Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades

“Bardo” enoja y emociona, da ternura, indignación, risa; es incongruente, repetitiva, ácida, nostálgica, profundamente emotiva, neurótica, humana.

1 de noviembre, 2022

Algo que me parecería muy sencillo, como lo es dar mi humilde opinión sobre una película, ha resultado por demás complicado. Como si quisiera explicar el secreto de la vida y basándome en el catecismo escolar, he ido de lo simple a lo más complicado; leí y vi cualquier cantidad de críticas y entrevistas al director y los personajes, tratando de encontrar empatía. Al final de este sencillo pero exhaustivo ejercicio puedo reconocer que no lo logre.

Y eso es Bardo, creo que el director se sentiría satisfecho con la confusión que ocasionó  en mí y con la falta de argumentos con la que me quedé. Bardo es una película en la que la historia va de la realidad a la ficción y de regreso, porque al final Alejandro González Iñárritu obtiene el mismo resultado de lo que pareciera ser el hilo conductor de la película y ese creo que es el verdadero final: un final abierto.

Todos queremos saber qué tiene que decir Alejandro González Iñárritu, cuál es su nueva propuesta, de antemano sabemos que viene con una producción millonaria y que después de sus multipremiadas cintas será muy difícil reinventarse y sorprender a la audiencia.

Yo como todos tenía muchas expectativas y ninguna, siendo la única asistente en la sala (siempre voy al cine a la hora de la comida los sábados que es cuando puedo escaparme un rato). Confieso que cuando vi en escena a Daniel Giménez Cacho, escuché su voz y me di cuenta de que era el protagonista, la perspectiva me cambió, apagué el celular, dejé a un lado las palomitas y me reacomodé en mi butaca sabiendo que lo que venía sería muy bueno. La primera frase que saltó a mi cabeza, “México no es un país, es un estado de ánimo”, me lo confirmó.

Puedo decir mil cosas sobre el viaje que representa dejarse poseer por esta historia sin historia y esta secuencia de viñetas y cuadros, algunos precisos y otros desdibujados, abstractos, o perfectos como un retrato, falsos, de mal gusto, artísticos, que van de lo absurdo, lo fantástico, lo teatral, escalofriante, cómico, estruendoso, íntimo, espectral, erótico, ridícula, nostálgico, incisivo pero sobre todo irracional.

Podría usar una sola palabra para conceptualizar y entender lo que es Bardo y esa idea es “Onírico”. Bardo es un sueño, un sueño inmersivo en el que el director atrapa a su espectador y le explica sin mayor pretensión cómo es la vida vista desde su interior y hacia su interior.

Si bien la crítica lo ha acusado de pretencioso, narcisista y egocéntrico, olvida la crítica que cualquier obra de arte es un diálogo del artista sobre sí mismo. Esta es y no es la excepción, admiradora como lo soy de Alejandro González Iñárritu desde su lejano en el tiempo mas no en la memoria programa del “Pavo Asesino”, creo, sin temor a estar tan equivocada, que es un profesional en la materia, mucho más que un genio.

Toda una vida dedicada al cine le han dado los elementos para crear con la mano izquierda y un piano en la otra una película de manufactura impecable, de un manejo de la cámara, el sonido, la edición y todo lo que en cine se conoce como Arte con maestría digna de todos los premios y reconocimientos.

Él admira y reconoce abiertamente que en una especie de homenaje emula a grandes directores, escritores, pintores y músicos que sin duda han marcado no solo su carrera sino su vida privada y su historia, como nos ha pasado a todos, somos una colección de lo que hemos visto, escuchado, sentido y también de lo que nos han contado. No vacila en aceptar la influencia que tienen en él y en su trabajo Fellini, Godard, Luis Buñuel, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Vivian Mayer, Magritte, Giorgio de  Chirico por mencionar sólo algunos.

Tal vez la locura, la locura verdadera o sea  algo no adquirible, con la que se nace y se potencializa con los años,  la genialidad que otorga muchas veces una condición mental que no es tan disfrutable para quien la vive pero sí apetecible para quien la admira en el trabajo del artista. Es algo que tal vez no se pueda adquirir ni con todo el estudio del mundo, pero sí se puede buscar en el interior, si puede una persona introspectar lo suficiente para sumergirse hasta lo más profundo de los miedos y sentimientos y encontrar estas escenas extrañas y a veces muy difíciles de explicar, pero que hablan a la perfección para quien las quiere entender sobre la psique de cada persona.

Todos hemos soñado cosas inverosímiles, es más, empezando por mí que siempre he considerado ser una persona que vive dos realidades simultáneas pero iguales en importancia cada día; una que va de todo lo que sueño o vivo a mi manera desde que pongo la cabeza en la almohada y otra a partir de qué abro los ojos al exterior.

Y en esos sueños o distintas realidades como en los de todos, se combinan  los elementos de una forma fantástica y absurda. Todos podemos contar el clásico sueño sin pies ni cabeza en la que regresamos a la casa de la infancia, pero que ahora es una especie de playa contenida por paredes; o el sueño en el que caminamos tratando de avanzar en un espacio inhóspito en el que diferentes elementos se combinan para impedir nuestro paso.

Eso es Bardo, la historia y la particular forma de contarla de Alejandro González sin mayor pretensión que eso, decir cómo él vive su personal realidad.

Y el final es abierto y en él participamos todos los espectadores. Con el aplauso o el juicio estamos dando un final distinto para cada quién y en el que el protagonista, Silverio Gama, el alter ego de González Iñárritu, vuelve a ser el blanco de todas las opiniones y proyecciones.

Por supuesto que recomiendo ver la película, es una cátedra en todo el tema técnico, en la que por mucho lo más destacable me pareció la extraordinaria actuación de Daniel Giménez Cacho, actor de altísima factura, verdadero orgullo nacional, que logra entender los requerimientos del guion y a su vez imprime su propia realidad en cada escena.

Bardo es algo detenido en el tiempo, es un lugar sin lugar, es la ausencia de la razón y la lógica. Bardo vive dentro de todos nosotros, por muy trabajados que nos sintamos en cuestiones emocionales. Bardo enoja y emociona, da ternura, indignación, risa; es incongruente, repetitiva, ácida, nostálgica, profundamente emotiva, neurótica, humana.

Si tuviese que resumir todas mis ideas y sensaciones en pocas palabras diría que Bardo es el más que justificable intento de Alejandro González Iñárritu por decirnos cómo se siente, a través del ejercicio de extroversión, tratar de entender quién es él.

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