Conocí a la insigne educadora

Rosaura Zapata Cano (La Paz, B.C.S., 23 nov. 1876 – Cd. de México, 23 jul. 1963).  UN RECUERDO EN EL 57 ANIVERSARIO DE SU FALLECIMIENTO.

19 de agosto, 2022

El añorado jardín de niños “Federico Froebel” aún se encuentra en su ubicación original, esquina formada por las calles Nicolás Bravo y Guillermo Prieto, en La Paz, Baja California Sur. Todavía se encuentra en pie aquel salón, creo ochavado, que durante mi niñez me parecía era circular. Actualmente el zaguán de acceso está sobre la segunda de tales arterias, pero en mis tiempos infantiles, teníamos que entrar por el portón de la calle Aquiles Serdán de la entonces primaria “Ignacio Allende”, hoy “Miguel Hidalgo y Costilla”. Seguiré empleando el término “Jardín”, que así es más conocido, aunque originalmente se decía “Kinder” (Kindergarten, en alemán), pero mantendré la expresión “Señorita”, que así estilaba decirse, aunque hoy se diga “Maestra”.

Para llegar a la entrada de nuestro jardín, los párvulos teníamos que caminar paralelamente a la serie de salones de tal escuela primaria, orientados de oriente a poniente, hasta culminar con el del 1er. Grado y, dando vuelta hacia la derecha, a unos cuantos pasos aparecía ese inolvidable zaguancito de vara trabada de palo blanco, al igual que todo el cerco, cubierto este por una enredadera de flores rojizas. 

Traspasando la entrada, a la izquierda se encontraba el Banco de Arena, delimitado ese rectángulo de algunos 3 x 4 m, por una guarnición cercana a 20 cm de alto, donde solían llevarnos nuestras Señoritas durante el recreo, asimismo, a pasearnos en los cercanos columpios y deslizarnos en los resbaladeros. A la derecha se hallaba un largo salón, que era una especie de área general de actividades. 

Recuerdo bien en este local un piano vertical negro, con el que acompañaba nuestros cantos la señorita Josefina González, pues me tocó, cursando el 3er. Grado, ser integrante de la orquesta, tocando las claves y, los otros elementos ejecutando triángulos y panderos. Una de aquellas cancioncillas esto expresaba: Otoño mece la siega, / la pródiga y rica estación, / estación de las aves doradas…

Tal espacio creo funcionaba también como 2º. y 3er. Grados, a cargo de las señoritas Mela y Bertha, respectivamente. Disculpad, pero no recuerdo qué grupo tenía la señorita Chayito Agruel. También laboraba como ayudante en ese jardín una agradable y esbelta muchacha de nombre Leticia. Este amplio salón en su parte media tenía una puerta elevada que, mediante unos escaloncitos se llegaba a ella y, al abrirla nos encontrábamos con el teatro, cuyo pórtico al fondo por suerte no ha sido demolido. 

En sentido inverso, los espectadores, en la pared podían apreciar en el extremo izquierdo la imagen pintada de un bailarín y, en el derecho a una bailarina, tal vez ejecutando el jarabe tapatío. Desgraciadamente se me extraviaron unas fotos, donde en grupo hicimos una presentación rítmica en este teatro, todos con blanco uniforme y gorro, sosteniendo un sartén en siniestra golpeándolo con un cucharón en diestra.

Un día, con el fin de seguir cultivándose una parcelita sembrada con diversas flores, nuestras señoritas nos dijeron que a todos los párvulos nos llevarían a traer abono. En fila de dos, tomados de la mano y, con la mano libre cada cual portando un baldecito de plástico color amarillo, a los cuales ellas le llamaban cubo; palabra que no me satisfacía del todo pero que, al pasar de los años me sirvió para entender la expresión A ojo de buen cubero.

Enfilamos sobre la banqueta hasta llegar al cruce de Nicolás Bravo e Ignacio Ramírez, donde giramos a la derecha hasta un lugar ubicado entre Rosales y Allende, acera poniente, frente a la intemporal e imponente casona propiedad de la familia Angulo. Se trataba de un establo colindante con un arroyo. Llenamos nuestros cubos y regresamos al jardín. No podía creer que el estiércol de vaca sirviera de abono y, más incongruente me parecía que ese desecho se tuviera que esparcir junto a las bellas y aromáticas flores.

Y bien, en ese salón -que me parecía de forma circular- cursaba yo el 1er. Grado a cargo de mi señorita Nieves Aguirre. Una de esas agradables mañanas, dentro de nuestras cotidianas actividades, me encontraba junto a otros compañeritos sentados en el piso, tratando de formar una columna con cubos de madera -juguete educativo-, ideado o introducido al ámbito infantil por el educador alemán Federico Froebel, discípulo de Rousseau y de Pestalozzi.

A unos dos metros de distancia, justo a mi izquierda, se encontraba una mujer vestida de gris y lentes de aumento, sentada en una de nuestras sillitas tono mostaza, que se hallaba platicando animadamente junto al grupo de señoritas del jardín. La observé dar unos cuantos sorbos a su chocolate, servido en un vaso blanco de cartón, con asa. Desde el suelo yo volteaba diagonalmente de vez en cuando hacia el grupito, debido a que sus risas estaban obstruyendo nuestra labor, intentando levantar esa torre de cubos (de más o menos 10 cm por lado). Por supuesto que un servidor ignoraba quién era esa persona vestida toda de gris.

Tuvieron que transcurrir veinte años y, hasta entonces dime cuenta quien era; nada más y nada menos que la insigne maestra sudcaliforniana Rosaura Zapata Cano, quien, debido a su visión y estudios en Alemania, Francia, Bélgica, Suiza, Inglaterra, San Francisco y Nueva York, fue la creadora de los jardines de niños a nivel nacional; primera mujer a quien en sesión solemne del Senado de la República se le otorgó la medalla “Belisario Domínguez” el 7 de octubre de 1954. 

Es muy posible que, la visita que ella realizó esa ocasión a nuestro querido jardín, haya sido poco tiempo después de recibir ese importante galardón. En fin, debido a las brumas del tiempo es todo lo que puedo vislumbrar. 

 

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