Querida Tora:
El otro día amaneció la señora del 28 en un grito; ¡a su hijo le había salido una planta en una oreja! ¿Te imaginas la conmoción que hubo en la vecindad? La reacción inmediata de la mayoría de las viejas fue prohibir a sus hijos que se juntaran con el del 28, no se les fuera a pegar.
Y es que el chamaco se veía muy curioso, con unas hojitas asomándose por la oreja, mientras él lloraba a moco tendido porque le dolía. Lo primero que hicieron fue llevarlo al Seguro Vecinal; pero la enfermera, en cuanto lo vio, pegó un grito de horror y se refugió detrás del estante de las inyecciones. La madre le exigía que atendiera a su niño, pero ella no se atrevía a acercársele. Y estuvieron gritándose mutuamente indecencias, hasta que llegó el portero, con sus guaruras por delante, y aparentando una serenidad que no sentía. En cuanto lo vio, la infeliz madre se fue sobre él, exigiéndole que pusiera remedio a la situación. ¿Y sabes lo le contestó el…? No sé si llamarlo “desgraciado” o “pobrecito”, pues los dos adjetivos se le aplican, porque lo que contestó fue que iba a llamar al Instituto Nacional de Antropología e Historia.
Todos se quedaron con los ojos, cuadrados. ¿Para qué llamar al INAH (Lo pongo así porque es más corto)? El pobre hombre les endilgó un discurso lleno de imprecisiones en torno a la responsabilidad de las instituciones públicas de hacer frente a la adversidad, cuando la realidad es que dijo ese nombre porque fue el más largo que se le ocurrió, aunque en realidad no sepa para qué sirve.
Ahí intervino el del 42, un maestro viejo y cursi, que dijo que había que llamar al Museo de Historia Natural, porque allí tienen (O tenían ) en exhibición corderos con dos cabezas, niños con cabezas hidro…hidro no sé qué; en fin, fenómenos de todo tipo. La madre se le fue encima, exigiendo que no llamara fenómeno a su hijo, y tuvieron que sujetarla entre los ocho guaruras, que quedaron un poco maltratados por su atrevimiento. Otro maestro, más “moderno”, opinó que el niño era el producto de la cruza de su padre (Que se anda metiendo en todos lados) con algún árbol del baldío cercano en una noche de borrachera y desenfreno, o de su madre con un arbusto chiquito y cachondo; y que no habría más problema que el resultado de la cruza resultara, como las mulas, estéril. Tanto el padre como la madre se le fueron encima, y no te digo cómo le dejaron los ojos, porque seguro que te lo imaginas.
Mientras tanto, el portero ya estaba elucubrando un plan para exhibir al niño en una urna, en la ventana de la portería que da a la calle, con un letrero que dijera “Niño-planta. Tercera generación (No sé por qué eso de la tercera generación). Vuelva a verlo dentro de ocho días, cuando le empiecen a salir florecitas”, y cobrar un peso por cada minuto de observación. Y ese dinero iba a emplearlo en obras de restauración de la vecindad, que ya estaba un poco deteriorada por el uso y abuso que hacían los inquilinos de ella (En realidad, estaba pensando en comprarle a la Flor un abriguito de pieles para las noches que sale tarde del cabaret y tiene que regresar a su casa en el Metro). Pero el padre le dijo que nones, que si alguien iba a explotar “la desgracia del chilpayate”, ese era él, que con valor y tesón lo había engendrado y que ahora tendría que cuidarlo toda la vida, porque ¿qué iba a hacer el pobre con su infortunio? (Palabra que había aprendido recientemente).
En eso estaban, cuando los interrumpió el niño, que corría velozmente hacia ellos llevando una ramita en la mano. Se las mostró triunfalmente, diciendo que el Botellita, el chavo del 58, se la había arrancado. Y todos se lanzaron a perseguir al Botellita, furiosos porque les había estropeado el negocio. No lo alcanzaron, porque ese chavo es capaz de ganar cualquier maratón. Sólo quedó la madre con su hijo, queriendo averiguar por qué le había salido esa plantita. La cosa era muy sencilla: jugando con el Botellita, precisamente, se había metido un frijol en la oreja y no se lo pudo sacar; no dijo nada por miedo a que lo regañaran; y seguramente con la oscuridad, el calorcito y un poco de agua que le entró, el frijol empezó a germinar.
El padre quería meterle otro frijol para poderlo exhibir, pero el chamaco no se dejó alcanzar, diciendo que le dolía mucho; entonces le dijo que le metería una lenteja, que es más chica que un frijol, pero ni así se dejó el chamaco. Y tuvieron que irse para su casa, lamentando la pérdida de un buen negocio (El portero, más que el padre).
Creo que la cosa terminó bien, aunque el padre no se cansa de llamar “desagradecido” al hijo. Pero ya se le pasará. Y si no, ya te contaré lo que suceda.
Te quiere
Cocatú
1 Contexto: Un alienígena arriba a la Ciudad de México y, convertido en gato, llega a vivir a una vecindad. Le escribe a Tora, quien lo espera en su planeta natal, sus impresiones sobre lo que ve en ese lugar. Su correspondencia tiene algo de crítica social y toques de humor.
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