Querida Tora:
La vecina aquella que tenía un perro muy cursi llamado Pucho, ¿te acuerdas?, se compró otro perro. Estuvo ahorrando para comprar uno grande y bravo, porque el otro día le dijeron “cara de arrepentimiento” en la calle, y le dio mucho coraje y hubiera querido maltratar al osado que así la insultó. Y se compró uno grande y fuerte con cara, éste sí, de arrepentimiento.
“No se volverán a burlar de mi”, se dijo, y entró a la vecindad con el animal sujeto a un verdadero arnés, porque parece que la simple correa no basta para contenerlo. Pero es tan cursi como el otro, aunque de diferente manera: este anda siempre enseñando los colmillos, y desfila a paso de ganso, como los soldados alemanes de la Segunda Guerra Mundial, y va con las orejas paradas, como esperando órdenes, Pero el “show” estuvo a punto de venirse abajo cuando se tropezó con la perrita del 37, que apenas levanta dos palmos del suelo y causa risa con tanto pelo que arrastra por el piso.
Pocho se paro en seco (¿Te das cuenta? El perro anterior se llamaba Pucho; y éste, Pocho. ¡Qué imaginación la de la dueña para poner nombres!), y se puso a gruñir. La perrita, imperturbable, le sacó la lengua. (Todos los perros sacan mucho la lengua por alguna función propia de sus cuerpos, pero ésta se la sacó con segunda intención, te lo aseguro). No sé qué fue lo que Pocho pensó (Si es que los perros piensan), pero empezó a ladrar furiosamente y a lanzarse sobre ella, y dos vecinas tuvieron que ayudar a la dueña a controlarlo y llevárselo a su vivienda, mientras la del 37 cogía a su perrita y se la llevaba, toda temblorosa. (Ella, no la perrita).
La escena se repitió muchas veces, y ya no dejaban a a la perrita salir al patio sino bajo estricta vigilancia de sus dueños, y toda la vecindad estaba siempre pendiente de que los animales no se encontraran en las escaleras u otro lugar peligroso. Pero era muy difícil vivir siempre vigilantes, porque Pocho con frecuencia se escapaba y andaba por el patio husmeando, husmeando… ¿en busca de qué? De la pobre de Perlita, decían todos.
La situación se ponía cada día más difícil, y los vecinos formaron una comisión para ir a pedir a los dueños de los animales que fueran conscientes, y sacaran a uno de ellos de la vecindad. Pero nadie quería ceder. Y ya un vecino había engrasado su pistola para matar al que se le pusiera a tiro, cuando Perlita desapareció. Así, sin dar explicaciones. Sus dueños (Y la vecindad entera) la buscaron por todos lados. Pocho andaba excitadísimo, y se veía que la buscaba también (Pero su dueña le impidió salirse de su paseo diario). Durante varios días no se habló de otra cosa en la vecindad, y los inquilinos empezaron a murmurar: “Seguro que se la comió el Pocho”. “Ay, sí; le tenía un odio…”, “Si eso le hace a un perro, también podría agredirnos a nosotros”, “A mi siempre me mira muy feo”. Y llegó el momento en que todos pensaron mandar a una comisión a pedir a la dueña que se deshiciera de “ese animal tan violento”.
Pero cuando ya se dirigían a hablar con la dueña, se detuvieron estupefactos. Delante de ellos caminaba Perlita, seguida por seis cachorritos tan chiquitos como ella, y muy graciosos. Entonces todos comprendieron que Perlita se había escondido en algún rincón lejano para dar a luz. Y en eso, Pocho salió de su vivienda, solo, y sin arnés. Los vecinos gritaron, espantados, y los más valerosos fueron a coger a los cachorritos; pero Perlita se les echó encima y los mordía donde podía, reclamando la propiedad de sus cachorros. Y llegó Pocho, ladrando como sólo él sabe hacerlo. Los vecinos se aturrullaron, no sabían qué hacer. La dueña de la fiera acudió gritando, implorando por la vida de su precioso animal. ¿Y qué crees? Pocho llegó ante Perlita y no la atacó. Ella se paró en las patas traseras y le lengüeteó toda la cara, incluyendo sus terribles colmillos. Y Pocho se limitó a bajar la cabeza y echarse al suelo para que ella se acomodara entre sus patas. Y los cachorritos se le subieron encima, y los más atrevidos llegaron hasta la cabeza, y se deslizaban luego por su espalda. Pronto, la escena se convirtió en una feria, y los vecinos acariciaban al uno o a la otra y a los cachorritos, bajo la mirada vigilante y severa de Pocho. Y mira en lo que vino a parar el terror de la vecindad.
Te quiere
Cocatú

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