Querida Tora:
En el 23 vive una señora muy amiga de todas las viejas. Todos los días
se juntan en los lavaderos y allí chismosean muy a gusto. Se lleva con todas de a cuartos, vive sola y parece muy contenta siempre. Pero un día salió pálida, muy seria y cariacontecida. ¿Y a que no sabes por qué? Pues porque una vidente que sale en televisión le dijo que una de sus vecinas la quería mal y que estaba procurando hacerle daño. ¿Cuál?, ¿Cómo?, preguntó ella. Pero la otra no dijo nada más que “Cuídate”. Total, que esta señora sospecha de todas, y ni siquiera sabe por qué.
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Yo quería ayudarla, Pero ¿qué puede hacer un gato en cosas de los humanos? Entonces se me ocurrió ir con Sura, la adivina que vive aquí, y así, como sin querer, la fui atrayendo al 23, y me puse a rascar la puerta. La señora abrió; y en cuanto la vio, Sura se dio cuenta de que algo le pasaba, y le preguntó qué era. La señora la hizo pasar (Yo me colé detrás de ella), y le contó lo que sucedía. Entonces Sura le dijo que no tenía por qué preocuparse, porque sabía que todas eran sus amigas; que cuando iba al lavadero (También a ella le encanta el chisme), las oía hablar de ella y nunca nadie había dicho nada malo. Doña Sura le preguntó, en primer lugar, por qué le había escrito a esa…¿Cómo se llama?
-Maruja la bruja -contestó ella – Le escribí porque la semana pasada me sentí mal, así como desguansada (La palabra se explica sola, ¿no?), y eso nunca me había pasado. Luego tuve mucho calor, y afuera hacía frío. Entonces, pensé que me habrían hecho mal de ojo.
-Pero, mujer, esos no son síntomas de mal de ojo. ¿Cuántos años tienes?
La del 23 contestó que eso tampoco era síntoma de mal de ojo, pero Sura insistió, y tuvo que decírselo. Luego le dijo:
-Aunque te hayas quitado unos cuantos, ya estás en edad de entrar en la menopausia.
La del 23 se asustó. Alguna vez había oído la palabra, pero no sabía qué significaba. Doña Sura se lo explicó en pocas palabras; y ella contestó que no podía ser, porque ella nunca había tenido hijos, y que si no los había tenido, tampoco tenía por qué dejar de tenerlos. La adivina sonrió al escuchar su pensamiento tan lógico, y le dijo que eso le sucedía a todas las mujeres. La del 23 no acababa de creerlo, y doña Sura recurrió a las cosas sobrenaturales, porque vio que esas sí las creía. Le dijo que esa Maruja piruja no podía ver el aura que tenía, un aura magnífica que en esos momentos resplandecía como árbol de Navidad. La señora se volvió a asustar, y dijo que no podía tener un aura, porque ni siquiera sabía lo que eso era. Pero cuando le explicó, lo creyó a pie juntillas, y se sintió muy favorecida por tener un aura “tan saludable”. Además, dijo doña Sura, tampoco puede sentir las corrientes de fuerza que irradias. “¡No soy radio!”, dijo ella. “Es una manera de hablar”, respondió Sura. “Pero tú tienes una energía muy poderosa. Y la contagias a los que te rodean. Por eso te buscan en los lavaderos. No para que les cuentes chismes nuevos, sino para impregnarse de esa fuerza que tu derramas a raudales”.
-Entonces, ¿yo soy… más mejor que las demás? -preguntó la del 23. sintiéndose en las nubes.
-En algunas cosas – le concedió Sura – Pero las otras también tienen sus cualidades, que a veces comparten contigo.
-Lo único que comparten conmigo es una mordida de torta o un buche de refresco.
-Pues en esa mordida o buche va su generosidad, su bondad…
-La del 56 siempre me da una mordida donde está el chile más picoso.
-Pues dale las gracias y no la aceptes.
-Y yo tampoco le doy de mis rayos, ¿verdad?
-Al contrario. Dale todo lo que puedas. A todas. Ellas lo saben, y algún día te recompensarán.
-Ya quiero que llegue ese día.
-Cuanto más lo desees, más tardará en llegar.
-Ay, qué difícil es ésto de ser más mejor que los demás.
(Ahí cometió (Por segunda vez) una terrible falta gramatical. ¿Te diste cuenta?)
Doña Sura le habló un rato más, y le aceptó un café que la otra quiso darle como ¿recompensa?. ¿pago? por haberla ilustrado. ¿Pero qué crees? Doña Sura le dijo que no era pago, sino un ritual de paz. Y desde entonces, la del 23 invita frecuentemente a las demás a celebrar “un ritual de paz” en su casa. Y también invita a doña Sura (Y ella me regala uno que otro lengüetazo)
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