CARTAS A TORA 267

Cocatú, un alienígena en forma de gato, llega a vivir a una vecindad de la CDMX. Todos los días le escribe cartas a Tora, su amada, quien lo espera en una galaxia no muy lejana.

13 de mayo, 2022

Querida Tora:

Fíjate que la señora (Perdón: señorita, porque no se le conoce hombre alguno) va a cumplir 51 años. Y dijo que como sus papás no le hicieron fiesta de 15 años, se la va a hacer ahora ella, porque 51 es lo mismo que 15, pero al revés. Y no sabes la ola de comentarios que la ocurrencia levantó. Pero ella siguió adelante.

La fiesta fue el sábado pasado. Para eso, alquiló el patio de la vecindad (al precio que el portero le puso), y lo decoró con flores en todas las columnas y en todas las ventanas, hielo seco en las escaleras. No podían faltar las nubes de humo de hielo seco, entre las que apareció la feliz festejada como en un mundo irreal, de fantasía, en brazos de su chambelán. Fue difícil conseguir el chambelán que la llevara en brazos, porque a los 51 años no se pesa lo que a los 15, y la festejada tuvo que alquilar un muchacho del gimnasio del barrio para que ejecutara la hazaña. Pero no sabes cómo la envidiaron todas las viejas, que pidieron que el chambelán les diera una vueltecita en brazos a cada una. El muchacho se negó rotundamente, con el pretexto de que no podía cometer abusos en una cosa tan delicada que podría resultar en el “aguadamiento” (así lo dijo el pobre, que se ve que no domina el idioma) de los pectorales, y luego iba a parecer señora madre de muchos hijos. Las viejas se enojaron, y entonces propusieron celebrar una carrera entre sus maridos llevándolas en brazos y el del gimnasio con la cincuenta y un añera, que ganó fácilmente este último, y aún se les rió en las barbas.

Sirvieron unos cocteles muy raros, que nadie pudo identificar qué contenían, pero que la festejada afirmó que estaban deliciosos. Las señoras sí se los tomaron; pero los señores los tiraron en las macetas, afirmando que sabían a limonada podrida, excepto los del 41 y el del gimnasio, que los encontraron exquisitos.

El número fuerte era el vals, naturalmente. Y ahí apareció la festejada, del brazo del chavo fortachón, tambaleándose sobre sus tacones extra-recontra-altos,  dando vueltas y haciendo piruetas con la gracia de un pato reumático. Y por más que el muchacho la alzaba en brazos (Por eso no quería cargar a las otras, porque era exigirle demasiado), la pobre apenas lograba despegarse del suelo. Pero la señorita lo disfrutó en grado sumo; y cuando los invitados rompieron a aplaudir se le llenaron los ojos de lágrimas y no tenía voz ni para agradecer la ovación. Al chavo le pusieron oxígeno un rato, para que se le regularizara la respiración, pero la cosa no pasó de ahí.

Luego vino la cena. Ahí sí se lució la festejada porque, como hizo saber públicamente, todo lo había hecho ella con sus manecitas (Ayudada por su mamá y su abuelita, como debe ser); y fuera de que el mole estaba muy empalagoso, lo demás pasaba bastante bien. Entonces sí sirvieron “cubas” y otras bebidas conocidas, y los señores se reconciliaron con la festejada y su familia, a la cual ya habían mandado muy lejos por no servir “chupe” adecuado.

El baile siguió hasta las primeras horas del día siguiente. La festejada se tuvo que quitar los tacones, porque no había manera de mantener el equilibrio más de cinco minutos seguidos, y se puso sus chanclas de diario; pero con esas bailó hasta que se descompuso el tocadiscos, que si no… En fin, que todos se divirtieron mucho. Y lo más importante: la festejada salió con novio: un señor recién llegado a la vecindad que quedó deslumbrado con los ciento veintitrés moñitos que cubrían el vestido de la “muchacha”; y cayó redondito, como si fuera trampa para osos.

Mucho de ésto lo oí a las comadres el día siguiente, porque me tomé dos cocteles y me quedé dormido sin darme cuenta. Pero todas esas fiestas de 15 años son iguales, y pasan las mismas cosas, así que no me perdí de nada.

Te quiere

Cocatú

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