Las convulsiones del lenguaje

No olvidemos que la violencia es un cebo, no una sentencia, y sólo cae el que se deja seducir por su aroma.

11 de marzo, 2022 Las convulsiones del lenguaje

Para las cosas de la razón la lengua es bastante solía decir Alfonso Reyes. El lenguaje lo es todo, la forma en que comprendemos el mundo, cómo lo interpretamos y de qué manera nos relacionamos con él. Somos las palabras que escuchamos y asumimos, somos también las que pronunciamos y la forma en que las utilizamos; son esa materia rica, maleable, a veces un poco rebelde con la que lo mismo labramos una escultura con una piedra o le sacamos las tripas al vecino. Palabras, solo palabras, tinta que borra el agua, voces que el viento se lleva y, al mismo tiempo, las maneras en que nos conducimos diariamente.

Ni usted, ni yo, ningún ser vivo, puede considerarse completamente sano, cualquiera lo sabe, hay días buenos y días malos, a cada momento se trama algo en nuestro cuerpo y aunque nos sentimos bien, una piedrita se está formando en un riñón, el corazón se fatiga mientras caminamos por la calle, nos tomamos un café y nos sentimos si no mejor que nunca, al menos sí de manera normal. Cualquier día el corazón nos da un aviso, un pequeño dolor en la espalda nos dice que llegó el momento de hacer un alto, consultamos a un médico, miramos la internet, preguntamos a los amigos y comenzamos a cambiar la dieta, a beber agua, algún valiente tira a la basura su última cajetilla de cigarros. Por esta vez hemos tomado medidas a tiempo y hemos recuperado el equilibrio hasta la próxima advertencia y si no somos cuidadosos, hasta la próxima crisis.

He aquí los avisos, la polarización del lenguaje en nuestra sociedad, la división profunda que se nos ofrece como mecanismo de cambio, los unos contra los otros, en todos los planos posibles; un aire de guerra que se cuela como un espectáculo donde juega la nostalgia del cliché soviético y el viento del pueblo agredido, una narrativa dirigida a los sentimientos y no al sentido crítico; un ambiente económico enrarecido en el que las personas de a pie, que tenemos que pagar las facturas del mes, no sabemos cómo nos va a pegar esta economía de guerra; meses de encierro y de pronto, no poco a poco, sino de pronto, la libertad; ejecuciones sumarias y fusilamientos a la más vieja escuela; revocación o ratificación, charro o fifí, Kvyv o Kiev, cubrebocas o caras descubiertas, he ahí los dilemas sometidos al acelerador de la información instantánea y el manoseo de las redes sociales.

Un sábado dos equipos rivales se enfrentan en la cancha de una ciudad que no tienen, en particular, un problema de violencia urbana; hay movimiento en las tribunas, el partido se suspende, los jugadores se ponen a buen resguardo y cuando el sol se ha puesto yacen muertos y heridos en un patético campo de batalla. Más tarde, un diputado local hablará de inadaptados que deben ir a la cárcel, son ellos o nosotros, es la dialéctica del enemigo, pero pide el sabio legislador que el estadio no se cierre porque ¿qué culpa tienen los niños? Ellos y nosotros, los unos y los otros lanzándonos palabras que luego, en un momento se transforman en palos y sillas y luego, cuando la situación y los ingredientes han madurado, en balas y luego en bombas. Ya entonces es tarde y es el momento en que ya nadie escucha a Rafael Alberti decir, siento heridas de muerte las palabras.

El lenguaje, entre otras, pasa por dos paradojas, la de la limitación, que consiste en que las palabras nunca alcanzan a decir lo que pretendemos, por eso inventamos la poesía y la literatura, por eso exigen que se usen con cuidado para lograr su mayor precisión; y, la otra, la de la soledad, el lenguaje se labra y se usa en la soledad del que pronuncia las palabras o las escribe pero es, al mismo tiempo la única manera real que tenemos para conocer a los demás y vivir en sociedad. Hablando en plata, llegó el momento de detenernos, el momento de dejar de invocar los fantasmas y los monstruos del lenguaje y la violencia. No lo harán quienes han invertido en el dolor y el desencuentro, no pararán hasta cobrar sus réditos, pero nosotros, los de a pie, los de todos los días tenemos no podemos colaborar con nuestro propio daño.

Vuelvo a otra frase de Alfonso Reyes, no olvidemos ser inteligentes; no olvidemos que la violencia es un cebo, no una sentencia y sólo cae el que se deja seducir por su aroma.

César Benedicto Callejas.

Escritor, analista.

@cesarbc70

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