Querida Tora:
Otro reto. Yo no sé hasta dónde van a llegar estos niños. Les digo niños, aunque algunos ya pasaron de los 15 años, porque se comportan como tales, sin dar importancia a las consecuencias de lo que hacen (En realidad, yo creo que ni siquiera piensan en eso). Basta con ver que andan por los pasillos con aire de misterio para darse cuenta de que algo están tramando. ¿Y qué crees que fue ahora? Un reto que consiste en apretarles el torso a los participantes hasta que se queden sin oxígeno y se desmayen; el que más aguante antes de desmayarse, gana el reto. ¿Qué les dan? La gloria de haber ganado. Y por esa “gloria”, arriesgan la vida. El otro día vi en televisión el caso de una muchacha que se sometió a esa prueba y quedó en estado de coma, y no se sabe si podrán salvarle la vida.
En cuanto vi lo que se proponían hacer, decidí impedírselos. ¿Pero qué puede hacer un simple gato contra todo ese grupo de muchachos alborotados? Nada más vi que el primero había resistido bastante antes de desmayarse, y corrí a la azota en busca de ayuda. ¿Ayuda de quién?, me preguntaba con insistencia, pero sin encontrar respuesta.
Pero la encontré en cuanto vi que un gato pardo, gordo y medio fofo, andaba cortejando a un gatita muy joven que todavía no tiene experiencia en esas lides (No me preguntes cómo lo sé, pero lo sé), Y se me ocurrió acudir en defensa de la gatita. Para ello, empecé a provocar al gatazo con bufidos y enseñándole las garras. Este creyó que le estaba disputando a la gatita (Te digo ésto por si te llega algún chisme), y se me vino encima. Otros gatos se acercaron, curiosos, amenazando con tomar partido por alguno de los dos (La gatita se retiró modestamente a un rincón alejado y allí permaneció, a la expectativa).Yo no quise entrar en combate inmediatamente, pues eso no me servía de nada, y fui atrayendo al gatazo hasta lo que queda de los lavaderos, que es donde estaban escondidos los chavos. Estaba yo quedando como un cobarde con los demás gatos, pero no me importaba. Logré llegar a los lavaderos, donde ya le estaban apretando el torso a una chica muy joven que no hacía más que boquear en busca de aire y lanzar unos hipos tremendos. Allí sí me fui sobre mi enemigo, y armamos un escándalo tal que los muchachos tuvieron que intervenir, porque no los dejábamos concentrarse en su delicada labor. Por lo pronto, la chica esa pudo recobrar el aliento y se arrastró (Así como lo oyes, sin exagerar) hasta su vivienda, donde su madre le dio una paliza por llegar en ese estado.
Nosotros seguíamos peleando, y enseguida se formaron dos bandos, no sólo de gatos sino también de muchachos, cada uno alentando a su favorito. Y, claro, empezó a llegar más gente. Uno de los chavos del 37, que es amigo del gatazo, le aventó un pedazo de carne para “darle fuerzas”, según dijo a voz en cuello. El gatazo se estiró para atraparlo, y yo aproveché para darle un zarpazo con todas mis fuerzas, que lo estrelló contra la pared de una vivienda.
Se oyó un sonido seco, y el gatazo cayó exánime. Se había partido el cráneo. Así como lo oyes. No había sido mi intención matarlo, pero en el calor de la pelea te soliviantas, y ocurren estas cosas. La concurrencia humana me aplaudió (Aún los que estaban de parte del otro), el del 37 me dio el pedazo de carne a mi (Que me vino muy bien, porque ya estaba al límite de mis fuerzas). Los gatos se desperdigaron enseguida. Los machos; las hembras me vinieron a felicitar, porque todas habían sufrido el acoso del gatazo en algún momento. Y te digo esto para que veas qué honesto soy, pues te lo podía ocultar. Las felicitaciones consistían en lengüetazos en la cara, en el lomo, en todas partes donde podían alcanzarme. Yo quise retirarme, pero iba rodeado por ellas, que se peleaban por acercarse a mi. Y la gatita que tomé como pretexto del pleito me esperaba en la escalera, muy modosita y sonriente; y en sus ojos se notaba el deseo que la dominaba. Entonces, y a pesar mío, se manifestaron con toda su fuerza los instintos primitivos del animal en que estoy convertido, y me dieron unas ganas enormes de comerme al gato muerto. Pero me contuve, porque si me lo como, todos van a pensar que soy hijo de tigre o algo parecido, y me van a echar de la vecindad. A la gatita la ignoré, aunque se oiga feo el decirlo; no por cobarde, sino porque no la amo. La única que amo eres tú, y aquí lo digo con todas sus letras para que el mundo y tu se enteren. Tú debías saberlo ya, pero a veces me tratas como si fuera un cualquiera, a pesar de todas las pruebas de amor que te he dado. Pero eso es cosa que ahorita no viene al caso, y que ya discutiremos cuando vuelva a nuestro planeta y te enfrente directamente (Que no sabes las ganas que tengo de verte en todo tu esplendor, aunque a la gente de aquí le parezcas horrorosa).
Perdóname por esto que acabo de decir, pero es que los estándares de belleza de los humanos no tienen nada que ver con los nuestros, y cualquier cosa que se aparta de sus cánones les parece horrible. Yo creo que es cuestión de vanidad de raza; pero yo no tengo la culpa de eso, y te lo digo nada más que para que te enteres de cómo son las cosas por aquí.
Total, que me fui al rincón más alejado de la azotea, un lugar lleno de ratas enormes a las que los gatos temen. Ya no las temo, porque si se me acercan mucho me transformo en lo que realmente soy, y las ratas huyen, espantadas. (Cuestión de estándares de belleza, también). Y dormí mal esa noche porque, fuera como fuera, había matado a uno de mis semejantes, Pero más vale matar un gato que una muchachita, por tonta y cursi que sea. ¿no te parece?
Te quiere
Cocatú
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