UNA LEYENDA DEL OESTE

Cuento ubicado en el salvaje Oeste.

29 de enero, 2024 UNA LEYENDA DEL OESTE

Allá por el año de 1880, cabalga en mi caballo hacia Benson Arizona. Al llegar al pueblo me dirigí al Saloon para tomar un poco de whisky y algo de comida, pues tenía varios días viajando por el desierto. Al entrar a la taberna un silencio tenso invadió el lugar. ¿La causa? Mi presencia. La llegada de un forastero de aspecto peculiar y nada agradable para los ojos de los vaqueros y pistoleros del lugar. 

Continué mi camino hacia la barra donde se encontraba el cantinero. Pedí una copa de la mejor bebida del lugar. Con cierta reserva, el hombre a cargo me colocó un trago frente a mí. En verdad sabía que no era bienvenido debido al aspecto de mi cara la cual trataba de disimular con el ala de mi sombrero. La media luz del lugar ayudaba un poco, pero entre más la ocultaba más llamaba la atención, pues lucía un ojo negro que brillaba como el ónix y otro azul como el mar, además mi rostro era rojizo pero mis facciones resaltaban por ser caucásicas y no solo eso ya que lucía la mitad de mi cara el decorado de un guerrero indio. Eso causaba indignación entre los presentes.

El cantinero pidió que bebiera mi copa y me retirara lo antes posible para evitar pleitos en su negocio. Le dije que ocuparía estancia para pasar la noche a lo que contestó que no daba asilo a indios.

Una mujer que daba servicios de placer en el lugar se acercó tratando de seducirme, pero al mirar mi rostro dio un salto hacia atrás con una expresión de asombro, no podía creer lo que tenía frente a sus ojos. Un hombre que observaba la situación rápidamente sacó su arma y apunto hacia mí. 

“¿Qué le has hecho a la dama, indio malnacido”, exclamo. Volteé hacia él ya con pistola en mano entonces intervino la mujer y con voz firme dijo: “Espera… la leyenda es verdad”. ¿De qué hablas? preguntó el cantinero. Este hombre lleva la marca de “lobo danzante” contesto la mujer. En ese momento reforcé las palabras de la mujer: “Ella dice la verdad”. El hombre del arma preguntó: “¿Eres Leroy Cooper?”. “Correcto el mismo a quien apuntas con tu arma”, volví a afirmar. Entonces bajó su arma y dijo en voz alta: “Todo lo que pida este hombre va por mi cuenta no todos los días tenemos de frente a un gran pistolero capaz de vencer al jefe indio más temido de la región”. 

En ese momento se levantó otro hombre que portaba un abrigo y larga cabellera: “Yo nunca he escuchado esa historia de un Leroy que venció a un lobo bailarín –expresó  con burla– para  mí esas son patrañas yo solo creo en mi colt y la agilidad de mis manos para disparar a indios disfrazados de vaqueros”. Al término de sus palabras, sacó su pistola para disparar en mi contra, pero no calculó que yo era más rápido, además de poseer una puntería envidiable. Antes de que accionara su arma, yo había dado un tiro certero en su mano evitando el ataque y obligándolo a soltar su revólver.  

“Cuéntales tu historia para que sepan quién eres”, comentó el primer hombre.

“Cantinero, tráigale su mejor platillo a este hombre para que pueda contarnos su hazaña”. 

Una noche mientras cruzaba el desierto decidí pasar la noche bajo un mezquite, pues estaba cansado y hambriento. Preparé una fogata allí. Al calor de las brasas cocinaba una liebre que se cruzó en mi camino. Estaba en territorio chiracahua era una zona hostil, pues los indios de la región estaban molestos por el despojo de sus tierras; sin embargo, tomé el riesgo. No tenía opción: la fatiga me había vencido. Al término de mi comida tomé mi botella de whisky y bebí un trago para disipar el cansancio. 

Entrada la noche, el sueño se apoderaba de mí hasta que me quedé dormido sin aviso previo. Pasaron un par de horas cuando mi caballo inquieto interrumpió mi sueño. Al abrir mis ojos estaba rodeado de indios. Tomé mi arma, pero era imposible enfrentarlos. De pronto uno de ellos desmonto y se dirigió a mí con un perfecto español preguntándome que hacía en su territorio. Aquel hombre era diferente a los otros. Su mirada era penetrante. Sus ojos eran negros como la noche y brillantes como un diamante. La pintura en su rostro era muy llamativa. Lucía como si estuviera penetrada en su piel. 

Corpulento, en verdad intimidaba a cualquiera. Podía sentir que su espíritu emanaba una fuerza que venía dentro de él. Respondí que solo era un viajero que cruzaba por esas tierras. Pidió que le diera mi nombre. Respondiéndole con firmeza le dije que era Leroy Cooper. Asombrado, respondió en estas tierras se habla mucho de mí, pues dicen que no hay otro pistolero más atrevido y rápido que yo. 

“Yo soy Lobo que Danza, pronunció. Posteriormente caminó hacia su caballo y sacó un recipiente de piel con remates de hoja de palma. Bebió el líquido de su interior y después me dio a beber de la misma. El brebaje tenía un sabor artesanal con un ahumado peculiar que al llegar a mi boca se apoderó de mis labios y lengua. Podía sentirlo hasta la nariz, inmediatamente mi rostro se relajó. Pregunté qué me había dado y contestó que era néctar del desierto (bacanora). En son de paz ofrecí un trago de mi whisky y aceptó sin reparo. 

Posteriormente habló un hombre mayor que parecía uno de los líderes de la tribu. Su aspecto era firme, de edad avanzada. No entendía sus palabras, las cuales las dirigía hacia mí y hacia Lobo Danzante. Intrigado, me quedé mirándolo, ante mi asombro se dispuso a traducir lo que decía. 

 El “Águila que vigila” dice que puede ver en tu mirada el fin y el principio de nuestra tribu que los dioses nos pusieron en el camino, pero que cargarás el peso de las consecuencias. Contesté que no entendía a qué se refería. Volvió a expresarse el chamán y nuevamente su intérprete me habló. Pondrás fin a una era, pero serás la prueba viviente de ello. Quien logre vencer a Lobo que Danza, llevará consigo la marca del líder como si fuera una maldición. Con estas últimas palabras el indio montó su caballo y se retiró junto con los otros guerreros, asegurando que nos volveríamos a encontrar. 

Esa noche sentí algo inexplicable que invadió mi cuerpo después del encuentro con los chiracahua.  Al siguiente día, tomé mis pertenencias y continúe el viaje hasta Tombstone. Al llegar el sheriff Wyatt Earp me estaba esperando. Él había mandado a llamarme. Necesitaba el apoyo de buenos pistoleros por la rebelión de los indios, los cuales estaban atacando caravanas de hombres blancos y tenían aterrado al pueblo, además de cuatreros y forajidos que robaban dentro y alrededor del pueblo, ocupaba poner orden en la zona.

 Al ponerme al tanto de la situación, decidí estar preparado para cualquier situación inesperada. Pasaron algunos días y se sentía una calma tensa en el pueblo.  Mientras tanto, en la aldea india, al caer la noche, la luna llena lucia en el cielo. El viento tibio del desierto dejaba escuchar a los coyotes aullar, los cascabeles de las víboras se pronunciaban anticipando su presencia.  Alguna liebre se pone alerta ante los depredadores, mientras una fogata arde en el centro de los tipies de la aldea chiracahua y sus habitantes se sientan alrededor en una ceremonia previa al inicio de una batalla. Entre bacanora y la pipa de la paz, alababan a sus dioses invocándolos a protegerlos de la guerra y los invasores de sus tierras. Las danzas no se dejaron esperar con tambores tribales y ritmos animados.

 En el pueblo, la gente se guardaba en sus casas tratando de protegerse de algún posible ataque. Los hombres de la región preparaban sus armas por si era necesario usarlas. Así pasaron las noches y el tiempo de paz llegó a su fin. A la media noche del 24 de febrero, una cabalgata de guerreros indios invadió el pueblo, atacando las viviendas y negocios, con hondas tirando piedras y flechas envueltas en llamas los gritos de los chiracacuaguas eran aterradores. 

El sheriff se juntó con sus pistoleros y salieron al enfrentamiento apoyados por la gente de la zona. Inmediatamente subí al techo del hotel del pueblo y desde allí disparaba a diestra y siniestra al enemigo, pero eran sumamente agiles e inteligentes, nos tenían rodeados y parecía que eran infinitos. Uno de ellos tomó a un niño y decidí bajar a rescatarlo. Logré arrebatarlo de sus manos y peleamos hasta que él cedió y allí sucumbió, los disparos y las flechas no paraban.

Avanzaba por la calle principal abriendo paso a los demás tiradores cuando frente a mí vi un corcel negro con un diamante blanco en la frente: lo montaba Lobo que Danza. Se dirigió hacia mí portando un Tomahawk en su mano y un arco a sus espaldas. Realicé varios disparos tratando de acertarle, pero no tuve éxito mientras el caballo seguía de frente intentando arrollarme. Lanzó su arma hacia mí pero también falló se devolvió rápidamente pero en esta ocasión me lancé hacia él. Tirándolo del caballo nos enredamos en una pelea cuerpo a cuerpo. Sentía que era invencible: su fuerza y destreza eran únicas. En cierto momento de la riña me levantó en sus brazos lanzándome hacia un bebedero de caballos. Caí de manera tan brusca que el recipiente se reventó.

 Aturdido en el piso, alcancé mi pistola que yacía en el suelo. Debido al combate me levanté apuntando hacia Lobo que danza, mientras tanto, tomó el arco de su espalda disparando su flecha. Con gran velocidad surcó el aire atravesándome el hombro izquierdo y con un acto reflejo disparé mientras visitaba el suelo nuevamente. Me repuse lo más rápido que pude y pude ver al gran guerrero derribado y sin vida, pues la bala de mi colt 45 había atravesado su corazón. Caí sin sentido: había perdido mucha sangre. 

Tres días después desperté en una cama, de pie al lado de la misma se encontraba el doctor, el cual me preguntó cómo me sentía. Conteste que no me podía quejar: estaba vivo. 

“Y usted, ¿cómo me ve? ¿Ya podré levantarme?” pregunté. 

“En general está usted bien. En unos días estará recuperado al 100% de su salud, pero es necesario que se mire al espejo. Creo que no volverá a ser el mismo” me dijo el doctor. Con tono de burla contesté “no se preocupe nunca fui bien parecido”.

“Bueno al menos su sentido del humor no ha desaparecido”. Con esas últimas palabras me ofreció un espejo de mano, haciéndome un gesto con los ojos lo tomé.

 No podía digerir lo que la imagen me reveló: mi piel se había vuelto rojiza en su totalidad. Miraba mis manos, así como el resto de mi cuerpo, la mitad de mi cara presentaba los colores de Lobo que Danza mismos que usaba en combate. Y mi mirada ya no era la misma tenia dos tonos en mis ojos. El negro profundo de la noche que dibujaba el desierto y el azul del cielo que representaba el origen de mi raza. 

Asombrado, pregunté al doctor si el había sido el autor de tan bizarra mezcla y solo contestó: “La profecía se cumplió” 

 Y esto, amigos, es la historia de mi destino, y el destino del guerrero indio más temido de la región, del cual llevo la evidencia de su existir el resto de mis días. Y quedará  la incógnita de si fui su verdugo o simplemente el elegido para acabar con su liderazgo y evidencia viviente de quien él fue.

  “ESTA ES LA NATURALEZA DE MI SER”.

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