Autor: Iris Lucio-Villegas Spillard Profesor de Filología Inglesa, Universidad Rey Juan Carlos
Este pasado lunes 13 de mayo, tras una década de demencia, fallecía Alice Munro a los 92 años. La Premio Nobel de Literatura canadiense –en 2013– situó de manera conjunta el cuento corto y la narrativa de autora en un primer plano literario, sugiriendo, o quizá confirmando, el fuerte nexo existente entre la visión y experiencia de las mujeres y la ficción breve.
Sin tener una agenda feminista, Munro se convirtió en la cronista por excelencia de las vidas de las mujeres del mundo occidental en el cambio de milenio. Su trabajo presenta posicionamientos epistemológicos alternativos, una hiperrealidad íntima que conforma una conciencia femenina colectiva.
Sus cuentos revelan una epifanía o comprensión emocional, una percepción momentánea y subjetiva de la realidad resultante del conglomerado de personajes y circunstancias de la ficción breve, tan distante de la representación objetiva –y masculina– de la novela.
Una despedida literaria previa
Tras cinco décadas como escritora y catorce colecciones de cuentos cortos, Munro se despide de nosotros solo en términos físicos, puesto que ya lo hizo en el ámbito literario en 2012 con la publicación de Mi vida querida.
En esta colección incluyó “Finale”, un cuarteto de cuentos –‘El ojo’, ‘Noche’, ‘Voces’ y ‘Vida querida’– que introdujo como “una unidad distinta, que es autobiográfica de sentimiento, aunque a veces no llegue a serlo del todo. Creo que es lo primero y lo último –y lo más íntimo– de cuanto tengo que decir sobre mi propia vida”.
Qué sorpresa se siente al comprobar que las líneas temáticas de estos cuentos coinciden con las de sus dos primeras colecciones –Danza de las sombras (1968) y La vida de las mujeres (1971)– y que sus palabras aclaran la ambigüedad del origen personal de su obra.
Resulta curioso además que “Finale” se lea como el cierre voluntario a un corpus literario que explora todas las facetas de ser mujer –hija, niña, amiga, mujer, esposa, madre, amante, persona– pero que reitera el énfasis, por su posicionamiento como última declaración, en los aspectos vitales que la autora considera de importancia.
Hijas y madres
La narrativa caleidoscópica de estos cuentos resulta visual y proyecta un álbum fotográfico de la trayectoria biográfica de Munro, ayudándonos a entender quién es y de dónde procede. Su lectura nos traslada al primer autorreconocimiento de una niña como un ente independiente de su madre.
Esto coincide con su primera comprensión de la muerte. Nos transmite que la memoria perdona los defectos y aumenta las cualidades positivas de las personas a las que queremos –con especial mención a su padre–. También, que la transición de niña a mujer revela la dualidad y naturaleza sexual de nuestra existencia. Entendemos que esto es parte de la vida, por oscura que la revelación pudiera parecer en la niñez y adolescencia. Es una parte esencial de nuestro despertar que somos capaces de discernir desde la perspectiva adulta.
En este cierre, las relaciones sentimentales o las experiencias de la madurez no tienen cabida. La autora se centra en hitos existenciales que cobran significado en el contexto de toda una vida, con su madre como protagonista. La despedida literaria de Munro cierra su ciclo personal y literario rindiéndole homenaje. Así encuentra paz en su memoria. Percibimos la complejidad de sus sentimientos, que dieron forma a su vida y a su arte, a su biografía y ficción, a menudo confundiendo los límites en un ejercicio literario de expiación y reconstrucción del pasado para encajar el presente.
La diada madre-hija envuelve “Finale”. Ahí está la ineludible figura de su madre descollando sobre los sucesos, a veces censora, otras embarazosa, pero siempre decisiva, con su enfermedad siempre próxima.
En ‘Vida querida’, el último cuento, y quizá el más conmovedor, Munro describe cómo era su madre antes de sufrir la enfermedad de Parkinson: una mujer que protege a su hija y proporciona una anécdota a la que aferrarse, una conexión entre un pasado desconcertante y su proyección en el futuro. En su propia conclusión, Munro la echa en falta: conversar con ella, compartir, perdonar y ser perdonada.
Munro declara que al final de la vida ya no necesitamos justificar nuestro comportamiento ante las personas a las que queremos. Afirma que, en ese momento, disculpamos nuestros fallos y alcanzamos el cierre y el perdón. Ambos están, de manera difusa, en nuestros orígenes.
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