El 23 de abril pasado se celebró, como todos los años, el Día Internacional del Libro. Como es conocido, se conmemora en ese día porque coincide con la fecha de la muerte de Miguel de Cervantes Saavedra y William Shakespeare. Es común que durante estas fechas se organicen ferias de libros y campañas para promover la lectura.
Sí, me refiero a esas famosas campañas a favor de la lectura, en las que se enlistan una serie de atributos que obtendremos de manera casi mágica gracias a los libros:
“Leer te hará más listo”;
“Leer te hará exitoso”;
“Leer te hará más guapo”.
Debo admitir que dichas campañas pueden ser más intimidantes que seductoras. Por ejemplo, muchos promotores, como intelectuales o escritores (cuyas buenas intenciones no pongo en duda) en entrevistas suelen aparecer con libreros rellenos detrás de ellos. Por ello, entiendo que alguien pueda pensar algo más o menos así:
“¿Para ser un lector necesito una biblioteca? ¡Santo cielo!”.
Realizar un análisis de las campañas para fomentar la lectura es todo un rollo: hay quienes están a favor y hay quienes consideran que son inútiles y, en el mejor de los casos, ineficaces y fuera de la realidad de los mexicanos. Como en toda discusión, ambos lados tienen argumentos fuertes y débiles.
Por eso, hoy no vengo a echarle un rollo para convencerlo de que se vuelva un lector empedernido de la noche a la mañana. Tampoco vengo a compartirle la proverbial foto mía con libreros llenos detrás de mí. Mucho menos vengo a criticarle sus hábitos lectores. Eso lo sabrá usted y nadie más puede decirle si está bien o mal.
Si usted disfruta de la lectura, ¡perfecto!
Si no, ¡también!
Afortunadamente, vivimos en un país libre.
Sin embargo, me gustaría contarle una humilde y personal experiencia que tuve con la lectura durante un momento muy oscuro de mi vida y cómo, de cierto modo, me salvó.
I’ve got the blues
Como George Orwell se describió en uno de sus ensayos, yo también fui un niño solitario y tímido. En mis ratos libres entre tarea y tarea, solía tomar libros de Arthur Conan Doyle y Julio Verne de la colección de mi madre (ediciones de pasta blanda, que quedaban bastante cachiporreadas después de leerlas) y pasaba las tardes imaginando las hazañas de Sherlock Holmes y las aventuras de Phileas Fogg. Durante muchas tardes de mi infancia y adolescencia, ellos fueron mis amigos con quienes viajaba al mismísimo centro de la Tierra o con quienes resolvía crímenes en las calles de Londres.
¡Suena cursi, pero así fue para mí!
A partir de esos días, el hábito de la lectura me siguió durante gran parte de mi vida; sin embargo, por allá de 2014, empecé a distanciarme de la lectura. En parte, por las obligaciones laborales, en parte por la familia, en parte por no encontrar algún libro que encendiera esa llama dentro de mi corazón como antes. En mi burbuja cotidiana y citadina, empecé a extrañar esas historias que me transportaban a otros mundos y me hacían olvidarme del trajín diario.
Leer ya no era lo mismo de antes.
Fast forward a 2017. No fue un año bueno para mí. Es más, diría que fue uno de los más duros en memoria reciente: terminé una relación complicada que casi quiebra mi espíritu. Después, me alejé de mis amigos y conocidos y comencé a sentirme aislado y solitario. El trabajo era lo único que me mantenía conectado con este mundo. Inevitablemente, cual Titánic de carne y hueso, me dirigí al peor iceberg con el que se puede encontrar una persona aislada y con el espíritu quebrantado: una crisis depresiva profunda.
Sabía que era momento de buscar ayuda profesional. Por cierto, si usted atraviesa por algo similar, ¡busque ayuda! Para no hacerle el rollo muy largo, en esas terapias, una de las tareas que me asignó la doctora fue buscar algo que me apasionara. “Leer”, le dije a mi terapista. “Pero justo ahora, doctora, no hay alguna lectura que me llame la atención como antes”. La doctora me motivó para que buscara algún libro nuevo, que experimentara de nuevo con mi antigua pasión lectora.
Así fue como me encontré con un sitio de comedia estadounidense. En él, había varios podcasts en donde se reseñaban libros de Kurt Vonnegut. Por ejemplo, Breakfast of Champions, Sirens of Titan, Timequake, Hocus Pocus y God Bless You, Mr. Rosewater. Parecían historias únicas, dignas de volver a tomar un libro. Así que me propuse algo: conseguir alguna de esas novelas y averiguar si Kurt Vonnegut y yo teníamos química.
¡Solos nunca más!
Meses después, logré salir de mi crisis depresiva a base de terapia y libros. En esto último quiero centrar la atención: leer a Kurt Vonnegut cambió mi vida por dos razones. En primera, porque leer Sirens of Titan me encontré con un pasaje que enmarcaré algún día para nunca olvidarlo:
A purpose of human life, no matter who is controlling it, is to love whoever is around to be loved.
Porque a veces olvidamos que esa es una de las razones por las que estamos en el planeta. Leer a Vonnegut y sus relatos llenos de humanidad fue algo que ayudó a sentirme un poco menos solo en el mundo. Hay quienes dicen que leer es un acto “solitario y egoísta”. Bueno, eso depende del enfoque que cada uno le dé. Leer la obra de Kurt Vonnegut me permitió, a través de foros y las redes sociales, conocer a varias personas alrededor del mundo, quienes se convirtieron en amigos míos. Poco a poco, se diría, me uní a una especie de familia extendida con miembros alrededor del mundo.
La segunda razón por la que leer a Kurt Vonnegut me ayudó a salir de mi crisis depresiva fue porque su obra me recordó que las pequeñas acciones hacen una gran diferencia en el mundo. Leer God Bless You, Mr. Rosewater de Kurt Vonnegut fue mi call to action, uno más poderoso que el de cualquier influencer, youtuber o booktuber. Esta novela trata sobre Eliot Rosewater, un veterano de guerra millonario, quien decide abandonar Nueva York y dirigir la fundación Rosewater en una ciudad olvidada de Indiana. Ahí, Eliot decide que su propósito será “proveer de una cantidad ilimitada de amor y limitadas cantidades de dinero” a todo aquel que necesite.
Cuando terminé de leer esta novela quise ser como Rosewater. También quise que hubiese más personas como él en el mundo, que toman acción y deciden hacer cosas para mejorar el mundo. Así, con mis limitados recursos (al fin y al cabo, yo no provengo de una familia rica) decidí tomar acción: encontré aquellas causas con las que empaticé y que requerían ayuda y decidí apoyarlas.
Así fue como descubrí que la lectura sí puede salvarnos y proveernos de un sentido en la vida cuando más lo estamos buscando. Al menos, así pasó conmigo. Espero que usted no tenga que atravesar por una crisis depresiva para disfrutar de la lectura; sin embargo, si por alguna razón le ocurre, quiero decirle dos cosas. En primer lugar, que usted no está solo: muchos hemos pasado por algo así y siempre estaremos para apoyarnos. Y segundo, no menosprecie el valor que puede tener el arte en nuestros momentos difíciles y oscuros. El arte, en cualquiera de sus formas, es capaz de proveernos de humanidad. Y más aún: es capaz de regalarnos una “familia extendida” en los momentos en los que más la necesitamos para apoyarnos.
Gracias a la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística, AC por otorgarme los Reconocimientos al Mérito de la Producción Editorial y a la Difusión Histórica y Cultural
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