Al término de esta semana se cumplen 88 años del arribo de 456 niños españoles a nuestro país. Transportados en el barco francés “Mexique” fueron traídos a México por una iniciativa de Lázaro Cárdenas y su esposa Amalia Solórzano. Como hijos de activistas que luchaban contra el franquismo, los menores corrían riesgo de muerte en su país. Se les convenció de desprenderse de sus familias de origen con la idea de tomar unas vacaciones, cuando en realidad se convirtió en un viaje sin retorno, no al menos en las circunstancias que se les habían planteado al embarcar. Llegaron al puerto de Veracruz y de ahí fueron movilizados hacia su destino final en Morelia, a la que se denominó la Escuela Industrial España- México. En su trayecto marítimo pasaron por la isla de Cuba, donde el régimen de Batista no les permitió hacer una escala. Ya en suelo mexicano se movilizaron en tren, primero a la ciudad de México para un encuentro con el presidente Cárdenas y su señora esposa, y finalmente a la ciudad de Morelia donde radicaron en forma definitiva.
Lola Moreno, escritora española avecindada un tiempo en nuestro país, en su libro “La identidad perdida” narra las andanzas de estos pequeños desde su lugar de origen hasta el asentamiento en la capital michoacana. A través de un par de personajes centrales, Cosme y Amparo, la autora va narrando los vaivenes sufridos por esos niños españoles sacados de su tierra durante un conflicto bélico, y que representan gran parte de los destinos de esos 456 niños originales que jamás regresaron a vivir al Viejo Continente, y que si acaso lo visitaron fue en calidad de turistas, para tratar de rescatar algunas de sus memorias lejanas, no pocas veces con resultados desalentadores.
En la escuela industrial niños y niñas recibieron capacitación en diversos oficios manuales que más adelante les permitirían un modo de vida. Al paso de los años, fundamentalmente al cumplir la mayoría de edad, los jóvenes abandonaron las instalaciones de lo que había sido su hogar durante todo ese tiempo. Lo hicieron con un puñado de monedas y nada más. Muchos de ellos ni siquiera contaban con un documento de identidad, de modo que no existían, ni como españoles ni como mexicanos. Enlacé esta lectura con un video alojado en YouTube, que se intitula “Los niños de Morelia” de Juan Pablo Villaseñor, filmado en el 2004, en el que se entrevista a un grupo de adultos mayores pertenecientes a esos niños españoles llegados en 1937. Da cuenta del dolor que generó ese desprendimiento súbito de sus raíces, la pérdida de lazos familiares, pues aun cuando muchos de ellos continuaron recibiendo correspondencia de sus familias de origen, el tiempo y la distancia hicieron lo suyo para desgastar esas relaciones. Alguno de ellos reclamó que, después de setenta años (al tiempo de la entrevista), tenía que seguir tributando ante el SAT como extranjero por su trabajo. Se percibe un profundo dolor manifestado de diversas maneras, que nos lleva a preguntarnos, a la vuelta del tiempo, si arrancarlos de sus orígenes fue lo mejor para ellos.
México se ha caracterizado por ser un país que acoge de buena gana a los extranjeros. Al menos de ese modo ocurría hasta que la migración masiva con los fenómenos sociales que conlleva nos ha colocado un tanto a la defensiva. Aun así, al menos en lo que Lola Moreno relata, un grupo de 50 chiquillos mexicanos que fueron internados junto con los españoles en la escuela industrial, no pocas veces hicieron ver su suerte a estos últimos de muy diversas formas, como manifestando algo de celos por la acogida que el país les proporcionaba. De igual manera, según relata la escritora, muchas familias morelianas se mostraron escépticas hacia los chiquillos extranjeros, y no fue sino el paso del tiempo lo que logró vencer esas barreras.
Es fundamental abarcar los fenómenos ocurridos a través de la historia y la geografía de diversos modos. No quedarnos con la versión “oficial” de las cosas, sino explorar los hechos desde las diversas aristas que tienen. Recordar, como diría José Revueltas, que la historia se escribe a través de las pequeñas situaciones cotidianas que ocurren mientras los grandes acontecimientos se llevan a cabo. Zambullirnos en la mente y el corazón de los personajes para tratar de abordar hasta qué punto un conflicto macro repercute de una forma tan profunda en los participantes directos o indirectos, máxime en los más vulnerables, como fue el caso de estos niños.
“Llevo a Morelia en la sangre” expresa alguno de estos viejos hispano-mexicanos. Algunos formaron aquí su familia, otros han gozado la belleza del entorno michoacano, unos más cobijan bajo las sombras de los árboles que pueblan los hermosos jardines y parques de la ciudad capital, los sueños que se han quedado como tales en el centro del pecho.
8 de junio: Buen momento para recordar que ellos no llegaron a robarnos nada a los mexicanos. Todo lo contrario, vinieron a darnos una lección de lo que es la nobleza del corazón para quien acoge y hace suya la tierra que le fue impuesta desde fuera.
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