Los Olvidos | 7

A pesar de no haber podido platicar con don Marcelino, no me sentía frustrado. El recorrido por la casa había sido un verdadero viaje. Al ir  conduciendo mi auto de regreso a casa de mi mamá, me...

21 de octubre, 2020

A pesar de no haber podido platicar con don Marcelino, no me sentía frustrado. El recorrido por la casa había sido un verdadero viaje. Al ir  conduciendo mi auto de regreso a casa de mi mamá, me di  cuenta de que estaba tarareando la canción de “Kiss me once and kiss me twice…”.

Recordé la letra y me invadió un sentimiento de querer volver, de estar en Los Olvidos nuevamente y no salir de ahí; como si la voz de la mujer que había escuchado sobre la saliente de la terraza fuera un hechizo irresistible. Poco a poco iban regresando a mi memoria  líneas de la tonada:

“No imaginé que alguna vez estuvieras de pie tan cerca de mí…”

Y según iba recordando, la música surgía en mi mente junto a la letra:

“Siento tantas cosas que quisiera decirte, que no pueden esperar a otro día.

Bésame una vez, y otra vez y  luego otra vez, ¡ha pasado tanto  tiempo!”.

La sensación de tibia intimidad que experimentaba, por momentos se hacía más intensa, como si la canción se tratara de mí; de la incontenible necesidad de besar  y ser besado tras una muy larga ausencia…

“No he sentido así en ya ni siquiera recuerdo cuanto, ha pasado tanto, tanto tiempo.

“Nunca sabrás en cuántos sueños has estado conmigo,  ni qué tan vacío parecía todo sin ti”.

Habría podido cerrar los ojos y flotar por encima de Los Olvidos; verla desde lo alto pensando en la joven que había visto pasear por el jardín momentos antes…

Asocié su imagen con la voz que había escuchado en la saliente del corredor, sintiendo que ella era la misma que  apenas si susurraba la canción a mi oído estrechándose suavemente contra mi cuerpo al ritmo de la música…

“Así que bésame una vez, y luego otra vez y una vez más. Ha pasado un largo, largo tiempo”.

Me nació un deseo incontenible de besarla, pero no con arrebato sino apasionada, suave y lentamente; besarla sosteniendo su talle y cerrando los ojos para verla bien y escuchar el oleaje de  su respiración.

De pronto, casi sin darme cuenta,  estaba yo cruzando  bajo el  arco del Club de Pesca y en ese momento se disipó el ensueño regresándome a la realidad.

¿La realidad?

A mi paso por playa Manzanillo, las imágenes parecían cambiar a blanco y negro; el paisaje semejaba los retratos del fotógrafo Pintos.

Un Acapulco exuberante y salvaje; un Acapulco de pelícanos y gaviotas, de pericos y papagayos que mudaban su plumaje de blanco  y negro a estallidos multicolores.

Muy cerca del antiguo malecón vi de repente un hidroplano de Panamerican Airways anclado tranquilamente, mientras los pasajeros se acercaban al muelle a bordo de lanchas de madera con motor fuera de borda.

Los sombreros de ala anchísima de las damas, semejaban ramos de flores silvestres; no se podían ver sus rostros, pero se adivinaba su belleza.

Parecía estar transitando entre dos tiempos, pero no me sobresalté; por el contrario, me dejé llevar gustosamente, hasta el punto que el automóvil parecía conducirse solo.

Cuando el paisaje recuperaba los colores, parecían salidos de algún álbum de la juventud de mis papás; colores que brotaban de revistas antiguas de National  Geographic o de Life.

No pareció transcurrir el tiempo durante mi trayecto de regreso a la casa, pero  cuando llegué  apareció mi mamá que nada más verme me dijo:

-¿Cómo te fue?

No me sentía especialmente comunicativo, pero entendí que habría sido  imposible no contarle todo. Nos sentamos bajo la sombra de su árbol favorito.

En el jardín había garzas blancas que pasaban de camino a la laguna de Tres Palos.

Ya era la hora de la comida, pero nadie tenía hambre, lo bueno del ceviche casero y del cocktail de frutas,  es que puedes asaltar el refrigerador en cualquier momento y servirte a discreción.

La curiosidad mal disimulada de mi mamá se delataba por su hospitalidad inusual. ¿Desde cuándo mi madre me preparaba cubas a mí?

Ha de haber querido que se me soltara la lengua con la combinación y que de verdad le contara yo todo lo que había pasado más  lo que su  imaginación le hubiera insinuado durante la mañana mientras esperaba mi regreso. Deliberadamente me hice el parsimonioso y primero le di un trago a mi cuba diciéndole lo bien que le había quedado.

-No me enrolles niño.

-Cuéntame cómo estuvo la visita a Los Olvidos.

-Pues ahí te va. Para comenzar no estaba don Marcelino.

-¿Entonces no  pudiste entrar?

-No dije eso. La que me abrió fue su esposa y bien amable me dijo que pasara a esperar a don Marcelino que había tenido que salir a un mandado.

-Como no tenía prisa caminé despacio hacia la terraza de los arcos y me detuve en la saliente de la orquesta.

-Me quedé ahí un rato imaginando cómo han de haber sido ahí las fiestas; imaginé a las mujeres con vestidos largos de colores claros y de telas ligeras;  peinadas al estilo de Rita Hayworth,  de Bárbara Hutton o Dolores del Río… ¿Te acuerdas de la canción “Kiss me once” que luego tocas en el piano? Yo creo que de haberla oído tantas veces, tal vez me sugestioné porque me pareció escuchar que la cantaba en  voz muy baja una mujer; una voz baja que, sin embargo, se distinguía de la orquesta cuyos acordes semejaban más bien un  murmullo transportado por la brisa. El hecho de haber estado  en la saliente de la orquesta me transportó mas lejos que lo que conscientemente podría reconocer;  ahora que te lo estoy contando,  me acuerdo de las veces que has dicho lo que es estar enamorado del amor. Me sentía protagonista sin ver a nadie y sin que nadie me mirara o, si acaso, la única que me veía a mí, pero yo no a ella, era la mujer que cantaba tan clara como suavemente.

-¡Caray niño, qué inspirado! Te lo digo en serio: qué bonito lo describes. Hasta puedo sentir lo que sentiste porque además esa canción me encanta. ¿Y no llegó don Marcelino? ¿No recorriste la casa como tenías pensado?

-Claro que si la recorrí y don Marcelino llegó aunque nada más para disculparse y decirme que fuera mañana porque cuando  menos, toda la semana que entra va a estar su patrón con unos invitados.

-¿Y qué más viste?

-Pues fíjate que Don Marcelino dejó algunas habitaciones abiertas para que las pudiera yo ver por dentro. No las vi todas porque además son 12 con sus respectivos baños y algunas tienen, según pude apreciar,  hasta una especie de antesala o salita como si fueran suites.

El vaso de mi cuba libre sudaba como la Yoli de doña Rosita dos días antes. Hice una pausa sin intención de hacerme el interesante sino para ordenar mis ideas mientras saboreaba jugando con los hielos y veía que mi mamá apenas podía contener su curiosidad o reprimir las ganas de que le siguiera contando.

-Yo creo –le dije– que todas las habitaciones deben ser muy parecidas. Todas estan pintadas de blanco en tanto todos los exteriores de la casa tienen el mismo color de El  Mirador. La primera habitación a la que entré, estaba amueblada de todo a todo; pero como ya te dije, no hay sillas de descanso en los corredores ni en la terraza de los arcos ni bajo la pérgola del tercer piso. Imagino que los tendrán almacenados en alguna parte de la casa y que los sacarán cuando haya visitas. Algo que me llamó mucho la atención fue el olor a cedro de las ventanas y las puertas que son iguales a las de La Riviera o de la casa Ralph en La Pinzona.

-¿Y los ventiladores son de techo como en la casa Ralph?

-No, jefa, las habitaciones están orientadas de  tal manera que todo el tiempo les corre brisa porque tienen además ventanas de ambos lados sobre los corredores. Basta con que abran la persianas para que corra el viento y sin la lata de los mosquitos porque los mosquiteros se ven en buen estado. Fíjate que estuve un rato sentado en la primera habitación y cuando  salí pude ver que por el jardín estaba una joven caminando entre las palmeras con un vestido claro muy bonito. Pero en eso escuché la voz de don Marcelino que venía llegando y me distrajo; cuando volví a mirar hacia el palmar ya no estaba la joven. Lo curioso es que cuando le pregunté a don Marcelino si tenía huéspedes o invitados me dijo que no. Don Marcelino gusta de hacer bromas y de observar mucho cuando habla con alguien.  Después que le dije de la joven por el palmar, enigmáticamente me dijo que la casa no parece que tenga vida ¡sino que la tiene! Poco antes de dejarlo me dijo algo que mi papá me había dicho de los conventos y los cuarteles. Mi papá me ha dicho que en los conventos abandonados es frecuente escuchar los rezos de los religiosos, lo mismo que en los antiguos cuarteles ya sin tropas es normal escuchar órdenes  de clarín, pasos marchando, voces de mando y demás sonidos habituales. No es cosa de fantasmas sino de energías persistentes que permanecen. El caso es que poco antes de dejar a don Marcelino,  me dijo que en Los Olvidos hay grabadas muchas cosas: imágenes, recuerdos, murmullos, voces y hasta presencias. No me lo esperaba yo de don Marcelino, pero me dijo que en Los Olvidos puede percibirse como si flotaran por sus corredores juramentos de amor eterno y promesas de enamorados. Todo lo que dijo don Marcelino suena muy bonito, pero ahora que te lo estoy contando,  me viene otra sensación, un sentimiento oscuro como de miedo, como si algo ominoso o muy feo conviviera en Los Olvidos con las huellas hermosas, y  en la combinación prevaleciera la parte oscura, dándole ese aire de nostalgia que ya  se le percibía cuando  la veía yo desde La Sinfonía. Ya se me quitaron las ganas de seguir hablando de tus Olvidos.

-Ahorita que describiste esa especie de nubarrón o de niebla oscura, sentí frio recorriendo mi espalda. Yo no tengo hambre. Si tú tampoco quieres comer, te invito a que nos vayamos caminando al Revolcadero.

Le dije que no tenía hambre y nos fuimos tranquilos y sin prisa, sin decir palabra alguna, hasta  que llegamos a la playa y nos sentamos bajo una palapa esperando a ver la puesta de sol.

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