CARTAS A TORA 339

Cocatú, un alienígena en forma de gato, llega a vivir a una vecindad de la CDMX. Diariamente le escribe cartas a Tora, su amada, quien lo espera en una galaxia no muy lejana.

19 de febrero, 2024 cartas a tora

Querida Tora:

El muchacho que trabaja (o que quiere trabajar) en televisión pasó muy mal rato la semana pasada.

Llevaba ya varios días sin un llamado, ni siquiera para un papelito de “extra” en alguna telenovela. Ni siquiera un mal comercial, vaya. En eso, le habló un compañero de angustias (aspirante, como él, a estrella) y le ofreció un trabajito. “¿De qué se trata?”, preguntó. “De animar una despedida de soltera”, contestó el amigo. No le gustaba mucho el asunto; pero aceptó, porque su mamá y él ya llevaban dos semanas comiendo tortillas con salsa y agua pura de la llave. El amigo le dijo: “Ponte la tanga más bonita que tengas”, y colgó.

Tuvo que ir a comprarse una tanga, porque él nunca usa esas prendas. Estaba bonita. Bueno… vistosa. Y el día del trabajo fue lo primero que se puso. Luego se puso una camisa de vestir y corbata y su mejor traje (que es, también el único). Y se fue a la cita.  

Era en un departamento de lujo, con pasillos de mármol, ascensores y recepcionista a la entrada. No hubo problema para que subieran al décimo piso. A mi amigo le encantó la vista, porque abarcaba el bosque, varios monumentos y edificios. Pero no tuvo mucho tiempo de gozarla, porque la organizadora del evento fue a decirles que se vistieran, que ya los estaban esperando. El chavo se quedó mirando al amigo, interrogante, pero el otro le dijo: “No, vente así. Será más cachondo” Y lo arrastró a un salón donde estaban reunidas unas diez o doce mujeres muy bien arregladas, pintadas y peinadas que, al verlos, prorrumpieron en gritos de entusiasmo. Enseguida empezó a sonar una música turbadora, y el amigo le dijo: “Sígueme” Y empezó a desvestirse. El chavo no tuvo más remedio que imitarlo; y aunque no podía seguirlo muy bien en los bailecitos que hacía, cada vez que se quitaba una prenda se oía un nuevo aullido.

Total, que no tardó en quedarse en tanga. Y entonces vino lo peor, porque las mujeres, hasta la más vieja de ellas, que se veía que tenía peluca y varios barriles de maquillaje encima, se pusieron a gritar “¡Que se las quiten! ¡Que se las quiten!”. El amigo hacía como que se la iba a quitar, pero no enseñaba más que un pedacito de carne de la que todos tienen más abajo de la cintura, pero mi amigo no podía hacerlo, porque se quedó paralizado. Yo me di cuenta (me había llevado, como hace tantas veces) y bufando y sacando las uñas le abrí paso fuera del círculo de mujeres. Pero creo que fue peor, pues hasta atrás se había quedado la más vieja, que no puede competir con las demás ni en fuerza ni en habilidad, y eso que está muy bien dada; y mi amigo se encontró con ella, anhelante y babeando.

¡Qué fea se veía la pobre! No es que tuviera nada de guapa, pero con la lengua colgante estaba peor que nunca. Y entonces se acercó a mi amigo, pasito a pasito, y él retrocedía. Y así fueron a dar a la cocina, y no paró hasta que lo arrinconó contra el fregadero. El pobre, en su desesperación, se subió al armatoste ese; pero ella lo siguió, implacable. Vi que se preparaba a echársele encima, con el riesgo de romper el fregadero, que no se veía muy fuerte; pero yo salté arriba del refrigerador y luego le caí encima y me resbalé por toda su espalda, clavándole las uñas cuanto podía. La vieja se retorcía y gritaba, pero yo seguía resbalándome, pues no había otra manera de salvar al chavo. Cuando llegué al suelo ella se volvió, dispuesta a pisotearme y arrancarme la piel a tiritas; pero yo corrí al salón  donde estaban todas, que ya le habían arrancado la tanga al otro chavo. Pero en cuanto vieron a la vieja con esos arañazos en la espalda, creyeron que había tenido sexo salvaje con el otro “stripper”, y se fueron a la cocina a buscarlo. Afortunadamente, él ya estaba en el ascensor, esperándome; y en cuanto llegué cerró la puerta y bajamos. Pero el pobre no había podido recuperar su ropa ni el dinero (poco) que traía.

¿Cómo regresar a la vecindad? No nos quedaban más que los pies; porque intentamos colgarnos “de mosca” en algún Metrobús, pero en la primera esquina nos hicieron bajar y nos corretearon (en sentido contrario al que llevábamos, ¿te imaginas?); y entonces, un perro (yo creo que era perra) le arrancó la tanga a mi amigo de un mordisco, que por poco me lo incapacita. Tuvimos que esperar a que se hiciera más tarde todavía, y cuando ya casi no se veía gente, emprendimos el camino de nuevo.

Tardamos bastante en llegar a la vecindad, porque a cada rato teníamos que escondernos para que no nos detuvieran por faltas a la moral o cosa parecida. Pero el chavo no se atrevía a tocar la puerta así como estaba, y empezó a decir que debía haberse llevado una muda de ropa. ¡Pero si ni siquiera pudo recuperar la que vestía…!. En fin, ¿para qué llorar? Lo que hice fue entrar a la vecindad, ir a la vivienda del chavo; y como su mamá siempre deja la ventana abierta hasta que su hijo llega (no sé por qué, pero a mi sirvió de mucho), me metí por ahí, cogí lo más esencial y se lo llevé al chavo. ¡No sabes cómo se puso! Y me dijo que hasta parecía que yo entendía lo que decía, y que era un animal muy inteligente; y al llegar a su vivienda me dio un buen pedazo de carne (no pellejos), que me cayó muy bien. Y nos fuimos los dos a dormir.

Al día siguiente fuimos al hospital a visitar a su amigo, que tuvo un accidente cuando salió al balcón del departamento y se cayó.  Pero fue a aterrizar en el noveno, sobre una mujer que estaba en un sofá de esos de
jardín, y que también lo correteó por todo el departamento. Yo creo que van a tener que inventar un seguro para “strippers” que van a despedidas de solteras.

Pero no todas las mujeres son así, no vayas a creer. Hay despedidas de solteras muy pacíficas, muy bucólicas y hasta románticas. Ya te contaré cuando me toque una de esas.

Te quiere

Cocatú

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