4c+74.13

Cuento de ciencia ficción.

6 de julio, 2023 4c+74.13

“Time sometimes flies like a bird, sometimes crawls lika a snail,

but a man is happiest when he does not even notice

wether it passes swiftly or slowly”

Ivan Turgenev

“Mars in his true moving, even as in the heavens

so in the earth, to this day is not know”

William Shakespeare. Henry VI. 

Hora indeterminada, fecha indeterminada.

Inicio del mensaje grabado: Mi esposa debe estar cumpliendo los sesenta y ocho años, aunque es difícil saberlo con precisión. Pudo haber sido hace ya un minuto. O quizás falten aún algunos segundos. La diferencia, en este caso, es mucho mayor de lo que parecería a simple vista. 

Los gemelos deben haber ya superado la treintena. Cuando pienso en ellos, como lo hago frecuentemente, lo que viene a mi mente son sólo momentos. Ráfagas instantáneas de nuestro pasado. La línea temporal se desdibuja en una sucesión ininterrumpida de rostros, gestos, frases, sensaciones y aromas que saltan de un momento a otro, de un año y una década a otra. Los echo de menos, tanto como puede ser humanamente posible. 

Quizás un poco más. 

Volviendo a temas urgentes, la computadora de vuelo corrobora lo que mis laboriosos cálculos predicen: sólo resta suficiente combustible para un intento adicional. Lo que resulta aún más preocupante es que aun teniendo éxito, el efectuar satisfactoriamente el viaje de regreso parece cada vez menos probable. Las mediciones de masa, electromagnetismo y velocidad de rotación, aún con sus picos aleatorios, dadas las variaciones en cuanto a nuestra posición con respecto al horizonte, se mantienen constantes. 

Las de radiación, por el contrario, han aumentado de manera vertiginosa, sobre todo las que refieren a rayos x y gamma, lo que ha comenzado a generar problemas con el ECC. Los parámetros referentes al disco de acreción, tras el reciente incidente del módulo A, no arrojan una posición propicia para intentar nada. 

Habrá que esperar, otra vez, un poco más. 

Fin del mensaje grabado. 

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La idea del tiempo para el ser humano, ese peculiar término que incita a pensar lo mismo en el surgimiento de los protozoarios hace miles de millones de años que en el culto a Samas, en la invención de la rueda y en la abolición de la esclavitud, en Johannes Kepler y en Niels Bohr, en los plácidos veranos en el Caribe, la celebración del 16 de junio que debemos a Joyce, en el rapto de la esposa de Menelao que narra Homero; en el erotismo que habita en el Satiricón de Gayo Petronio y en las Historieae de Heródoto, en las bulliciosas noches de Delhi y los amaneceres portuarios de Yokohama, en las doctrinas del Buda y en el cisma de Lutero, en Goethe y su: “even hell hath it’s particular laws” contenida en el Fausto, en la desnudez que plasmó Miguel Ángel en la Capilla Sixtina y que enfureció a Julio II así como muchas otras cosas más, parece sencilla, dada su linealidad. 

Todos los hechos del mundo, simplificados en nuestra mente a través de una innumerable secuencia de eventos, de casusas y efectos a veces más, a veces menos evidentes, resulta cómoda en buena medida. Nos movemos al ritmo de su danza, voluntariamente, pendientes de esos instrumentos rigurosos que nos indican, aunque sea de manera abstracta, cuando ha transcurrido un segundo, un minuto, un año. Nos deleitamos, sin duda, en agendar citas y eventos dando por sentado posibilidades y probabilidades. Celebramos con dicha aniversarios y onomásticos, festejando la certeza que se impone a la incertidumbre. Apacible. Inexorable. Estimamos, quizás en demasía, la aparente simpleza que nos brindan la dirección y el sentido del tiempo. 

 

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De nuestro tiempo. 

No podemos negar que al hombre común le gustan los conceptos simples: Cinco minutos más tarde. Un año más viejo. Cien años atrás. Quizás derivado a lo anterior, solo tres de nosotros partimos aquel 17 de julio. Tres, de entre más de diez mil millones. Ahora Edwin y Jocelyn, mis dos compañeros y grandes amigos, se hayan perdidos para siempre en la negrura universal. 

No hubo nada que yo pudiera hacer para evitarlo. Todo fue repentino. Instantáneo. Letal. Y pienso en sus familias, en sus padres e hijos. Fuera de la tierra, en medio de la oscuridad y el vacío, nada es simple.  Aún con nuestros procedimientos perfectamente calculados. Aún con nuestros temporizadores y códigos de corrección de errores. 

Resulta evidente que conocíamos poco de las variables, condicionantes y parámetros que amplían, modifican y deforman los innumerables fenómenos de aquello más allá de nuestro mundo. Sí, habíamos estudiado los escritos de Schwarzschild, Pound y Snider, sabíamos de geometría euclidiana y muchas otras cosas. Pero luego llegó la radiación de Hawking y luego más y más indagaciones y modelos y nuevamente, la verdad objetiva se redujo a un concepto tan escalofriante como lo es la aleatoriedad. Todo aquello en lo que creíamos acerca de leyes inmutables y universales, aquello en lo que habíamos fundamentado nuestra vaga idea del conocimiento se vino abajo. Sabíamos muy poco. 

Debo corregirme aquí: no sabíamos nada en realidad. Todo aquello que encierra el universo es un concepto inasible para la mente humana; una incalculable vastedad, tan fría o más, que la tinta con la que redactamos teorías, ecuaciones y divagaciones con las que buscamos abordarla, entenderla, interpretarla. De Rubin a Jansky. De Coppernicus a Gaposchkin. Así, nos aventuramos a navegar, en lo que podríamos comparar con la cabeza de un alfiler, las amplias bóvedas de un laberinto lleno de pasillos cerrados. Buscamos introducirnos en el a través de los pequeños agujeros cuánticos de sus muros, deslizándonos por aquellas singularidades que nos permitían un tránsito aparentemente seguro. Justo ahí, donde caben todos los hechos pasados y todas las posibilidades futuras, que nos hace sentir minúsculos, frágiles, irreales, tan distintos de aquella grandeza que nos invadía cuando estábamos en la Tierra. Irónico, sin duda. 

Pero no había muchas opciones viables. Al final, era una apuesta arriesgada y estábamos conscientes de ello. Éramos demasiados y, sobre todo, había tantos conflictos aconteciendo de manera simultánea: económicos, energéticos, ambientales. A través del tiempo, sí el tiempo, construimos todo, quizás en la dirección equivocada y también destruimos todo. 

Había que salir a buscar otro hogar entre las estrellas. Aún contra todo pronóstico, nuestro optimismo no podía verse reducido ya que, ¿no era acaso más posible, en el infinitesimal mundo de las probabilidades, un perro que un ornitorrinco? Y sin embargo los dos existen. Sin importar cuántas veces lancemos una moneda al aire, la probabilidad de que caiga cara o cruz, siempre es del 50/50. Este viaje era una moneda, de múltiples caras, lanzada con la suficiente fuerza para llegar a millones de años luz de nuestro planeta natal. 

Antes de partir hablábamos de masas, observadores inerciales, aceleraciones de la gravedad, incluso generábamos modelos y números comprensibles sólo para nosotros mismos, dado que una inteligencia inferior no podría acceder al conocimiento en ellos, por avanzados y complejos. Una superior tampoco, por elementales y primitivos. Realizamos cálculos y después, volvimos a calcular. Elaboramos proyecciones y escenarios. Añadimos estadísticas y supuestos para los datos faltantes. Pudiera parecer que, en mayor o menor medida, sabíamos lo que estábamos haciendo. 

Pero acá afuera esos datos, que no había manera de obtener con imágenes telescópicas ni con hipótesis más o menos concluyentes, son los que realmente importan. Lo relevante es aquello que desconocíamos. Que desconocemos. Lo que nos hace indagar, mejora, crecer. Ahí radica la diferencia entre el éxito y el fracaso. Entre la supervivencia y la aniquilación. 

Lo que encontramos en nuestro trayecto no se parecía nada a lo que habíamos teorizado. La velocidad en el disco es inmensa, mucho, mucho más de lo que podíamos prever. Lo mismo pasa con el potencial gravitatorio; nos arrastró sin piedad, como haría con cualquier cuerpo estelar, totalmente indiferente al destino y a los deseos de los hombres, rodeándonos con una hermosa y mortal estela brillante de gas. 

Aún falta un poco más. ¿Será este un buen momento para pensar en las deidades de los grandes astrónomos del pasado? ¿En Ra quizás, dios del sol, el cielo y la luz, creador del universo (a partir del océano del caos) que viajaba a través de los astros en una barca luminosa, para que me lleve de vuelta a nuestro apartado y diminuto sistema? 

“I am Khepera in the morning, Ra at noon-day and Temu in the evening”. 

La barca del millón de años. 

Así era conocido, si no mal recuerdo, el transporte de Ra-Khepera-Temu. Un millón de años. Veinte. Un millón de años luz. Dos billones. 265,000 kilómetros por hora. 300,000 kilómetros por segundo. Un agujero, más oscuro que la noche más negra, del que no escapa nada, cuyo núcleo posee una masa equivalente a cincuenta y tres billones de soles. ¿Qué representan esas magnitudes para el dios del cielo y la luz, en su carruaje intergaláctico? ¿Qué representan para nosotros? No, no estábamos preparados para nada de esto. 

Horas. Días. Meses. 

Trillones de soles. 

Quintillones de galaxias. 

Infinitos más grandes que otros. 

Y por supuesto: el continuo espacio-tiempo. Esa dimensión diferente de las espaciales, afectando todo a su alrededor. 

La nave sigue rotando y los segundos se alargan demasiado, tanto que parecieran eternos. ¿Podrán acaso recordarme en caso de que logre volver? ¿Qué tanto me he perdido durante estos últimos minutos, esperando, si consideramos que un año y cuatro meses aquí, equivalen a treinta años en la tierra? Desde la primera falla del cohete de impulso específico, perdimos mucho tiempo. Después, vendría la fatídica falla del módulo. 

Un poco más de tiempo es todo lo necesito. 

Tiempo. 

Tan sólo un poco más. 

Pienso en Jocelyn. 

Y en Edwin. 

Flotando en aquella fría vastedad. Incalculable. Incomprensible. Y desde esta lejana distancia, la Tierra no pareciera nada especial. Pero ahí existen todas las personas que queremos. Que hemos amado y perdido. Todos aquellos que conocemos y todos aquellos que no. Generación tras generación, ahí han habitado. Todo lo que sabemos, con mayor o menor claridad, proviene de ahí; sufrimientos, alegrías, penurias, doctrinas, ideologías. Cada héroe y cada cobarde que ha quedado registrados en la historia. Cada artista, tirano, rey y plebeyo. Cada santo. Cada científico y cada clérigo. Cada niño, adulto y anciano. Miles de años de civilización. Millones de años de evolución.   

Todos, habitando en apenas una infinitesimal partícula de polvo, a mitad del infinito. 

Hora indeterminada, fecha indeterminada. 

Inicio del mensaje: La radiación, derivado de múltiples erupciones galácticas, ha aumentado por encima de los niveles permisibles, lo que ha vuelto virtualmente inservible el ECC; por otra parte, la posición de la nave permite en este momento, utilizar el resto del combustible para lograr salir de la órbita del disco. 

La velocidad de rotación es constante y aún con los fenómenos electromagnéticos que se suceden rápidamente, esta es la última oportunidad de dejar atrás Ophiuchus. 

¿Cuántos eventos, grandes y pequeños, caben dentro de una hora?, ¿dentro de un minuto?, ¿dentro de un segundo? ¿Cuántas millones de posibilidades alberga aquello que denominamos un instante?, ¿cuántos futuros posibles?, ¿cuántos probables?, ¿cuántos caminos viables serán rechazados y/o negados en favor de otros? 

Al final, ¿cómo podemos entender algo tan relativo y complejo como lo es el tiempo?, ¿cómo podríamos?

Una última oportunidad para volver a experimentar los rayos del sol de nuestro pequeño sistema, en aquella lejana galaxia, calentando mi rostro. Y el tacto de la hierba y la viscosidad del agua. De sentir un abrazo apretado y el cálido aliento de los seres amados. Para volver a estar con los gemelos. 

Y con mi esposa. Aunque sea un segundo. Un segundo en la Tierra. 

Dicho lo anterior, la probabilidad de volver a casa sano y salvo, si los cálculos son correctos, es de 1/1,000,000. Eso es más que suficiente (…) 

Ajustando coordenadas. 

Encendiendo propulsores primarios. 

69^2

69^3

 

Fin del mensaje grabado. 

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