CARTAS A TORA 224

Querida Tora: Hace mucho tiempo que no te hablo de la Flor. Nadie la contrata, ni siquiera para cantar en fiestecitas particulares. El otro día vino a ver al portero (que yo creo que es algo así...

14 de mayo, 2021 CARTAS A TORA

Querida Tora:

Hace mucho tiempo que no te hablo de la Flor. Nadie la contrata, ni siquiera para cantar en fiestecitas particulares. El otro día vino a ver al portero (que yo creo que es algo así como su último tranvía) y se pasó la tarde llorando hasta que “el hombre fuerte de la vecindad” (como le gusta ahora que lo llamen) le prometió hacer algo por ella (artísticamente hablando).

Y sí. Le cumplió y le organizó un “Concierto Floral” en el patio, un sábado en la noche; y ordenó a todos los vecinos que acudieran, dispuestos a aplaudir mucho. Al principio, los vecinos se enojaron, porque el portero no tiene la facultad de ordenarles ir a un concierto, por muy floral que fuera; pero al final accedieron (nunca tienen nada que hacer los sábados  en la noche, si no es ir a la cantina a chupar. Ya sabes lo que significa eso de chupar, ¿verdad?). Así que se ocuparon  todas las sillas que se pusieron, y muchos se quedaron de pie o en las escaleras o los pasillos.

La Flor vio la multitud y se puso muy contenta, y salió dispuesta a entregarse (en el buen sentido de la palabra) a aquel público inquieto y bisbiseante. Y empezó el Concierto (aquí entre nos, lo de “floral” es porque todas las canciones se llamaban “Rosa”, “Amapola”, “Varita de Nardo” y cosas por el estilo. Se conoce que la imaginación del portero trabajó a todo lo que daba).

¿Pero qué crees? Ya la Flor no es lo que era. No es que haya tenido mucha voz, pero algunas cosas le salían más o menos bien (salvo cuando se ponía a echar gorgoritos). Pero ahora, en cuanto notaba que la voz le empezaba a fallar, empezaba a gorgoritear. Y el público, a reír. Fue horrible. A mí me dio mucha pena por ella. Pero al portero lo que le dio fue coraje, y mandó a sus guaruras a darle zapes a los que se reían. La molestia no tardó en cundir entre el público, y empezaron  a abuchear a la Flor (que no tenía la culpa de eso). El portero mandó que dieran un macanazo a los que se reían. Los vecinos, en cuanto vieron aplicar ese tipo de golpes, se controlaron. ¿Y qué crees? Que empiezan a aplaudir. Y cuando la Flor elevaba la voz “a alturas insospechadas” se ponían frenéticos (de coraje, pero lo disimulaban muy bien). El caso fue que al final, los aplausos no cesaban, alentados por el restallar de los látigos de los guaruras. La pobrecita Flor no se dio cuenta de nada, emocionada por el éxito que estaba teniendo (como cuando era joven, decía); y acabó llorando de emoción, agradeciendo los vítores y bravos que le enviaban y abrazando a todos los que se subieron al escenario a felicitarla (Cuando la dejaban los guaruras, que se .los espantaban como si fueran moscas).Y cuando por fin se retiró estaba exhausta, al grado de casi no poder estar de pie. Y menos porque el portero la esperaba con una botella en la mano. Pero ella solo pudo tomar dos traguitos de la “cuba” que galantemente le ofreció, y cayó noqueada por el cansancio. El portero se puso furioso, porque no iba a poder cobrarse el favor como quería; y quiso consolarse yendo al hotel de a la vuelta, pero cuando se acordó de que allí tenía que pagar, se regresó, se dio una ducha fría y se acostó en un sofá de cuero duro y lleno de hoyos que había en el sala.

Al día siguiente tampoco pudo desquitarse, porque la Flor se levantó muy temprano y, animada por su éxito, fue a buscar trabajo en una carpa cercana. Y se lo dieron, al verla tan radiante (se había maquillado con mucho cuidado) y bulliciosa. Pero se lo quitaron esa misma noche, porque cuando salió a escena iba un  poco tomada y dio varios traspiés.

Yo creo que el portero hace mal en organizarle conciertos a la Flor, porque la está engañando. Ella cree que es una gran artista, pero le haría más bien retirarse a la vida privada (aunque siempre ha sido pública, por más que trate de disimularlo). En cambio, con  toda la faramalla que le armaron aquel sábado, lo único que hace es el ridículo. Pobrecita. Pero no tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre, ¿no te parece?

Te quiere,

Cocatú

 

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