen los planes concebidos en el crecimiento y estímulo de la gran economía. Existen planteamientos abstractos en un nacionalismo concentrador de funciones y no de redención de la capa social; existen planes de soberanía para demostrar una defensa ante molinos de viento inexistentes que en una imaginaria abstrusa capturarían ejes de dominio de riqueza del suelo y subsuelo mexicanos. Esa visión no existía en los tiempos de la sustitución de importaciones, esa visión no es proteccionista, es simplemente estúpida. 

 

Esa visión es la del presidente. Esa misma visión hoy arroja iniciativas para que el despacho de la energía amplíe su margen a un 54% y dejando un margen controlado del restante 46% a un sector cautivo en las redes de un monopolio inmerso en las energías sucias y costosas. Si el pretexto es la pérdida económica de la CFE por energía no despachada entonces el gobierno –transición- prefiero llamarle, no entiende el concepto de Costo de Oportunidad en economía. La absorción de energía privada no cancela la distribución de la Comisión con costos menores como tampoco cancela la oportunidad del suministro compartido con mayor eficacia. 

 

Si el concepto de control nubla la razón económica, no existe un punto de inicio para el diálogo; perdonando la insistencia, tres años muestran una rutina basada en la obstinación y en la cerrazón. Con esta, autonombrada cuarta transformación no existe el diálogo. Entonces vendrán las cortes internacionales a dirimir no las diferencias de los mexicanos, a definir el rumbo de la imposición de un régimen que condena la economía de toda una nación. Los desafíos al statu quo de un tratado vigente ya superan los niveles de tolerancia de las circunstancias vigentes del bloque más importante del orbe… y el presidente voltea al lado perdedor: el sur. El norte no permitirá exportaciones mexicanas con contenido energético sucio, porque es un componente. Eso no lo ve la supuesta transformación. 

 

Si de lastimar la economía se trataba esta transición, en Texcoco logró el mejor de los inicios; si de derrochar el tesoro de la nación se trataba, las encuestas fuera de la ley dejaron la huella imborrable de la intransigencia; si de dispendiar el recurso de todos se trataba, la dádiva ha sido ejemplo toral de discurso ramplón y de corrupción amparada. 

 

A lastimar la economía, se dijo en 2018. Y lo dijo y lo hace el presidente de México.

 

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