Querida Tora:
Estamos viviendo tiempos muy agitados. Y si no, fíjate en lo que pasó el otro día en la vecindad,
Desde hacía un tiempo, las vecinas andaban muy inquietas porque se ha soltado una epidemia de niños robados (“Epidemia” no es la palabra adecuada, pero explica muy bien lo que pasa). Las madres de la vecindad no dejan salir a sus hijos a la calle, con el consiguiente disgusto de los chilpayates (¿No te había enviado esta palabra? Pues ya puedes añadirla a su colección). Como siempre, las autoridades dicen que “se está haciendo todo lo posible” para capturar al responsable; pero, como siempre, “todo lo posible no es suficiente”. Y como otro factor de inquietud, llegó un nuevo vecino al 47. Es un señor bajito, medio calvo, con grandes anteojos de mucho aumento y una barbita corta y rala, que casi no merece ese nombre. En suma, el tipo perfecto de médico loco o delincuente atravesado de una película de terror. Además. casi no sale; y cuando lo hace, atraviesa el patio sin saludar a nadie y regresa cargado de paquetes muy sospechosos (Esto es opinión “autorizada” de la señora del 37, que se las da a conocer a todo tipo de delincuentes). Así que todas las viejas vigilan al inquilino y su departamento constantemente.
Pero no pasaba nada. Al grado que las mujeres se preguntaban de qué se alimentaba. Sólo vieron que una noche le llevaron una pizza. Pero ni modo de que la susodicha le durara dos semanas. La del 37 y la del 48 se turnaban para hacer guardia por las noches, y ver qué pasaba en el 47. Pero no descubrían nada anormal, y eso hizo que todas las viejas cayeran poco a poco en un estado de histeria reprimida y hambre atrasada, pues ni ganas de comer les daban.
Así las cosas, un día se percibió un olor nauseabundo y penetrante en la vecindad. Un olor que, ¿Cómo no?. procedía del 47. A las nueve de la mañana ya estaban reunidas en “Junta Permanente” las vecinas, discutiendo lo que tenían que hacer. Y su inquietud, agravada por un repunte en el número de niños desaparecidos la semana anterior, aumentaba con el paso de las horas. El caso es que las conversaciones, como sucede siempre que hay más de una mujer, se superponían unas a otras, se mezclaban, se ampliaban…
-Ya van 49 niños desaparecidos esta semana.
-¿Pero qué es ese olor que sale del 47?
-Yo no sé, pero huele como a muerto.
Se hizo un silencio. No porque hubiera sucedido algo, sino porque todas, aún las más malas en matemáticas, sumaron niño + muerto. Luego se soltó un escándalo pocas veces oído en la vecindad, y las huestes femeninas avanzaron sobre el departamento 47, al tiempo que una lluvia de pelos de diferentes colores caía sobre ellas.
-¡Abra!
-¡Tiren la puerta!
-¡Llamen a los hombres!
-¡Nosotras solas nos bastamos!
Al fin, la puerta se abrió y las mujeres se detuvieron, jadeando como caballos encabritados. El “médico loco” las enfrentó, blandiendo algo que llevaba en la mano
-Estoy en mi casa. Y en ella, puedo hacer lo que quiera.
Un clamor enfurecido ahogó sus palabras. Pero dio un puñetazo en la puerta que las obligó a callar.
-Soy químico – dijo.
Un grito de horror acogió sus palabras, y tuvo que esforzarse mucho para hacerse oír.
-Estoy elaborando una crema de belleza. La crema que dará ese preciado don a todas las mujeres que la usen. En teoría ya está, pero tengo que comprobarla en la práctica. Y para eso necesito cenizas de perros de categoría: San Bernardo, Pomerania, Pekinés, y tantos otros. Hoy empecé a incinerar los que compré en la Perrera Municipal. Aquí no hay niños muertos.
Y diciendo esto mostró lo que llevaba en la mano: los cuartos traseros de un French Poodle blanco y beige.
Se oyó algo parecido a un lamento, y una mujer se desmayó. Era la mamá de “Pucho”, ¿te acuerdas?, aquel perro tan sangrón que se murió hace tiempo.
Las mujeres se habían apaciguado un poco; pero la del 37, molesta al ver que sus predicciones fallaban, gritó:
-¡Aquí no queremos mataperros! ¡¡Fuera!!
Y en menos de lo que te lo cuento lo pusieron de patitas en la calle, sin dejarlo recoger ni los restos del French Poodle. Y se estuvieron toda la noche ante las puertas (De día les tocaba a los guaruras del portero), para que no se volviera a meter.
Y la mamá de Pucho seguía en el 47, untándose cuantas cenizas encontraba en la cara.
¿Qué te parece?
Te quiere
Cocatú
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