Querida Tora:
Hay una vecina nueva en el 51, que al principio no se daba a notar. Pero una vez se encontró a la del 48, que se quejaba lastimeramente, y le preguntó qué le pasaba. Ella le contestó que le dolía mucho la cabeza, y que ningún medicamento le hacia efecto. Entonces, la del 51 le dio un papelito y le dijo: “Es una oración a Santa Rita la Bendita”. Antes de acostarse dígala tres veces con mucha devoción y verá cómo mañana ya estará bien”. Pues dicho y hecho. Al acostarse, la del 48 rezó tres veces “Santa Rita la Bendita, tú vienes, y se me quita.”; y al día siguiente, estaba como si ni siquiera tuviera cabeza.
La noticia de la “curación milagrosa” corrió por toda la vecindad, y esa misma tarde se presentó una comisión de vecinas en el 51, a preguntar a la nueva inquilina si tenía más oraciones de esas. Ella las hizo pasar y les dijo que sí, que conocía muchas oraciones verdaderamente milagrosas. Y las condujo a la habitación más profunda de su vivienda: allí, la pared del fondo estaba tapizada de estatuitas con nombres de las personas que representaban, y les dijo: “Este es un pequeño altar que he levantado a los santos de mi devoción. Allí está, por ejemplo, San Armando el Encamado, a quien hay que invocar en caso de estar muy grave y en cama; San Benito el del Sapito, muy bueno para remediar males que tengan que ver con el asco y la náusea”. La del 34, que se las daba de muy entendida en santos, preguntó si estos santos estaban aprobados por la Iglesia, y ella le contestó. ”No. Aún no los conoce la Iglesia. Yo se los llevé al padre Anselmo, de la iglesia de donde vivía antes; y me dijo que yo no podía inventar santos, que me dejara de tonterías. A mi eso me dio mucho coraje, porque mis santitos me han hecho muchos milagros. Miren, ahí he puesto a cada uno una pequeña alcancía; y con lo que junte, me voy a ir a Roma a pedir al Papa que los reconozca y los ponga en los altares”. Y así diciendo, las instó a que echaran algo en las alcancías, cada una según su particular devoción.
Y cada vez que alguien le iba a pedir una oración, hacía lo mismo.
No sabes lo popular que se hizo la “capillita”. El portero no tardó en darse cuenta, y empezó a imaginar qué podía hacer para cobrarle algún impuesto a la señora del 51. Y más que una tarde, en que el portero estaba en brama, le habló a la Flor para que viniera a satisfacer sus impulsos amatorios, pero ella le dijo que se iba a cantar a un palenque y que no podía ir. Entonces, el portero subió a que la enfermera le diera sus “cuidados paliativos”, por aquello de que “más vale poco que nada”, y se encontró con que la enfermera se había ido a ver a la del 51. Se puso furioso, mandó a sus guaruras que se la llevaran a la portería; y cuando la tuvo enfrente, le pidió a gritos que le explicara por qué había abandonado su puesto de trabajo. La mujer le contestó que había ido a pedir una oración para curar sus “problemas femeninos de la mujer” (léase menopausia). El portero le dijo que ella era enfermera, que debía saber cómo curar esos trastornos; pero ella respondió que nada le hacía efecto, y que la del 51 le había dado una “Oración a San Atenor para el Calor” que daba muy buenos resultados en esos casos. El portero hizo tal berrinche, que ya ni siquiera quiso que le diera sus cuidados paliativos.
Pero no paró ahí la cosa. A los pocos días, los vecinos empezaron a murmurar que el Seguro Vecinal no era bueno, que le faltaba siempre la ruda para los chiquiadores, y que no tenía caso que lo siguieran pagando. Y así se lo hicieron saber al portero.
El berrinche se elevó al cubo, porque le estaban quitando un buen negocio. Entonces, puso en la portería una alcancía con la leyenda: “Para el candelero del señor portero”; y colocó a un guarura junto, para que todo el que quisiera pedirle algo dejara su “óbolo” en la alcancía. Tampoco le dio resultado, porque los vecinos dijeron que en vez de pedirle al portero que arreglara los baños, se lo pedirían a San Antonio de los Baños, y en vez de exigir que tapara al agujero del patio, le rezarían a San Pablo Tinajero.
Y siguieron yendo al 51 a pedir el remedio a todos sus males. Pero en vez de dinero, le llevaban a la señora unos tamalitos, un atolito, un poquito de mole o un pancito de elote. Eso retardaba el viaje de la señora a Roma, pero al menos le daba de comer. Y allí quedó la señora, repartiendo bendiciones y oraciones al por mayor; y el portero, maquinando la manera de echarla de la vecindad.
No sé si lo logre. Pero es tan retorcido que a lo mejor lo consigue. Yo no sé qué decirte, porque apruebo la fe de la gente; pero es evidente que esta señora es más o menos una estafadora. Algún día habrá una solución al conflicto. Es cuestión de esperar.
Así como yo espero volverte a ver. Pues todos los días extraño tu sonrisa y el contacto de tu piel. De todo lo cual eres muy avara. ¿Será porque siempre está tu mamá presente?
Te quiere
Cocatú
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