Dios, ron y cubilete

-Dios no juega a los dados- ha dicho la maestra hoy en clases.

-Así  es, hijos míos- contestó la madre jefa de la familia Machado camino de la escuelita a la casa- todo este mundo está perfectamente diseñado por el señor pensando en nosotros, sus hijos, y en nuestra felicidad plena; en la justicia para todos y en el goce equilibrado de todos los seres vivos, que Dios padre cuida a diario; el creador no nos deja nunca, no se olvida de nosotros porque es eso, nuestro papá celestial. 

-Qué gusto, mami, qué linda clase la de hoy. También me gustó mucho la primera semana del catecismo con las monjitas- terció el hermano más pequeño.

-Qué bueno, hijos. Si papá se fue al cielo luego de esa horrible enfermedad fue porque Dios tiene un plan perfecto para nosotros aquí en la Tierra, mis amores, y nada más que por eso, por lo mismo, nuestro deber es hacer el bien, y ser responsables cómo lo es Dios mismo y su creación perfecta: este mundo.

En una cantina, un grupo de amigotes, con varias botellas de coñac ya encima, jugaban a los dados, al cubilete para ser preciso, jugando fuerte en cada tirada, lanzando maledicencias, improperios y palabrotas con risotadas.

En eso, al Dios tirar su cubilete lo hizo con demasiada fuerza, yendo tres de los cinco dados a parar al suelo, rebotando lejos de la mesa en la que departía con sus compadres, algunos ángeles y un par de santos, haría un siglo ya canonizados por el sumo pontífice de entonces.

A la par, en lo que esos tres dados rodaban bruscamente por el suelo, en el camino del pueblo de la escuelita a la casa de la familia Machado, sobre madre y los dos niños caía del cielo un potente rayo, cuya luz relampagueante y estruendoso ruido cimbró a la comarca entera, estando apenas poco nublado, sin llover siquiera, matando a los tres Machado, madre e hijos en el acto.