Querida Tora:
He tenido unos días algo malos. Estuve enfermo. Pero no te preocupes, que no fue nada grave. Creo. Me sentí muy mal, pero ya casi pasó todo.
Algo que comí me hizo mal. Lo que no sé es si se trata de algo que alguien me dio o algo que encontré en mis correrías por las azoteas vecinas, de esas que se ven muy sabrosas pero que pueden esconder una trampa mortal. Ya estoy hablando como muchos de los seres de este planeta, diciendo: Alguien me envenenó. Pero no. ¿Para qué iban a querer matar a un gato, que no le hace daño a nadie? A menos que… a menos que se hayan dado cuenta de mi verdadera personalidad, y que no les guste lo que digo de ellos y mando a otros mundos. Porque eso sí: son de lo más suspicaces y delicados en cuanto a su honra se trata; podrán ser mentirosos, hipócritas o traicioneros (¡y a mucha honra!, como algunos se atreven a decir), ¡pero que nadie se los diga! Se ponen como arañas panza arriba.
Me sentía tan mal, que ni siquiera me fijé en lo que hacían los vecinos. Ni siquiera el portero. Con eso te digo todo. Es que no podía ni dormir. Los gatos no dormimos toda la noche, pues tenemos que hacer rondas por las azoteas, maullarle a la luna, cazar ratones (yo no, porque me dan un poco de asco), pero también tenemos que cerrar los ojos y olvidarnos del mundo un rato. Ando todo desvelado, porque me dediqué a recorrer las viviendas de los vecinos (de los más amigos, como comprenderás), a ver en qué se entretenían durante las noches. Todos, claro, se ponen a ver la televisión. Y por primera vez me fijé en los programas que ven.
Los señores, la mayoría, ven deportes, pero todos son lo mismo: meter una pelota en una portería, meter una pelota en un aro, pegarle con un palo a una pelota, meter una pelotita en un agujero en el suelo. Las señoras suelen ver las telenovelas (ellos también; pero no se atreven a decirlo, no los vayan a acusar de mariquitas) para llorar a gusto e indignarse con las villanías de gente que es tan mala que yo creo que ni siquiera existe. Luego unos programas cómicos bastante buenos. Uno trata de una vecindad, y a veces veo reflejados en sus personajes a algunos de mis vecinos. Ese me gusta bastante. Hay otro de unos nacos (así se llaman ellos mismos), que es bastante gracioso. Y otros que pretenden ser cómicos, pero que a mi me hacen llorar. Y eso me preocupa a ratos. ¿No tendré que ver a un psiquiatra? Porque en la televisión se oyen muchas carcajadas y gritos de alegría; pero a mi me dejan frío o, más bien, enojado . ¿Cómo pueden ganar los millones de pesos que dicen que ganan, haciendo esas tonterías? En fin, como dice un dicho, se necesita de todo para hacer un mundo, pero qué mundos los que reflejan esos programas que te digo.
Otros ven cosas que hacen los reyes de otros países, que no sé qué tanto puedan interesar a mis vecinos. O los programas de comida extranjeros, que tienen ingredientes que aquí ni siquiera existen. Pero la gente se sienta a ver lo que le echen, aunque no entiendan ni les guste. “Al fin que es un ratito”, se dicen, “Luego vendrá otra cosa mejor”. Pero eso no siempre ocurre, sino que a veces es peor que lo primero.
No sé si hablo así porque aún me siento mal. Puede ser. Pero te lo digo para que veas lo que es la vida en la vecindad: no nada más pleitos entre los vecinos o con el portero. También hay momentos de calma, que no sé si sean peores que los de agitación.
Perdóname si no te gusta lo que te he dicho, pero yo también soy humano (sí, así como se oye: humano), y tengo derecho a quejarme. Pero no de ti, mi amor.
Te quiere,
Cocatú
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