CARTAS A TORA 309

Querida Tora En la vecindad pasó algo que me impresionó bastante, porque no me lo esperaba, pero creo que a la gente no lo importó mucho. En fin, yo te lo cuento y tu juzgas. Todo empezó...

9 de junio, 2023 CARTAS A TORA

Querida Tora

En la vecindad pasó algo que me impresionó bastante, porque no me lo esperaba, pero creo que a la gente no lo importó mucho. En fin, yo te lo cuento y tu juzgas.

Todo empezó porque llegó un nuevo inquilino al 58 que, como comprenderás, está arriba y casi en el fondo de la vecindad. Es un señor bastante mayor, pues yo apostaría que tiene como 90 años. Pero está bastante bien: vive solo y él se hace todo, hasta la comida. Debe tener una pensión que le alcanza bastante bien, pues no parece tener carencias.

El caso es que al señor le gusta leer, y todos los días compra el periódico. Uno de deportes, y lee hasta los anuncios. Que todos los días son los mismos. Eso lo sé porque en una ocasión que lo encontré leyendo me dio un poco de leche y se puso a comentar que las cosas ya no son como antes, que los anuncios son todos los días los mismos, que ya se aburre un poco de leer. Pero el caso es que todas las mañanas sale al cuarto para las ocho de la vecindad a comprar el periódico, regresa, y mientras desayuna empieza a leer. Así se pasa el día entero, porque no tiene televisión ni radio ni ningún otro entretenimiento.

 

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Pues el miércoles pasado se le hizo tarde y salió por el periódico diez minutos después de lo acostumbrado. Por lo tanto, regresó también diez minutos más tarde de lo usual; y cuando estaba subiendo la escalera le empezaron a fallar las piernas, y se tuvo que sentar. Y no sé si le pasó algo, pero se veía muy cansado, y se acostó en el cuarto escalón de arriba para abajo. Pero de pronto empezaron a salir los chicos para la escuela, todos con sus correspondientes mamás, o abuelas, o tías, o lo que se terciara; y cuando llegaron a la escalera, se encontraron con el obstáculo en el cuarto escalón. Todas se detuvieron, pero enseguida empezaron a gritarle que se quitara, que los niños iban a llegar tarde. El pobre señor ni se daba cuenta de lo que pasaba, pero en lo que se despejó llegaron más mamás con muchos más niños, todos con la prisa de irse. Y la del 37, que ya ves que es bastante aventada, empezó a gritar “¡Sáltalo! ¡Es sólo un escalón!” ¿Y qué crees? La escalera parecía un hervidero de chapulines con tanta gente brincando y gritando, que fue lo peor. Toda la vecindad salió a ver qué pasaba.

De milagro no aplastaron al señor, pero le dieron catorrazos con las canastas, las mochilas y las rodillas, porque ninguna fue muy delicada. Y el pobre tuvo que arrastrase a su vivienda, porque ya no podía con su alma. Del periódico nada, ni un anuncio siquiera, y ese día el señor se aburrió un poco.

Al día siguiente ya se había repuesto, y decidió irse temprano por el periódico. Pero salió a las siete de la mañana, y cuando llegó al puesto lo encontró cerrado. Entonces, para no aburrirse, decidió dar una vuelta a la manzana, pero  nunca se imaginó que la manzana fuera tan grande; y cuando quiso regresarse ya estaba a la mitad del camino, y no valía la pena. Pero llegó al puesto, compró su periódico, y se encaminó a la vecindad. No sabía qué hora era, porque no había llevado su reloj, pero cuando llegaba al zaguán empezó a oir algo semejante al rugido de un león, un león muy grande y muy fiero. Animado por la curiosidad llegó al umbral y vio venir la misma estampida del día anterior como una masa llena de brazos ondeantes y piernas amenazantes. El señor no es muy rápido de reflejos como para quitarse del paso, así que no le quedó más remedio que hincarse en el suelo y tratar de ahuyentar a periodicazos a las féminas embravecidas.

Logró sobrevivir, pero cayó casi muerto. Yo fui a darle de lengüetazos a ver si lo despertaba, pero me costó trabajo. Luego lo acompañé a su casa, le ayudé a quemar los restos de periódico que le quedaban y esperé a que se acostara.

 Al día siguiente estaba yo pendiente para acompañarlo y defenderlo como fuera necesario, pero resulta que el señor estaba platicando con uno de los ninis de la azotea, y vi que le daba algo de dinero. Luego vino conmigo y me dijo que le había encargado que le trajera el periódico, y que le daría unos pesos de propina. “A lo mejor se lo gasta en droga”, añadió, “pero ese no es mi problema”. Y, efectivamente, a los cinco minutos volvió el chavo, sorteando hábilmente a  las mujeres enardecidas por la lucha con los hijos, y le entregó el periódico. Y a partir de ese día, así han sido las cosas.

Lo que quería que juzgaras era la situación en la escalera. El pobre hombre se sentía muy mal, no podía quitarse. Tenía razón de estar ahí. Y las mujeres tenían que correr para llevar a los niños. También tenían razón . Menos mal que el hombre no se puso terco ni orgulloso, y encontró otro camino para lograr su meta. Ojalá hicieran así todos los gobernantes del mundo.

Te quiere

Cocatú

 

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