“Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión, este derecho incluye la libertad de sostener opiniones sin interferencia y buscar, recibir y difundir informaciones e ideas por cualquier medio y sin consideración de fronteras.”
– Artículo 19, Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Como siempre aclaro, este no es un espacio de análisis especializado sino de reflexión ciudadana por lo que me permito expresar algunas ideas que me parecen fundamentales y que cada quién se haga de un criterio propio porque tampoco pretendo defender ni acusar a nadie.
Los últimos días hemos escuchado, visto o leído las declaraciones que el máximo representante de México dirigió respecto a la labor de dos célebres personajes para la opinión pública (Carmen Aristegui y Víctor Trujillo). Es mi interés señalar la importancia y relevancia de la labor periodística para la sociedad como proceso de comunicación y parte esencial para la información pública, aunque es sabido que en un sistema político nada ni nadie es suficientemente libre para expresarse o hacer lo que quiera, pues todo está controlado ineludiblemente por el Estado para bien o para mal (aunque algunos vehículos circulen sin conductor).
El periodista utiliza como materia prima el reportaje con todos los riesgos que ello implica, pues se sitúa en “territorio comanche” al estar en el lugar de los hechos: guerra, balacera, operativo, sismo, incendio o el que sea de que se trate. Se requiere de un gran control emocional para informar al mismo tiempo que se es testigo de la tragedia o de la injusticia o del hecho que se trate. El periodismo en su esencia requiere de una gran carga humana para ser objetivo y veraz, contundente en su función de denuncia, enérgico en la exigencia de información y transparencia. En resumen, no es labor sencilla en tanto que “pisa callos” y pone en riesgo las famas y prestigios de varios.
La comunicación como proceso y en su función social exige de periodistas éticos, de la opinión de especialistas, del criterio de profesionistas, de la presencia de los principales actores de la esfera político, social y económica para brindar información asertiva a la sociedad. Ambos requieren de experiencia y muchas horas de trabajo, por lo que llegar a la tan ansiada “cima” para tener horarios estelares o ser titular de espacios informativos no es labor sencilla.
Mi inclinación por la comunicación me ayudó a encontrar el siguiente texto:
“Entre las tareas centrales que debiera tener el quehacer periodístico en un entorno democrático destacan: ofrecer un recuento equilibrado y veraz del diario acontecer; diseccionar, escrutar y evaluar el ejercicio de los poderes para inhibir o eliminar sus excesos, deficiencias, tumoraciones e inepcias; brindar un foro para el intercambio de opiniones, críticas y comentarios; promover el debate sobre asuntos públicos y contribuir a la toma de decisiones informadas; proporcionar espacios de expresión a los sectores diversos de la sociedad, en especial a los más débiles; dar la voz de alerta en beneficio social sobre temas de interés público; presentar, clarificar y analizar las metas de la sociedad y el Estado; y aportar significado y hacer comprender en torno a hechos de trascendencia política, social, económica y cultural.” (Ética y autorregulación periodística en México / Martínez Sánchez Omar Raúl / CDHCM).
La verdad y la justicia social no se alcanzarán con “alegatos” entre buenos y malos, pero en cambio, se pone en riesgo lo que ha costado años lograr al transgredir #laspequeñascosas que garantizan una vida democrática con respeto a los derechos humanos y el cumplimiento de las garantías fundamentales de las y los ciudadanos. Todos tenemos derecho a opinar de manera informada y con sustento por todos los medios posibles porque la opinión también es denuncia y no debemos conformarnos con aquello que es indigno, se debe evitar a toda costa seguir “la voz del pueblo” (como decía mi abuela), un pueblo que es manipulado y engañado a modo de los intereses políticos.
A manera de colofón: Mi memoria ha guardado durante años el recuerdo de una noticia que recorrió el barrio en que vivía mi madre allá por el lejano año de 1987. Se trataba de una joven periodista a la que habían matado durante una celebración con sus compañeros de trabajo. Algunos repetían que “andaba en malos pasos” otros que “por ser mujer y ejercer el periodismo estaba en riesgo” y el resto se conmovía por el dolor de su madre y sus hermanos. Mi tía (por línea materna) nos platicaba que era una buena chica, que había estudiado periodismo y que siempre andaba sola en la madrugada pero que “había elegido mal la carrera pues ser periodista era un oficio muy peligroso”. Sin saberlo en ese momento y sin recordarlo diez años después, elegí la licenciatura en Ciencias de la Comunicación con especialidad en Periodismo (la universidad no contaba con la de Comunicación Institucional). Y sí, el periodismo seguía siendo de las carreras más peligrosas en todos los sentidos, pero nada comparado a las estadísticas actuales.
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