Era Covid: para un mundo post-pandemia con esperanza

Nos guste o no, estamos ante el nacimiento de un nuevo orden cotidiano global. Equilibrar el miedo legítimo a enfermar, con la ansiedad injustificada que nos separa del “otro” será la clave para construir un mundo con...

4 de diciembre, 2020

Nos guste o no, estamos ante el nacimiento de un nuevo orden cotidiano global. Equilibrar el miedo legítimo a enfermar, con la ansiedad injustificada que nos separa del “otro” será la clave para construir un mundo con esperanza.

En apuntes anteriores hemos reflexionado acerca de la nueva forma de relacionarnos con nostros mismos y con los demás. Hoy corresponde el turno a replantearnos la mejor forma de vincularnos con el entorno: con la comunidad, el Estado, el trabajo…

Más allá de lo que ocurra en el inaprehensible mundo de la macroeconomía y la geopolítica, que sin duda habrá de afectarnos, estamos, nos guste o no, ante el nacimiento obligado de un nuevo orden cotidiano mundial. Y cuando digo “mundial” de ningún modo me refiero a universal y único, sino al contrario, a un orden múltiple y diverso donde las distintas manifestaciones culturales habrán de interpretar y convertir en conductas, políticas públicas y modos de convivencia la manera particular como experimentan la Era Covid –sus rebrotes– y su proyección hacia el futuro. 

Es difícil saber hasta qué nivel las instituciones, los Estados, los Parlamentos, las políticas públicas, las ideologías sociales, políticas, económicas y de salud, el transporte terrestre y aéreo, el turismo, las relaciones interpersonales, los hábitos de consumo, las políticas educativas, las campañas electorales, las redes sociales y formas personales de comunicación, entre muchas otras áreas, habrán de modificarse a partir de esta nueva realidad y lo que estos cambios habrán de impactar en la vida cotidiana de las personas en cada realidad cultural. Lo que sí parece un hecho es que el mundo post-covid que habrá de emerger responderá a distintos estímulos y lo hará con conductas y acciones inéditas que nos llevarán a resultados novedosos e inesperados. 

Para no ir más lejos, el martes 3 de noviembre se celebraron elecciones presidenciales en los Estados Unidos, que, si bien siempre tienen impacto global, en esta ocasión prefiguraban tenerlo mucho más ante la gran disyuntiva que implicaba que Donald Trump se reeligiera o no. Me pregunto: ¿habría tenido lugar el mismo resultado, tanto en la Presidencia como en la Cámara de Representantes y el Senado, en el caso de que la campaña no se hubiese desarrollado en plena Era Covid? ¿Qué habría sucedido en el mundo si el virus hubiese atacado a Biden en vez de Trump? Yo, francamente, no sabría responder en qué nivel o de qué forma, pero sin duda los resultados habrían sido distintos. Este es solo un ejemplo de cómo la pandemia le está cambiando la cara al mundo.

La realidad de los tiempos pre-covid habrá de trastocarse de tal modo que incluso nuestra manera de entender los valores más elementales terminará por modificarse. Conceptos como salud, diversión, amistad, aprendizaje, poder, trabajo, democracia, familia, realización y muchos otros se irán paulatinamente comprendiendo de manera distinta, lo que en el mediano plazo nos llevará a una experiencia diferente de la realidad cotidiana. Lo que antes era baladí, se volverá invaluable y viceversa. Y al decir todo esto no aseguro que el futuro termine por ser mejor o peor que el mundo que de algún modo comenzó a eclipsarse con el inicio del año 2020, pero sin duda lo que emerja será distinto y demandará de todos atención y responsabilidad para que la realidad que se materialice resulte más habitable que el que dejamos atrás.   

Ir al supermercado, entrar a un banco o restaurante, ir a votar, abordar el trasporte público, asistir al cine o pasear por un centro comercial, incluso visitar a amigos y familia se han convertido en experiencias nuevas y, en la mayoría de los casos, menos agradables de lo que eran en el pasado. Pero a la vez, más significativas: caminar por la calle, subir al trasporte público, entrar en una ofina concurrida o asistir una reunión familiar exige de nostros una afinada conciencia y atención, antes innecesaria. 

Quizá uno de los cambios más impactantes y perturbadores que comenzamos a experimentar a diario es la tendencia a ver al “otro”, al individuo con que nos cruzamos en la calle, como una amenaza y, casi seguro, a ser vistos por él del mismo modo. Pero me pregunto, de qué habrá servido pasar por un reto de las dimensiones de la Era Covid, si el resultado final será un terror patológico al contacto y una tendencia enfermiza al aislamiento. 

Con el cambio en las estructuras sociales y de convivencia, con las transformaciones inevitables en el trabajo, el consumo y el ocio, requeriremos ajustar nuestros hábitos, y con ellos cambiar también nuestra experiencia cotidiana. 

Lo que ocurre afuera cambia lo interno y los cambios que sufrimos internamente modifican nuestra percepción de lo externo. Con ello, habitamos una realidad y un mundo en transformación constante al que no siempre resulta sencillo adaptarse. 

Pero no solo es una cuestión de asumir nuevas costumbres, más o menos incómodas, sino de replantearse con seriedad las formas de interacción que tenemos con los demás y con el entorno, puesto que de ella depende la manera concreta con que nos habremos de relacionar con la vida. Podemos tener las mejores intenciones, crear los planes más brillantes y expansivos, diseñar estrategias fascinantes, idear proyectos y productos que nos parezcan prácticos y convenientes, abrigar sueños audaces y estimulantes, pero en la inmensa mayoría de los casos, su materialización requiere de un entorno exterior favorable que los acoja y favorezca su desarrollo. El problema es que ese entorno está en plena transformación y cambio y las tendencias que prefiguran dicha metamorfosis no lucen esperanzadoras, ni siquiera imaginables.  

Quizá una forma de plantear el que parece uno de los desafíos centrales para encarar el mundo que debemos construir tras esta Era Covid está en asumir con inteligencia el miedo legítimo y funcional a enfermar, mientras superamos el temor y la ansiedad a vincularnos con nostros mismos –reconociendo lo que nos pasa interiormente sin evadirnos–, con el otro y con el mundo. 

El miedo es la reacción natural, inmediata y saludable ante una amenaza concreta y objetiva. La Covid-19 cumple cabalmente con esa descripción, lo que la califica como un motivo legítimo para tener miedo.  Mientras que por su parte el temor es un estado de agitación, desasosiego e inquietud cuya fuente no está en el presente, es subjetiva, casi siempre imprecisa y ambigua y, por cierto, casi nunca se materializa.   

  Para el miedo, objetivo y concreto, se pueden tomar medidas del mismo tipo: objetivas y concretas – en el caso de la Covid, uso de mascarilla, distancia social, lavado de manos, etc.–. Mientras que para el temor, o su prima hermana, la ansiedad, las formas de prevención y distensión son menos simples y mucho menos claras. Y cuando el miedo, el temor y la ansiedad se juntan en un meremagnum indescifrable, la experiencia cotidiana suele ser abrumadora y los resultados desastrosos. 

Imaginemos un escenario cualquiera: una entrevista de trabajo, una presentación en público o conseguir una cita con alguien que nos gusta. Hay una porción de miedo legítimo a que, como consecuencia de acciones u omisiones atribuibles a nosotros, las cosas no salgan como esperamos. Pero si a esta emoción primaria y razonable le sumamos temor y ansiedad, construidos por ideas, prejuicios, anticipaciones –casi siempre negativas–, inseguridades, y un largo etcétera, las posibilidades de dicho evento tenga un resultado desfavorable crece exponencialmente.

Aun cuando es prematuro plantear conclusiones definitivas, la duración incierta de la pandemia conduce a suponer que la forma en que logremos equilibrar el miedo legítimo, con la reducción al mínimo del temor y la ansiedad injustificada, nos permitirá construir un mundo con esperanza para cuando por fin la pandemia ceda, consigamos erradicarla o, en su caso, se integre por completo a nuestras vidas.   

Puesto que como seres sociales y gregarios no podemos renunciar del todo a la interacción con los demás, el gran reto de la Era Covid en este campo está en evitar que la socialización patológica nos convierta en islas, en vez de habitantes de amplios continentes, llenos de diversidad, de contacto y de interacción constructiva y nutritiva. Que la socialización, una vez que haya conseguido enfrentar sana y racionalmente el miedo legítimo, sirva como mecanismo natural de encuentro que nos permita habitar un mundo compartido y cercano y no uno compartimentado y distante, como los recuadros de la pantalla en una sesión de zoom. 

 

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