Ética: El principio de la cultura

Hoy recordamos con profunda decepción y con gélida angustia una de las principales desdichas que marcaron la conciencia mexicana: la tragedia del movimiento del 2 de octubre de 1968. Como sucede con estos eventos, uno no necesita...

2 de octubre, 2020

Hoy recordamos con profunda decepción y con gélida angustia una de las principales desdichas que marcaron la conciencia mexicana: la tragedia del movimiento del 2 de octubre de 1968. Como sucede con estos eventos, uno no necesita haberlo vivido para conmoverse por los terribles sentimientos de impotencia, coraje e indignación. Ha impactado tanto la consciencia nacional que, incluso, es parte de la cultura mexicana el lema “¡2 octubre no se olvida!”. Y sí, no se ha olvidado; sin embargo, ¿qué tanto hemos avanzado como sociedad desde esa masacre? 

Esta pregunta, estimados lectores, es de doble naturaleza. Es retórica, por una parte, pues deseo incitar que cada uno de ustedes reflexione los eventos que hoy enfrentamos como mexicanos y la respuesta que hemos dado, tanto por parte del gobierno como desde la sociedad civil. Por otra parte, es una pregunta de la cual no me he logrado librar. Si bien, como profesional de la filosofía las preguntas son la materia prima de mi quehacer, ésta en especial está tatuada en las venas de mi identidad como ciudadano mexicano y, por supuesto, como ciudadano del mundo. 

Cuando era niño siempre se preguntaban los adultos “¿por qué estamos tan mal?” –por supuesto, el léxico variaba de persona a persona–. Y todos, sin excepción, llegaban a la conclusión de que en México necesitábamos una mayor educación –o adquirir más cultura–. Hoy, este análisis de la sabiduría popular permanece siendo cierto. Es algo de lo que seguimos cojeando los mexicanos. 

Y para demostrar con más crudeza que, desafortunadamente, ni siquiera sabemos por dónde empezar, carecemos de una distinción entre educación, cultura y ética. Siempre tendemos a acumularlo en una gran bolsa de ropavejero como la que cargaba don Ramón. Y, aunque las tres estén íntimamente ligadas, no me queda duda alguna que el principio de un auténtico cambio social y político está en la introducción de la ética a nuestra conciencia nacional. Pues si bien, la ética se presume como una gran medalla en las empresas y el gobierno, en realidad, no deja de estar prostituida por las ambiciones del siglo y la soberbia humana.

Que la ética está ausente se denota con los grandes desaciertos políticos de los últimos meses. Las mentiras presidenciales, el autoritarismo que la oficina del Ejecutivo demuestra, el incremento de contagios y muertes por la pandemia, el incremento en feminicidios, secuestros y asesinatos, son algunos ejemplos de la austeridad ética del gobierno. He de decir que la actual administración no se lleva el monopolio de la corrupción –aunque sí es de las más cínicas al presumir que no existe ya–. Los desaparecidos de Ayotzinapa y tantos asesinatos de periodistas, por nombrar algunos, forman parte de nuestro catálogo de crímenes y crueldades que siguen sin enfrentar la justicia. Sin embargo, la sociedad civil también adolece de este mal. ¿Cuántas veces no se ha señalado corrupción en las empresas mexicanas? ¿O la muy conocida infamia de los sindicatos mexicanos? ¿Cómo olvidar a la directora Mónica García Villegas quien construyó su domicilio encima del Colegio Rébsamen? En fin, mil ejemplos hay en la historia mexicana que denotan esta ausencia de ética en la cultura. 

¿Por qué afirmo que es, ante todo, la necesidad de la ética lo que necesita nuestra cultura? Para dar una respuesta general reproduzco a continuación una idea de Vasconcelos sobre qué es la ética: “Toda ética implica el estudio de una norma impuesta a lo que en la vida es suelto, desgobernado, caótico, a efecto de convertirlo a propósito o aspiración redentora”.1 Bien sabido es que el pensamiento filosófico y teológico católico influyó mucho en la teoría de Vasconcelos. Sin embargo, lo que quiero enfatizar es que esta cita apunta en términos generales que la ética es la búsqueda del orden en la vida. Más adelante se enfatiza lo siguiente: “Por ética entendemos entonces toda disciplina de vida”.2 Sin ahondar demasiado en cada precisión que merecen ambas citas, me atrevo a afirmar lo siguiente. La ética, como se puede colegir de estas líneas, no se trata de una ciencia abstracta alejada de la realidad. Tampoco es una disquisición sin sentido sobre alguna extravagancia teórica. La ética es la lógica por la cual marcamos el rumbo de nuestra existencia a través de las decisiones que tomamos constantemente. Es imposible que no tengamos moral, pues desde el momento que actuamos en consideración de algo que pensamos como “bueno”, estamos jugando en el campo de la ética. Esta realidad está presente en todas las esferas de la vida humana. Aprender, trabajar, tener familia, amigos, pensar a futuro, recordar el pasado, añorar a un querido, enemistarse con un contrincante, reír, llorar, hacer arte, todo tiene en común que el punto central parte de los deseos de bienes y enfrentar los males naturales a la vida. 

Siglos de análisis y estudio del ser humano, su dimensión interior, su razonamiento y su naturaleza han producido las grandes propuestas éticas que, desde el principio, tienen por objetivo encontrar la mejor manera de vivir. Que pese a la concepción actual de la falsa supremacía de la ciencia exacta como el único método válido para comprender la realidad, es la ética que por su naturaleza, analiza aquello que es indiscernible para el método empírico: las emociones y deseos: “Así como la física tiene sus instrumentos de investigación […] la moral también tiene su instrumento y tribunal en la emoción”3, que son inmateriales, pero reales. 

Ésta es la gran necesidad de la ética en la vida actual. No hay un pensamiento más imperante en la vida social que el estudio y práctica de la moralidad misma. Las matemáticas no podrán dar un cálculo emocional que tengan un resultado crítico y humanista, darán una utilidad, como ha ocurrido con el pensamiento utilitario. Ser ético es reconocer que hay, ante todo, bienes reconocibles como fines para todo el género humano; es aceptar la verdad que existen males y acciones perversas; es atreverse a defender la dignidad humana, valor universal del que parten los derechos humanos. Y con este criterio fuera de nuestra retórica, hemos de reconocer que hay acciones perversas, pues cuando se relativiza el bien, se maximiza el mal, ya que el primero estará en función del mejor orador y, como los tiempos actuales lo comprueban, del más populista. 

Cuando regresemos la ética a su correcto lugar del aprendizaje y desarrollo emotivo y racional de la gente, entonces, habrá más personas que tengan criterio para juzgar mejor la realidad. No se trata que todos seamos filósofos, abogados, literatos o alguna otra disciplina de las humanidades. La ética es un conocimiento para todos, pues es, como afirmé arriba, la conciencia misma de nuestras vidas en la realidad del mundo. Por ello, mientras más personas sean capaces de tener un pensamiento crítico y ético, menos triunfarán las administraciones corruptas y populistas. Identificaremos la mentira y la repudiaremos, en lugar de aplaudir a un gobernante que centra la vida nacional en sí mismo. 

Así también es como la ética transforma la cultura, pues cuando luchamos por lo que es bueno y verdadero, no triunfará con tanto éxito la frase “el que no transa, no avanza”, pues el estudio de la ética ya ha comprobado que “el que transa impide que los demás avancen”. Es gracias al pensamiento ético que reconocemos que el grito de la Revolución francesa, “igualdad, libertad y fraternidad”, son ejes fundamentales de una sociedad humana en progreso cuyo fin constante es el bien común. Donde, en la gran mayoría, reine este sentimiento de fraternidad con el otro, que es el auténtico deseo que todos vivamos una buena vida. Dice el filósofo Mauricio Beuchot en un ensayo: “La fraternidad, me parece, en la medida en que se logre, equilibrará la igualdad y la libertad, que se tensionan entre sí…”.4 Sin embargo, en una cultura donde la ética no tiene más importancia que una materia escolar  y que, al momento de la acción, muchas veces se desdeña con la apología “el deber ser dicta una cosa, pero bueno, viendo las circunstancias mejor haremos lo que conviene”, la situación tan acuciante que vivimos difícilmente va a cambiar. Pues México no necesita de un presidente que lo cambie todo. Al contrario, necesitamos más frenos al Poder Ejecutivo. La ética también nos dice que la persona siempre se verá tentada a abusar de su poder. Hecho histórico irrefutable.

Mientras no transformemos la cultura del relativismo moral por el de la lucha ética de lo bueno y fraterno, México seguirá estancado en la fosa de la austeridad moral donde se privilegia el poder y el culto a la persona por encima de la dignidad humana. 

1 Vasconcelos, José: Ética; México: Trillas, 2009, p.97.

2 Ibídem, p. 105.

3 Ibídem, p. 112.

4 Beuchot, Mauricio: “Los derechos humanos y su fundamento de universalidad” en Saldaña Serrano, Javier (coord.), Problemas actuales sobre derechos humanos. Una propuesta filosófica; México: UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2017, p. 55.

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