CARTAS A TORA 220

Querida Tora: Hay una familia que vive en el 51, muy tranquila, muy agradable. El señor, sobre todo, es muy serio: vive para su trabajo y para sus hijos. Sin olvidar a la esposa, claro, porque la...

16 de abril, 2021 CARTAS A TORA

Querida Tora:

Hay una familia que vive en el 51, muy tranquila, muy agradable. El señor, sobre todo, es muy serio: vive para su trabajo y para sus hijos. Sin olvidar a la esposa, claro, porque la atiende como no te imaginas. Todo iba muy bien con ellos, hasta que una de las chamacas del 37 cumplió 16 años. Dirás que eso no tiene nada nada que ver, pero es que en cuanto se sintió “grande” inició una ofensiva contra el señor del 51. Le puso cerco; se le tropezaba en todos lados los rincones, le sonreía con todos los dientes y lo miraba con ojos insinuantes. Como el asedio tranquilo no le daba resultado, dio un paso adelante. Se dio cuenta de que iba al trabajo en  Metro, y ella dejó de tomar el camión para ir a la escuela y desde ese día viajó en Metro, aunque tenía que transbordar. “Casualmente” se encontraba al del 51 en la calle o en la estación, y viajaban juntos, y, entre las apreturas de la hora pico, se le sobaba de arriba abajo, por delante y por detrás, y varias veces le metió mano.

El del 51 hacía como que no se daba cuenta, pero bien supo lo que estaba pasando. Entonces, optó por salir mucho más temprano; pero la chava lo imitó, y una vez que iba sentado, en el Metro, lo vio y corrió a sentarse en sus piernas (y no sabes cómo se movía la condenada). Como tampoco eso le dio resultado, resolvió contarle a la del 38 (que es su incondicional) lo que sufría con la indiferencia del señor. Y al día siguiente, ya todos los vecinos murmuraban que el del 51 no funcionaba bien, que era poco hombre y que resultaba un peligro para todos los niños de la vecindad. Naturalmente, todos le dejaron de hablar, a él y a su esposa; y a los niños les prohibieron que jugaran con los del 51.

Los pobres no sabían lo que pasaba, pero se enteraron en cuanto los del 41 fueron a invitar al señor a ir al gimnasio con ellos. Eso puso al hombre sobre aviso, y resolvió poner fin al chisme. Y, efectivamente, el domingo que estaba la gente en el patio, se subió a un banquito y les dijo a los vecinos que él era tan hombre como el que más, y que si no le hacía caso a la chava del 37 era porque respetaba a las mujeres y quería a su esposa, a la cual no estaba dispuesto a faltar. ¿Y sabes qué? Lo abuchearon. Así como te lo cuento. El pobre hombre tuvo que ir a refugiarse en su vivienda para escapar de la pamba con picahielos a la que lo querían someter.

El del 37 (¡Imagínate! el papá de la chava) se reía de él en sus narices, y una vez juntó a un grupo de compañeros de borrachera para no dejarlo entrar a la vecindad “por ser la vergüenza de los vecinos honrados”. Las viejas le decían cosas muy feas cuando pasaban a su lado. La señora del 37 le sacaba la lengua en cuanto lo veía; y la chava se levantaba las faldas más arriba de la cintura cuando lo veía venir, con lo que lo único que consiguió fue que uno de los ninis de la azotea la violara una tarde que no tenía nada que hacer.

Lo peor fue cuando su esposa lo enfrentó y le dijo que a ver qué hacía, porque ella no iba a permitir que sus hijos crecieran con el estigma (esa fue la palabra que usó, no estoy exagerando) de tener un padre maricón. El pobre hombre corrió a la tienda, compró una botella de mezcal y otra de tequila, se las bebió de un jalón y fue a tocar la puerta del 37, a exigir que saliera la chava que tenía 16 años (y ninguna de las otras, añadió). Pero la que salió fue la madre, que es muy bronca; lo llamó acosador, sádico, maníaco sexual, violador y otras lindezas por el estilo, le atizó un golpe con el mango de la escoba y lo dejó tirado en el pasillo “para que lo recogiera la mártir de su mujer”.

El hombre estuvo tres días en cama. No tanto por el golpe, sino por el disgusto que se había llevado, porque se puso amarillo, amarillo y lo vomitaba todo. Pero los chismes se calmaron.

Aunque no tanto. Porque unos días después me di cuenta de que las viejas se reunían en los tendederos, y entre lo que platicaban hacían alarde de las “faenas” de sus esposos, y competían a ver cuál de ellos tenía más hijos en las calles aledañas. Si los ven con alguna otra mujer, hacen unos escándalos espantosos; pero si alguno tiene un hijo con otra, lo felicitan y le llevan una veladora a algún santo de su devoción. ¿Quién entiende esas cosas? Debe ser cosa de consultarlo con algún psiquiatra, pero yo no tengo tiempo para eso, y te lo dejo a ti de tarea, que al fin y al cabo eres mujer (o un equivalente), y debe serte más fácil entenderlo… Y cuando regrese, me lo explicas, por favor.

Te quiere,

Cocatú

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