“El fruto del silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz.”
– Madre Teresa de Calcuta / Misionera libanesa, naturalizada india (1910 – 1997).
El primer trimestre del año llegó a su fin y el mes de abril se asoma tímidamente entre vacacionistas pandémicos, campañas de vacunación a las personas de la tercera edad, spots políticos sin nada nuevo que ofrecer y de la mano con la celebración de la Semana Santa y la Pascua marcada por la religión cristiana, lo cual nos obliga a hacer una pausa (aunque sea simbólica) en nuestras rutinas diarias. Hace algunas décadas, este periodo vacacional se distinguía por la ausencia de actividades y los llamados “días santos” carecían de comercios abiertos, por lo que había que abastecerse lo suficiente para sobrevivir, pues era un tiempo dedicado a la oración y a una serie de ritos religiosos que se han ido disolviendo con el paso del tiempo.
Sin duda, la pandemia nos ha cambiado los usos y costumbres. Este es ya el segundo año que la representación del viacrucis realizado en el Cerro de la Estrella en la alcaldía de Iztapalapa se transmite por televisión sin público presencial. Las misas también siguen con restricciones, pero de todo este “tiempo de guardar” como solían llamarlo nuestras abuelas, surge el momento ideal para revisar lo que pasa con nosotros, en nuestro entorno, con nuestras familias y en el mundo entero. Por ello cabe preguntar ¿qué es la fe?
Originaria del latín fides (lealtad, fidelidad), la fe es la seguridad y/o confianza en una deidad, cosa, doctrina, enseñanza, religión o filosofía sin la necesidad de contar con evidencias que demuestren la veracidad en lo que se cree. Tal vez hemos escuchado aquello de “tener fe ciega” y que llevado al extremo puede derivar en fanatismo (pero esa es otra historia que atañe principalmente a la religión y la política) o quizá nos suene familiar eso de que la “fe mueve montañas” cuando escuchamos hablar a los coaching en desarrollo humano o en la “fe que nos salva” cuando creemos que todo está perdido. Leon Tolstoi (escritor ruso) escribió: “No se vive sin la fe. La fe es el conocimiento del significado de la vida humana. La fe es la fuerza de la vida. Si el hombre vive es porque cree en algo”. Para quien ha desarrollado un pensamiento lógico matemático puede resultar difícil aceptar la fe porque todo tiene una explicación racional; sin embargo, necesitamos de la fe como quiera que la entendamos o la apliquemos o la representemos pese a ser algo intangible e inmaterial porque le da sentido a nuestra existencia y nos mantiene de pie, aunque Bertrand Russell (filósofo y escritor británico) advirtiera que al hablar de la fe se sustituía la evidencia por la emoción lo cual ponía en riesgo la razón dando lugar al proselitismo e incluso, la guerra. Desde el budismo, la fe es parte esencial de las enseñanzas de Gautama Buda y se describe como la convicción de que algo es una determinación de lograr las metas personales que da como resultado un estado de dicha y satisfacción.
Tras un año de confinamiento total o parcial según se esté viviendo, es oportuno preguntarse si hemos sobrevivido gracias a nuestra fe cualquiera que esta sea, a pesar de los contagios, del desempleo, de la crisis económica, de las defunciones, de las múltiples pérdidas que hemos sufrido en mayor o menor grado. Hace algunos años asistí a un evento que consistía en una serie de ponencias en torno a la maternidad. Ahí escuché a una reconocida maestra de yoga que cerró su intervención diciendo: hay algo allá arriba (gráficamente sobre nuestra cabeza) que nos trasciende, pueden llamarlo Dios, universo o energía pero es lo que nos mantiene vivos más allá de respirar y existir. Y hoy lo podemos confirmar porque pese a todo, seguimos vivos y tal como escuché en alguno de los filmes o documentales que miré en estos días de inactividad simbólica: si estamos vivos hasta el día de hoy, algún propósito debemos tener.
Es en #laspequeñascosas que se haya la sustancia de la vida, la fe no se refiere únicamente a lo religioso, es primordial tener fe en nosotros mismos, en nuestra capacidad para encontrar soluciones y aprovechar oportunidades para seguir adelante, siempre adelante.
- Reconoce tus emociones. No ignores tus sentimientos. Sentir tristeza o enojo es normal, no te exijas estar siempre positivo o feliz. Escribir sobre tus sentimientos puede ayudarte a comprenderlos de mejor manera. Escribe en un papel o haz notas mentales expresando cómo te hace sentir tu nueva rutina diaria.
- Piensa en lo que puedes hacer para distraerte. Cocina, baila, mira películas, lee un libro, participa en retos saludables, ejercítate desde casa o juega con tus amigos en línea. Haz cosas que te hagan feliz, el crear distracciones es una buena forma de enfrentar la tensión emocional.
- Mantén el contacto con tus seres queridos. Ponte en contacto con un amigo o amiga, tus padres, un profesor o algún adulto de confianza para hablar sobre cómo se siente cada uno. Conversar con alguien te ayudará a sentirte mejor y a cuidar tu bienestar emocional.
- Fíjate en las cosas buenas. Aunque no todos los días sean buenos, se puede encontrar algo bueno en cada uno. Cada noche, antes de dormir, piensa en algo por lo que estés agradecida o agradecido, aunque sea algo pequeño, el hacerlo te hará sentir mejor.
- Sé amable contigo y con los demás. Recuerda que cada persona está viviendo la pandemia de diferente manera. Debemos tener en cuenta que lo que compartimos o lo que decimos puede afectar a los demás. Ahora más que nunca, necesitamos ser solidarios y apoyarnos mutuamente.
- No descuides tu salud. Tu cuerpo experimenta y reacciona a cómo te sientes. Aliméntate bien, mantén hábitos saludables y pon atención a las sensaciones en cada parte de tu cuerpo. Fíjate si sientes cualquier tipo de tensión, dolor o presión, desde la cabeza hasta llegar a los dedos de los pies. Reconocer dónde sientes tensión puede ayudarte a liberarla.

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