Querida Tora:
No se si te he hablado alguna vez de la señora del 34. Es una señora de cierta edad, muy correcta, que me da mis buenos pellejos con carne; vive con su marido y tres hijos jovencitos. Todo muy bien. ¿Pero qué crees que le pasó el otro día? Pues que fue a verla un señor: buen tipo, pelo canoso, pero que a mi me cayó mal desde el primer momento. Ella le abre la puerta, y casi se cae de la impresión. Él la saludó muy fino, y le pidió que lo dejara pasar. Ella obedeció, sin abrir la boca. Yo me metí por la ventana, porque me intrigó el asunto.
Cuando llegué a la sala, ella estaba llorando a moco tendido. Yo le arrimé unos pañuelos desechables, y se los acabó en un momento. ¿Y de qué crees que me enteré? Pues que ese señor era su marido; pero que un día salió a comprar cigarros, y llevaba más de diez años ausente. Le estaba endilgando un choro horrible: que lo habían encarcelado por un crimen que él no había cometido, que no le permitieron comunicarse con su familia, y que acababa de salir del “tambo” (Diccionario, por favor. Pero el folklórico, no el gramatical. Lo mismo para la palabra “choro”). Ella, cuando pudo hablar, le dijo que se había vuelto a casar, y que tenía tres hijos de su nuevo marido, y que ahora se veía con dos esposos, y que la iban a acusar de bigamia y la meterían a la cárcel, y que qué iba a ser de sus hijos. El fulano le dijo que no le iba a causar ningún daño, pero que necesitaba dinero para empezar a vivir nuevamente. Ella le dijo que no tenía, pero que lo conseguiría, y que no le fuera a decir nada a su esposo actual. El le prometió hacer todo lo posible por ayudarla, pero que el dinero le urgía para poder rehacer su vida.
Ella se lo tragó todo, a pesar de que es el mismo argumento de la telenovela de las cuatro de la tarde, y le pidió que se fuera antes de que llegara su esposo a comer. Pero él se puso a contarle todo lo que había sufrido en la cárcel (tomado de la misma telenovela), y eso ya me colmó la paciencia. Vi que tenía unos papeles en la bolsa, y sin que se diera cuenta se los saqué. Así me enteré de que sí había estado en la cárcel, pero por haberle pegado a su “esposa” y haberle robado hasta el último centavo que le dejara su padre, un señor tuberculoso, pero simpático; y que la pobre acababa de morir en un asilo para dementes. Todo según la misma fuente. No sabes cómo me indigné, y quise contárselo a ella. Pero ¿cómo hacerlo?
El señor se dio cuenta de que le había quitado los papeles, y me dio un patadón que me lanzó hasta la ventana. Luego recogió sus papeles y dijo que volvería el día siguiente por el dinero, y salió al pasillo. La mujer fue tras él. Y yo, más rápido que ella, me le planté delante y le enseñé los dientes y las garras. El quiso repetir el patadón , pero yo ya estaba alerta, y lo evité. Y le clavé los dientes en el tobillo. El gritó y se retorció, pero se cayó al suelo; y yo me eché sobre él, para quitarle los papeles que tenía en la mano. Al oír el escándalo, salieron todos los vecinos; y unos querían defender al hombre y otros a mi, pero no se decidían ni por uno ni por otro (Al fin y al cabo, yo soy conocido y amigo de todos). Entonces le mordí la mano, obligándole a soltar los papeles. Afortunadamente, los recogió la del 34, mientras yo seguía luchando con el villano de esta historia. Pero llegó un momento en que alcanzó a cogerme por el cuello, y empezó a apretar. Los vecinos lanzaron un grito de horror, pero nadie se atrevió a meterse. Yo empezaba a perder el conocimiento; pero en eso, un pie de doña Sura se posó con fuerza en el brazo que me ahogaba, y el fulano ese me soltó. Y oí que doña Sura decía, a voz en cuello: “Este gato tiene comunicación con lo sobrenatural. No se le debe hacer daño”. (Aquí, entre nos, lo que pasa es que doña Sura me tiene mucho aprecio porque a veces voy a su vivienda, y luego de echarme la carne que me pone, en agradecimiento, le lamo toda la cara bien lamida,. Y ella dice que eso le ayuda a evitar las arrugas, Perdona la digresión. Vuelvo a mi cuento).
Para entonces, la del 34 había leído los papeles; y le dijo a su marido que era un sinvergüenza y un desgraciado, y no sé cuántas lindezas más. Y pidió a los vecinos que lo echaran de la vecindad. Y cuando ya estaba en la puerta, le gritó que no volviera, porque su marido se iba a encargar de él. El cínico le contestó que eso sería si el nuevo se conformaba con ser el segundo plato de esa mesa. Y en eso llegó el marido, que se enteró de todo por la del 37, que corrió a contárselo; y fue a tomar al primer esposo por el fondillo de los pantalones y lo echó a la calle, a ver si lo atropellaba alguna bicicleta o, de perdida, a que un perro lo usara para desaguar. Lo primero no ocurrió; pero lo segundo sí, y el primer esposo se fue con la cabeza baja y escurriendo por todos lados, porque hasta la cabeza le empapó.
Ya en su vivienda, la mujer contó a su esposo todo lo ocurrido; y éste le dijo que había hecho bien en echarlo, y que en adelante tomaría sus precauciones para que no volviera a ocurrir lo mismo
Pero el primer esposo no ha vuelto por aquí.
MORALEJA: Si tu marido va a comprar cigarros y se tarda más de lo debido, divórciate de él. Te evitarás muchos problemas.
Te quiere
Cocatú
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