Querida Tora:
Otra vez se cayó un vecino. Y también en la calle. Ya venía de regreso, empezó a llover y quiso correr. Pero hubieras visto la patinada que dio, que se fue a estrellar contra la defensa trasera de un coche y le quedó un ojo chorreando sangre (Ya te expliqué la particularidad de esta gente respecto a la sangre, ¿te acuerdas?). Como pudo, llegó a su casa sin que los vecinos lo vieran. Esto es importante, por algo que después entenderás. Su mujer le curó los dos chichones que tenía, uno arriba y otro más abajo del ojo, y le puso una vendoleta para cerrarle una heridita que se hizo en el párpado, y lo mandó a dormir.
Al otro día el señor (Es el del 45) estaba bastante bien, pero el ojo estaba casi completamente cerrado por el golpe. Sin embargo, se dispuso a ir a trabajar; pero apenas asomó la cara al patio, empezó la rechifla de todos y las preguntas sobre quién le había puesto el ojo moro. Como pudo, se escabulló de los vecinos; pero al regresar del trabajo fue peor el acoso. Afortunadamente, era fin de semana, y el hombre se pasó el sábado cavilando qué les iba decir a los maldosos vecinos. Y el domingo salió a las doce del día, con un cartel muy colorido que enseguida llamó la atención de todos. Llegó junto a la portería, que es el punto de reunión de todos, puso una escalera y se subió a clavar el cartel donde nadie pudiera alcanzarlo, Luego bajó, muy satisfecho, y llamó a todos los concurrentes.
-Ya sé que todos están muy intrigados por lo que me pasó; pero si se los cuento, no me lo van a creer. Entonces, he ideado un concurso. En ese cartel hay varias explicaciones de lo que me pasó, y solo una es la verdad. Léanlo con calma, y cada quien escoja una. Están numeradas, para que no les cueste trabajo escribirla en un papelito. Aquí tengo papelitos y lápices, y una urna (La llamó urna, pero es una caja grande con una ranura) para recoger los papelitos. Me voy a estar aquí todo el día, y a la noche, a las ocho, haremos el cómputo.
Muchos no entendieron que era cómputo, y tuvieron que preguntar a sus convecinos. Otros no sabían leer bien, y pidieron a sus chamacos que se los leyeran, arguyendo que por la altura no distinguían lo que decía. Ese domingo, muchos niños se quedaron sin cine y sin helado, porque decían que leer eso era una “aburrición” (Es una palabra inventada, pero solita se explica), y que todos sabían que le había pegado su vieja).
El cartel decía, con letra muy bien escrita:
No.1.- El jueves me fui de picos pardos (Se oye bonito, ¿verdad?, pero significa irse de juerga) con las íntimas enemigas de mi esposa; La Perica, de la secundaria; la Silogisma, de la Prepa; la Auditora, de la Uni y la Patinadora, de quién sabe dónde. Así, todas juntas, de una vez,
No. 2.- Desde chico, siempre quise ser boxeador. Pero en mi casa me decían que no, que no existía el peso ”Alfeñique”. Es un dulce muy antiguo, que se deshace fácilmente. Pero encontré un gimnasio que decía en la entrada. “No te acobardes, Si quieres, puedes”, y me apunté. Me sacaron un montón de lana de “entrenamiento”, y ya había llegado a pesar casi 40 kg, cuando se me presentó la oportunidad de una pelea. Acordándome del lema del gimnasio, acepté. Mi contrincante pesó 39 kilos y medio, pero no me arredré. A la hora que me dijeron estaba ya en el ring, con guantes, protector bucal, tres suspensorios y una cosa en la cabeza. Y mi contrincante, igual. No supe quién me llevó al camerino ni quién me curó ni quién me trajo a mi casa.
No. 3.- Cuando llegaba a mi casa, vi que tres pelafustanes (Otra palabra bonita, pero significa truhán) estaban atacando a una niña, hija de un conocido de otra vecindad, con propósitos de violación. No había policías cerca, ni señoras ponchadas, ni escuincles con resorteras, y me tuve que lanzar contra ellos yo solo. Ustedes ya comprobaron cómo quedé, pero los hubieran visto a ellos: ni un rasguño. La chava me trajo a la casa y ayudó a mi mujer a curarme.
No. 4.- Me caí en la calle, me pegué con la defensa de un coche, y llegué a la casa por mi propio pie.
Los vecinos estuvieron toda la tarde pidiendo papelitos para votar, pero el señor sólo le daba uno a cada uno. Hubo un chico que pidió cuatro, para poner una opción en cada papelito y estar seguro de ganar, pero el señor los conoce muy bien y no se dejó engañar. Sí hubo caso de una familia que todos pidieron papelitos, para que el premio quedara en alguno de ellos, pero el señor tampoco se dejó engañar. Y a las ocho en punto, se cerró la votación.
Todos los vecinos se reunieron alrededor del señor, quien contó y re-contó los papelitos con mucho orden, y los vecinos veían que había un montón que crecía mucho más que los otros. ¿Y cuál crees que era el que creció así? ¡Exactamente! ¡El número 1! Para que veas la buena opinión que los vecinos tienen de los demás.
Los otros papelitos eran para el número 3, porque nadie me creyó eso de que alguna vez quise ser boxeador.
Ya cuando el señor estaba recogiendo sus cosas, porque ni él ni su mujer habían comido, llegó la Mocha de la calle, y le preguntó cómo iba lo de su caída. Los señores la invitaron a comer a su casa,
Te quiere
Cocatú
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