Autor: Roberto R. Aramayo Profesor de Investigación IFS-CSIC (GI TcP Etica, Cine y Sociedad).
El 22 de abril se cumplen 300 años del nacimiento del filósofo Immanuel Kant. La Revista de Occidente ha dedicado a esta conmemoración su número 515. Allí se reproducen las reflexiones que el filósofo José Ortega y Gasset publicó en sus páginas hace un siglo.
En el texto, Ortega explica que ha decidido habitar dentro del pensamiento kantiano durante una década. Alega que no puede comprenderse la modernidad sin hacer algo similar, porque fue Kant quien supo condensar los resortes que a partir del Renacimiento movieron la maquinaria cultural europea.
Por lo tanto, para estar a la altura de su época, Ortega estima conveniente contemplar su propio tiempo desde una perspectiva tan privilegiada y panorámica como la kantiana. Así, el filósofo se instala en Marburgo, buscando comprender los entresijos de las Críticas kantianas paseando por la orilla de río Lahn.
Una mirada a sus contemporáneos
La Ilustración alemana (Aufklärung) encuentra en Kant su representante más insigne, sin duda porque acertó a sintetizar las aportaciones hechas por los ilustrados escoceses (David Hume y Adam Smith) y los enciclopedistas franceses (Rousseau y Diderot).
Admirador de la física newtoniana, Kant se convertirá en un ardoroso defensor de los derechos humanos tras leer Del Contrato social y el Emilio o de la educación de Rousseau. Además hace suyas las ideas plasmadas en la Enciclopedia de Diderot.
Para Kant, Jean-Jacques Rousseau es el Newton del mundo moral, por haber descubierto algo similar a una ley de gravitación universal dentro del ámbito político, dando un punto de apoyo a unas leyes autónomas proporcionadas por los propios ciudadanos.
El escepticismo metodológico de David Hume le sirve para llevar a cabo su revolución copernicana en la teoría del conocimiento y dar a las pretensiones dogmáticas un golpe de gracia. Así, el saber partirá siempre de la experiencia y forjará hipótesis provisionales revisables con datos mejor contrastados.
Y de Adam Smith toma su idea de una mano invisible que regula no el mercado sino su propia filosofía de la historia.
La libertad propia y la del resto
La insociable sociabilidad definida por Kant (es decir, la tendencia de los seres humanos a vivir en sociedad y su resistencia, a la vez, a hacerlo) provoca que finalmente seamos nosotros mismos quienes debamos escribir el guión de nuestra película. Debemos confiar en el potencial generado por nuestro comportamiento ético, como si todo dependiese absolutamente de nosotros mismos.
Las ideas tienen una enorme rentabilidad para nuestra praxis y son una magnífica guía cuando se trata de orientar nuestro querer, siempre que nos propongamos ejercer nuestra libertad sin perjudicar a los demás.
Eso sí, las leyes deben valer para cualquiera bajo los principios de libertad, igualdad e independencia o emancipación civil. Esas condiciones posibilitan por añadidura que se pueda escalar en la posición social gracias a las propias capacidades y un empeño coronado por la suerte.
Para Kant, el papel de la filosofía sería someter a crítica cualquier cosa o parecer, comenzando por sus propias hipótesis, que no pretende imponer por autoridad, sino por la fuerza de los argumentos.
Decidir por nosotros mismos
Embelesado por una Ética demostrada según el orden geométrico, en la que Spinoza desgrana tesis, demostraciones y corolarios, Kant busca una fórmula similar a la de las matemáticas que sirva para verificar nuestros criterios morales, razón por la cual su Crítica de la razón práctica contiene asimismo definiciones, teoremas y problemas.
Lo que Kant nos propone es un formalismo ético donde cada cual debe generar sus pautas morales. Esto se hace mediante un sencillo experimento mental: preguntando a la conciencia si la acción elegida serviría para cualquiera, en cualquier momento y bajo cualesquiera circunstancias. Es decir, “obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal”. La cuestión es no tratar a las personas, ni tampoco a nosotros mismos, como meros medios, sino como fines.
Se trataría de que cada uno pensase por sí mismo, sin prejuicios, poniéndose en la piel del otro y actuando coherentemente con estas dos premisas.
Resulta muy cómodo que alguien decida por nosotros y nos guíe de forma paternalista. Kant denomina a esa opción “culpable minoría de edad”. Pero rendir cuentas de nuestros actos es lo que nos hace propiamente humanos. No asumir esa carga significa dimitir moralmente de nuestra humanidad.
La moral kantiana
Kant entiende que, cuando asumimos cualquier código impuesto, la ética individual hace mutis por el foro. Si acatamos unos mandamientos divinos como base de nuestra ética, obraremos como marionetas movidas por los hilos del temor al castigo y de la esperanza por alcanzar una recompensa. Por eso define a Dios como la idea de una razón ético-práctica y auto-legisladora. La voluntad santa de Dios es un ideal a perseguir constantemente sin alcanzarlo jamás.
En este contexto, Dios ni siquiera puede ser agente moral, puesto que carece de la imprescindible tensión entre las pasiones y el obrar virtuoso. En cualquier caso, incluso Dios tendría que someterse al principio ético de no instrumentalizar a nadie.
El héroe moral kantiano es en realidad un ateo virtuoso como Spinoza, capaz de comportarse bien sin temor al castigo en la vida eterna. Pese a ver cómo triunfan la barbarie y el sufrimiento que suelen atormentar a quienes menos lo merecen, Spinoza sigue siendo fiel a sus principios. Nuestra conciencia moral es la instancia suprema de nuestros dictámenes éticos y ninguna voz presuntamente celestial puede pretender aparentar una mayor autoridad.
La obediencia debida no tiene cabida dentro del planteamiento kantiano. Siempre nos cabe resistirnos a secundar ciegamente una cadena de mando que nos imponga barbaridades, lo que conlleva por supuesto asumir la responsabilidad y apechugar con las consecuencias.
Se desmonta así ese “sentido del deber” que alegaba Adolf Eichmann en su juicio de Jerusalén para justificar las atrocidades en las que participó en el Holocausto y que dio lugar al término que acuñó Hannah Arendt, la banalidad del mal. Explicaba entonces Arendt que no hacen falta monstruos para cometer las mayores atrocidades, solo gente obediente.
Un vistazo a la actualidad
A la vista del panorama internacional, el cosmopolitismo kantiano merece verse recordado. Conviene releer su ensayo Hacia la paz perpetua: Un diseño filosófico, cuyas tesis siguen proponiéndonos horizontes que requieren políticos morales y no moralistas políticos.
Ciertamente, Kant continúa siendo un buen interlocutor al preguntarnos por las mejores condiciones de posibilidad para una convivencia presidida por la co-libertad y la liber-igualdad. Sin el filosofo de Königsberg nuestro devenir cultural y el Siglo de las Luces hubieran sido muy diferentes.
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