Querida Tora:
¿Te acuerdas de la señora que tiene un perro muy cursi? Pues volvieron a ser protagonistas de un incidente en la vecindad, que dejó bastante tristeza en todas las viejas.
La cosa empezó porque llegó un circo a un solar cercano. Un circo pequeño y roñoso, pero que levantó muchas expectativas. Allá fue mucha gente, a ver cómo se instalaban, y se prepararon para asistir a las funciones… La señora y sus cuatachas fueron todas juntas, y antes de la función se dedicaron a ver los animales. Todos eran viejos y estaban medio lacios (por hambre, creo yo), pero había muchas que en su vida habían visto a un elefante de cerca, y no sabes las ñáñaras que sintieron al tocarle la trompa. Al fin, fueron a dar a la jaula del león que, desdentado y canoso, atraía todas las miradas. Puchi, en cuanto lo vio, le fue a ladrar como si le fuera en ello la vida. El león ni volteaba a mirarlo. Pero Puchi se enardeció, y cada vez ladraba más, que hasta su dueña le dijo que se contuviera, que se iba a quedar ronco. En una de esas, el león se dio una vuelta, la cola le salió entre los barrotes y fue a dar un amable latigazo a la cara de la señora. ¡Hubieras visto a Puchi! Saltó como pulga enojada, y alcanzó a morder brevemente la cola del león. Entonces el rey de la selva se molestó de veras; se volteó hacia Puchi, abrió la boca en todo su esplendor, y de aquella masa de dientes afilados y careados salió un rugido de verdad. ¿Y qué crees? El pobre Puchi cayó al suelo, exánime. La dueña le empezó a reconvenir, a decirle que fuera más juiciosa, que un león era un enemigo muy poderoso; pero Puchi, como si fuera un disco malo. Entonces, la señora se alarmó; levantó a Puchi, le echó agua en la cara, le hizo respiración boca a boca, y nada. Puchi estaba muerto. Infarto al miocardio, dijo el veterinario con el que luego lo llevó.
Regresaron todas a la vecindad, con Puchi y la dueña en brazos, llorando con desconsuelo, e inmediatamente dispusieron el velorio. La perrita fue colocada en una caja blanca (a pesar de los nueve cachorritos callejeros que tuvo, Puchi seguía siendo inocente, afirmaba la dueña entre hipos y lágrimas), pusieron cuatro cirios alrededor e invitaron a los vecinos a cafetearla. Fueron todos a presentar sus respetos a la… No, viuda no; tampoco huérfana… No sé cómo se llama a una dueña que acaba de perder a su ser querido. Pero tú me entiendes, ¿verdad? Cada pésame era seguido por un aullido de la señora, y una nueva relación de los hechos tan funestos. También trajeron a todos los perros de la vecindad y algunos callejeros que eran amigos de Puchi (a pesar de la diferencia de clases). Todos los animalitos se sentaron muy serios, no entendiendo lo que pasaba; de vez en cuando se levantaba alguno a dar un lengüetazo a Puchi. Solo un perro chato nuevo en la vecindad se acercó a la difuntita y trató de abusar de ella al verla tan blanquita, tan quietecita. Pero no te imaginas cómo le fue. Todas las viejas se levantaron a una y le propinaron una tunda espantosa (yo creo que se estaban desquitando de lo que no pueden hacerle a sus maridos en situaciones parecidas).
Luego la cremaron y colocaron las cenizas en una cajita de música que tiene la dueña desde que era niña, que se la regaló una tía más cursi que la perrita. Pero esa es otra historia. La cajita está ahora en la mesa de centro de la sala, y todos los días se sienta la señora en el sofá a recordar a Puchi; se ríe con sus gracias y se entristece con todo lo que sufrió. A veces invita a algunas amigas para que la acompañen en sus recuerdos, pero ya empiezan las viejas a huir de sus invitaciones (en pocas palabras, ya están hartas de Puchi y de su dueña).
El tiempo lo cura todo, y la señora se fue conformando con la ausencia. Pero como se sentía sola, empezó a buscar compañía. Yo noté que me veía con interés, y que con frecuencia me echaba unos pellejos bastante buenos. Una vez me tomó en brazos y me empezó a acariciar. Pero yo no quise verme lleno de rizos y caireles ni teñido de blanco (es su color favorito), así que mejor la rasguñé. Me insultó y me dijo hasta de lo que me iba a morir; pero lo que hice fue rasguñarla otra vez, y así me dejó en paz. El otro día llegó con un perro muy raro; dijo que lo había comprado en una tienda de mascotas, que es de una raza muy poco común y que le costó carísimo. Yo no lo creo. A mí me parece una cruza de callejero con más callejero y que, además, salió muy feo. Pero ella ya no se siente tan sola. Cada quien se las arregla como puede, ¿no te parece?
Te quiere,
Cocatú
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