Este fin de semana navegando en redes leí algo que me indignó y que de cierto modo me identifico porque a mí también me lo hicieron una vez, pero creo que hacérselo artesanos está todavía mucho más pesado. Resulta que unos turistas pagaron en Mérida una blusa bordada a mano con un valor de $1,050.00 mexicanos con billetes Argentinos (que son muy parecidos). Les digo que en mi negocio nos hicieron una vez lo mismo.
Convirtiendo los billetes resulta que el pago no llegaba a los veinte pesos mexicanos, por lo que la vendedora perdió $1,030.00 pesos y seguramente un turista se fue sintiéndose muy listo por haber obtenido prácticamente regalada una blusa bordada a mano. Hechos como este demuestran la poca importancia que se le da a la gente originaria deslegitimando su oficio, valorando poco la dedicación y el esfuerzo que se pone en cada prenda, el tiempo que se lleva y la tradición milenaria heredada de generación en generación para que sigan existiendo prendas y objetos que representan la identidad y el sentir de cada población.
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Una artesanía no es como se empeña en verlo mucha gente: un recuerdito o un souvenir. Es mucho más que eso, es una representación clara de la cultura, la identidad, de una forma de existir, de comunicar las propias creencias e historias que tiene cada comunidad. Se hacen con materias primas, propias de cada región, y utilizando herramientas rudimentarias como desde hace siglos, no hay artesanías hechas en serie ni de forma sistemática, cada una es única e irrepetible, lleva un mensaje y un sentir, el comprador se lleva consigo un pedacito de la esencia de quien lo hace y de su comunidad, de la historia y el folclore de nuestro país.
Regatear el precio, preferir comprar productos similares hechos en China de forma industrial es mucho más que no valorar, es una falta de respeto a nuestra gente y a nuestra tradición. Los textiles, los productos elaborados con barro negro, las canastas y pedicuros de palma, los alebrijes y todo tipo de tallas en madera o piedra, la joyería de origen Huichol, los utensilios de cocina moldeados a mano etcétera, llevan en sí mismas la resistencia de los pueblos originarios al olvido, el orgullo de su existencia y la tradición de cientos de años.
Según datos del INEGI y 70% de las personas que se dedican a la manufactura de artesanía son mujeres indígenas que viven en situación de pobreza extrema y que no tienen acceso ni a tecnología ni a medios para realizar su trabajo en serie ni forma de comercializarlo muchas veces formalmente; aún así imprimen en cada prenda su esfuerzo, su conocimiento y un profundo amor y respeto por su identidad.
Nosotros normalizando la imitación y el regateo no somos más listos, por el contrario estamos apostando a que este arte se extinga por no cumplir con el propósito de ayudar también a las manos que lo trabajan. Ojalá hiciéramos lo mismo cuando se trata de ropa fabricada en serie de altísimos precios pero que con gusto pagamos muchas veces más por ataría que por la calidad que nos ofrecen.
Apoyar a los artesanos mexicanos es amar a nuestro país, es sentirnos orgullosos de quien somos y hemos sido, de nuestras raíces y de el talento que regalo la tierra a estas manos creadoras de belleza. Ostentar en nuestra casa un producto hecho a mano es mucho más que un adorno, es un encuentro con nuestras raíces y una reconciliación con nuestra historia, un reconocimientos al talento y a la creatividad; es admirar una obra de arte única creada con profundo amor y respeto y de la misma forma debemos esperar que lo hagan habitantes de otros países que visitan el nuestro, curiosamente muchas veces son ellos los que están dispuestos a pagar precios justos y darles un lugar de honor a las piezas y no los mismos mexicanos que en muchos casos incluso desprecian a los artesanos y vendedores, alegando que pertenecen al comercio informal e intentando influir para que sean retirados. Al despreciarlos se les hace sentir que su cultura y talento no tienen relevancia en una sociedad como la nuestra que sí, muchas veces tristemente sigue impresionándose con espejitos como en la Conquista.

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