Querida Tora: El otro día tuvimos una emergencia en la vecindad. Y es que… la verdad, no sé a quién echarle la culpa. A ver…
Querida Tora:
El otro día tuvimos una emergencia en la vecindad. Y es que… la verdad, no sé a quién echarle la culpa. A ver qué opinas tú.
El agujero del patio sigue ahí. Hace unos días, la vieja del 17 fue a quejarse con el portero de que se estaban haciendo ratas y ya se estaban metiendo a su casa. El portero, que estaba de malas, le dijo que no era problema suyo, que lo resolviera como pudiera. La vieja se enojó; y como es muy brava, le dijo que eso no se iba a quedar así. ¿Y sabes qué hizo? Se pasó la noche en su azotehuela, esperando que saliera una rata; y en cuanto asomó una, le dio en la cabeza con un palo. Enseguida salieron otras, dispuestas a comérsela. Pero ella se les enfrentó y repartió golpes a diestra y siniestra (para que veas lo brava que es). Yo, galantemente, quise ayudarla. Pero las ratas se reían de mí (todas eran más grandes y más gordas que yo) y no servía de mucho. Finalmente ganó la vieja; y antes de que amaneciera, fue a dejar la rata muerta en la puerta de la portería.
Los vecinos vieron la rata, pero ninguno la quitó de allí. Unos se rieron, otros se asquearon y todos se alegraron de que le hicieran eso al portero. Por fin salió éste, allá como a las 11, y por poco se desmaya al encontrarse la rata. Hizo un escándalo fenomenal, habló de condiciones sanitarias, de epidemias y hasta de brujería de la mala; pero no se atrevió a quitarla (aquí entre nos, le tenía miedo, aunque él decía que era asco). Por fin, llamó a sus guaruras y entre todos fueron a tirarla a un baldío cercano.
El portero estaba que se lo llevaban todos los demonios y amenazó a los vecinos con quién sabe qué represalias. La cosa se puso tan fea que la mamá del chavo del 7 (él no pudo salir, porque estaba atendiendo a la Flor del Mal) le dijo que pusiera remedio a la situación, como era su obligación. El portero se enojó tanto, que dijo a sus guaruras que mataran a todas las ratas que había en el agujero, como fuera. Ellos, ni tardos ni perezosos, sacaron sus pistolas y se pusieron a echar bala, que era lo que querían hacer desde que los contrataron. Las mataron a todas; pero también a un conejo del niño del 8, que era gris y casi no tenía orejas, y a dos gallinas de la señora del 10 (ahí no tuvieron disculpa; fue, simplemente, mala puntería). Lo malo fue que una de las ratas cayó en un tubo de drenaje y se pudrió. Al día siguiente, el olor era insoportable y no le permitió a nadie comer en la vecindad (sólo al del 56, que estaba incróspido y no se enteró de nada). Se fueron todos a comer al King’s. Y el portero, feliz, porque nunca había vendido tanto. Y cuando le fueron a decir que se había acabado la carne y tenían que traer más, mandó llevar las ratas muertas para hacer los tacos. Y los vecinos comieron ratas, tan panchos (aquí, “pancho” quiere decir tranquilo, satisfecho, feliz). A me mi dio asco, la verdad, e intenté decírselo a los vecinos; pero no me entendían, y acabé por dejarlo. Yo no sé cómo no se dieron cuenta, porque la carne olía mal. Pero ellos, con las salsas de todo tipo que les prepararon y la compañía, ni cuenta se dieron.
Pero no paró ahí la cosa. Como a las 7 o las 8, cuando todos los vecinos hubieron comido y cenado, el portero fue a comer y pidió, como todos los días, unos tacos con guacamole. ¡Y le dieron tacos de rata! Se los comió tan tranquilo (tan pancho, mejor dicho), porque el guacamole estaba muy bueno; pero en el último taco había algo extraño. “Qué raro”, pensó, “Tacos de espaguetti”. Pero estaba duro. “¿Mal cocido?”, pensó. ¡No! Era una cola de rata.
¡Hubieras visto la que armó! Para empezar, despidió a todos los empleados sin gratificación. Pero ellos dijeron que si los despedían, dirían que él ordenó que sirvieran las ratas. Y se tuvo que tragar sus palabras junto con las ratas (la cola, no; la cola la tiró a la basura). Luego ordenó que los encerraran a todos en las cámaras frigoríficas hasta el día siguiente. Pero en el King’s no hay cámaras frigoríficas, sólo hay un refrigerador pequeño, en el que no cabe ni siquiera una persona doblada en dos. Por fin, comprendió que no podía hacer nada contra ellos porque sólo habían obedecido sus órdenes y no le convenía que lo dijeran y, en un alarde de magnimidad, los perdonó.
Pero él siguió inquieto, con toda aquella carne de rata dentro de él. Y para eliminarla, porque le daba mucho asco (léase miedo), pidió que le llevaran aceite de ricino. Eso ya casi no se usa, pero en una farmacia vieja del barrio lo encontraron. La dosis era de una cucharada, pero él se tomó toda la botella y estuvo toda la noche eliminando lo que había comido por todas las salidas posibles; hasta por los ojos, me parece. Acabó cansadísimo, pero seguro de que toda esa carne se había ido al caño.
Vamos a ver si ahora se empeña más en tapar ese agujero. Yo, francamente, no lo creo. ¿Tú, qué opinas?
Te quiere,
Cocatú
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