El alma sonora del séptimo arte

En el gran escenario del cine, la música no solo acompaña, sino que también protagoniza, se convierte en personaje y, en algunos casos, supera a la propia película.

31 de marzo, 2025 La simbiosis entre imagen y sonido ha sido clave para que ciertas obras cinematográficas lleguen a ser iconos culturales.

En el cine, la música desempeña un papel fundamental que trasciende la simple ambientación. Es un lenguaje por derecho propio, una extensión de la narrativa visual que, en muchos casos, se convierte en el alma de la película. La simbiosis entre imagen y sonido ha sido clave para que ciertas obras cinematográficas lleguen a ser iconos culturales.

Las bandas sonoras no solo enriquecen la experiencia audiovisual, sino que, a menudo, son tan representativas de una película como los personajes o las escenas más emblemáticas. Algunas melodías se quedan en nuestra memoria colectiva, se asocian con momentos específicos y, al escucharlas, nos transportan inmediatamente a la atmósfera de la película. La música en el cine, entonces, se convierte en un elemento inseparable de la historia que se cuenta en la pantalla.

Un ejemplo claro de la potencia de las bandas sonoras es el trabajo de John Williams en películas como Star Wars o Indiana Jones. Las composiciones de Williams se han convertido en emblemas culturales, tan asociados con las películas que prácticamente no podemos separarlas de la imagen en nuestra mente.

La fanfarria de Star Wars, con sus cuerdas grandilocuentes y metales imponentes, es sinónimo de la lucha épica entre el bien y el mal, de la fantasía desbordante y la aventura. De igual manera, el tema de Indiana Jones es inmediatamente reconocible y evoca la emoción de las persecuciones y los misterios arqueológicos que definen a ese personaje. La relación entre música e imagen aquí no es accidental; la música define el tono y el ritmo de las aventuras, creando una atmósfera que no sería la misma sin esas composiciones inolvidables.

El trabajo de Ennio Morricone en los spaghetti westerns de Sergio Leone, como El bueno, el feo y el malo, es otro ejemplo paradigmático de cómo una banda sonora se convierte en la esencia misma de una película. Morricone, con su uso único de coros, silbidos y guitarras eléctricas, creó una atmósfera tan distintiva que incluso quienes no han visto estas películas pueden reconocer su música. Las melodías de Morricone se han vuelto sinónimo del desierto, la soledad y el silencio del viejo oeste, creando una tensión palpable que incrementa la violencia y la emoción en cada escena.

Además de la sinergia entre cine y música, la industria ha utilizado el patrimonio de la música académica o culta, llamada “música clásica”, de manera creativa y, a veces, subversiva. Un ejemplo fascinante de esto es la utilización de Tocata y fuga en re menor de Johann Sebastian Bach, una pieza utilizada para acompañar oficios religiosos, a lo largo de los años, ha sido adoptada por el cine en escenas de terror o lo sobrenatural. La obra, cuyo origen se encuentra en el barroco alemán y está cargada de una solemne espiritualidad, se asocia hoy en día con escenas de horror, como las de Fantasía de Walt Disney o las películas de terror clásicas.

Esta subversión del contexto original de la pieza muestra cómo la industria cinematográfica toma música de repertorios ajenos a su narrativa para potenciar la atmósfera y crear una asociación que se fija en la memoria del espectador. La elección de Tocata y fuga en este contexto refleja una de las tensiones más fascinantes del cine: la música puede adquirir significados completamente nuevos, incluso ajenos a su contexto original, y convertirse en el alma de la película, al mismo nivel que las imágenes mismas.

Por otro lado, el uso de la música culta en el cine también ha llevado a su democratización. A través de películas como 2001: Odisea del espacio de Stanley Kubrick, que empleó la majestuosidad de Así habló Zaratustra de Richard Strauss, o El pianista de Roman Polanski, que incluye piezas de Chopin, el cine ha acercado obras clásicas a públicos que tal vez no habrían tenido acceso a ellas. Estos momentos de conjunción entre lo clásico y lo cinematográfico no solo enriquecen la experiencia visual, sino que también permiten a los espectadores hacer conexiones más profundas entre la música y las emociones humanas universales.

En conclusión, la relación entre cine y música es una partitura que se ejecuta con precisión, donde cada nota tiene un propósito, ya sea para intensificar una emoción, para crear una atmósfera única, o para marcar la identidad de una película. Al igual que en una sinfonía, donde los instrumentos se complementan para generar una armonía, el cine y la música se entrelazan de tal manera que uno no puede existir sin el otro.

Las bandas sonoras han logrado lo que pocos elementos del cine consiguen: permanecer grabadas en el imaginario colectivo. Como una melodía que nunca se olvida, estas composiciones nos siguen mucho después de que los créditos finales desaparezcan. En el gran escenario del cine, la música no solo acompaña, sino que también protagoniza, se convierte en personaje y, en algunos casos, supera a la propia película, dejando una huella indeleble en la historia de la cinematografía.

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Adela Ramírez
Adela Ramírez Periodista. Se ha desempeñado en los medios informativos durante 25 años, así como en la función pública de Puebla y Oaxaca, además de la academia. Es guionista, productora y conductora de radio, asimismo, ha incursionado en la producción de noticias de TV, es content manager, community manager y escritora. Cuenta de X: @delyramrez

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