Querida Tora:
Hace poco vino a vivir en la vecindad un señor muy curioso. Está tatuado, pero no creas que un tatuaje en el cuello, otro en la espalda y otro en alguna parte oculta. No, no: está tatuado de arriba abajo, por delante y por detrás, de modo que apenas si se le ve algún pedacito original de piel. Ya te imaginarás el escándalo que causó. Todos lo querían ver. Y él se dejaba admirar, no vayas a creer que pecaba de modesto; por el contrario, todos los días salía al patio a echarse un cigarrito, según él; pero, en realidad, salía a exhibirse.
Cuando le fueron tomando confianza, los vecinos le preguntaron por qué se había tatuado en esa forma. Él contestó que tenía un alto temperamento artístico, y que le gustaba sentirse una obra de arte viviente. Y tomaba poses que él consideraba estéticas, pero que a veces resultaban grotescas. Y nos dijo también que los tatuajes le resultaban útiles. Por ejemplo, dijo, “Llevo tatuados todos los trabajos que he desempeñado en mi vida; así, cuando voy a solicitar un empleo y me piden mi currículum vitae, todo lo que tengo que hacer es encuerarme. Si quien me entrevista es una vieja, se empeña en verlo todo al detalle; si es un hombre, suele decirme que me vaya con mis “vergüenzas” a otra parte”. “¡Y claro que me voy!”, añadía, “porque a mí no me discrimina nadie”. Resultado: que casi nunca conseguía trabajo. En la actualidad, lleva varios años desempleado. “¿Cómo le hice para vivir? Muy sencillo: me voy a un parque, me encuero, y no falta una mujer a quien le guste la pintura que se acerque a verme, entablamos conversación, le digo que soy un museo viviente, y a rascarse la barriga durante unos meses. Y si se cansa, pues que se vaya. Al fin que luego llega otra”, afirma con orgullo.
Y sí, a los pocos días de estar en la vecindad, llegó una señora a vivir con él. Enseguida se hizo amiga de todas las viejas, y les contaba lo que tenía tatuado en las partes más escondidas de su cuerpo, que nunca había exhibido en el patio. Y todas contentas.
Pero un día el señor se resbaló en las escaleras, y al rodar los escalones el barandal de fierro (colado y muy antiguo), le arrancó un pedazo de piel. No sabes cómo lo lloró, porque ya su cuerpo había perdido su uniformidad artística (Así dijo. No me preguntes por qué). La señora recogió el pedazo de piel. ¿Y qué crees que hizo? Lo puso a secar al sol, y antes de que se arrugara lo colocó en un marco y lo colgó en la sala, sobre el sofá grande. Y luego invitó a las vecinas a tomar el té para que lo pudieran admirar con tranquilidad.
Toda la vecindad desfiló por la vivienda, pero con el tiempo pasó la novedad, y ya nadie iba a ver el pedacito de piel. ¿Y sabes lo que se le ocurrió entonces a la vieja? Despellejar al señor totalmente, y hacerse una alfombra con la piel. “Al fin que la ciencia ya está muy adelantada. Es cuestión de que se pase unos días en cama, hasta que le salga una piel nueva. Y se vuelve a tatuar, y luego se la arrancamos otra vez”. Y ya se figuraba millonaria vendiendo tapetitos de piel humana. Luego, alguien le dijo que al pisar la alfombra podrían borrarse los tatuajes; y tras pensarlo un poco, dijo que mejor la usaría de colcha, con lo que la temperatura erótica de quien la usara iba a subir considerablemente. Y ya imaginaba un ejército de hombres tatuados esperando a ser despellejados e inundar el mercado de colchas surrealistas o barrocas o “fin de siglo” o quién sabe cuántos estilos más.
El rumor corrió por la vecindad como reguero de pólvora, y la del 38 se apresuró a poner a disposición de la señora a su marido, que estaba bastante frondoso y daría para dos o tres colchas individuales o una “king size”, y ya estaban haciendo cuentas de lo que iban a ganar. Pero en eso llegó el tatuado, y en cuanto se enteró de lo que estaban planeando las echó a las dos de la casa; y a su vieja le dijo que ni se parara por allí, porque la iba a freír en chapopote.
Y es que es muy fácil imaginar negocios fabulosos y disponer de las vidas de los demás. Pero en esto último se equivocan todos, porque a los demás no les gusta ser mangoneados por nadie. Claro que el tatuado se echó la enemistad de todas las viejas de la vecindad, y se tuvo que mudar; que si no, un día iba a amanecer despellejado sin tomar las precauciones higiénicas indispensables.
Total, el hombre tatuado se convirtió en una leyenda de la vecindad; y, como todas las leyendas, nadie supo si la historia era cierta o no.
Te lo dejo para que lo pienses.
Te quiere,
Cocatú
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