Querida Tora:
Las cosas en la vecindad han estado muy tranquilas. El del 37 le pega a su mujer, pero ella ya ni se queja; los del 56 están siempre medio “cuspios”; los del 41 andan en el quinto cielo, así que no hay nada nuevo. Lo único nuevo fue que el otro día vino la Flor a ver al portero; y después de haberlo “visto”, se soltó a llorar, diciendo que ya va más de un mes en que nadie le da trabajo, y le pidió que le organice un concierto de primavera en la vecindad. El portero dijo que estaba bien, pero que ya estamos en octubre, y que el concierto debería ser de otoño. Pero la Flor puso el grito en el cielo (¿Por qué se dice así? ¿Me lo puedes explicar?) y dijo que el otoño son Prolegómenos (consulta el diccionario, por favor) del invierno, y que el invierno es el final de todo, que ella no está en el invierno de su vida, sino en la flor de su edad y de su carrera.
Estuvieron discutiendo eso una semana, y por fin ganó ella, así que el Gran Concierto de Primavera se fijó para el primer sábado de octubre, para que todos pudieran asistir. Muchos vecinos dijeron que la Flor ya estaba “muy visto y muy oída”, y que no irían. Pero en cuanto el portero se enteró de eso, les dio pistolas nuevas (y no de chinampinas) a sus guaruras, para que fueran a escoltar a los vecinos a comprar los boletos. Sólo perdonaron a dos o tres que están enfermos de cuidado, porque hasta compraron boleto para los bebés (con su correspondiente descuento). Así que el sábado, el patio estaba lleno a reventar. Y para justificar el nombre del concierto, pusieron ramitos de flores en todos los pilares y ventanas del patio, y otros muchos colgando del pasillo superior, con lo que parecía que había una lluvia de flores.
Una hora más tarde de la hora señalada (tiempo necesario para sacar a la Flor del ataque de nervios que tenía), sacaron a la “artista” al escenario con un mantón de Manila a dar unos pasitos de baile. Y luego empezó a tocar la “orquesta” (un conjunto local de tambores y cornetas a todo trapo), que tapaban completamente a la cantante en las piezas más difíciles. Pero de pronto la Flor, envalentonada con los chupitos de brandy que le habían dado, hizo una seña imperiosa para que los músicos bajaran el volumen, y empezó a cantar en voz muy baja “Chiri-biri-bi”.
Le salió muy bien. Mira que yo no soy admirador suyo, sino todo lo contrario, pero ese pedacito le salió muy bien. Tanto, que uno de los ninis de la azotea se unió a ella, y ya eran dos los cantantes; luego tres, cuatro, cinco… toda la concurrencia. Y todas las voces unidas sobrepasaban a las cornetas y tamborazos.
Y luego, todas las vecindades cercanas se unieron a ellos, con lo que resultó un conjunto impresionante, ¿Y qué decir de la ovación? Lo que la Flor no notó era que todos se aplaudían a sí mismos, no a ella; pero ella resultó la mujer más feliz del mundo ese día. Y más tarde, durante el cocktail que celebraron (que también les cobraron a los vecinos) se la oyó decir lo difícil que era cantar esa frase musical, de cuánto la había estudiado, Y cuando al fin se fue, todos la despidieron como si fuera la mejor cantante del mundo. Lo que nadie sintió, a pesar de los abrazos que le prodigaron fue la grabadora que llevaba oculta en el pecho, con la frase musical grabada por la mejor cantante de ópera del mundo.
Chiri-biri-bi…
Cocatú
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