En los tiempos que corren resulta indispensable para nuestra seguridad entender la diferencia entre “distancia personal” y “distancia social”.
Los cambios en la forma de interactuar con “el otro” amenazan con transformar importantes aspectos culturales y sociales.
Una de las claves más importantes para sobrevivir la Era Covid, en tanto uno de los principales criterios que rigen las restricciones sanitarias a las que debemos someternos, consiste en entender la diferencia entre “distancia personal” y “distancia social”, pero ¿de dónde viene esta distinción? ¿Es una mera ocurrencia arbitraria de la autoridad sanitaria o quién y cómo las determinó? ¿Responden a algún criterio biológico, cultural o conductual o son meras convenciones improvisadas para encarar la pandemia que nos aqueja?
La respuesta está en el nombre de Edward T. Hall, antropólogo e investigador norteamericano creador de una disciplina llamada “proxémica”, que se encarga de observar y sistematizar el empleo que el ser humano hace del espacio en todas sus vertientes, desde la distancia que guardamos entre unos y otros en cada interacción, como las formas y medidas de los espacios privados y públicos que habitamos y donde llevamos a cabo nuestras actividades cotidianas.
Para Hall la manera en que gestionamos el espacio no es para nada casual ni arbitraria sino que se trata de una sofisticada elaboración cultural que termina por influir de manera muy sensible en la forma en que percibimos el mundo y nuestra relación con el resto de los humanos.
En su célebre libro La dimensión oculta, Hall dice acerca de la proxémica: “…es propio de los animales, entre ellos el hombre, el comportamiento que llamamos territorial, que entraña la aplicación de los sentidos para distinguir entre un espacio o distancia y otro. […] El sistema de clasificación en cuatro fases aquí empleado se basa en observaciones realizadas tanto entre animales como en el hombre.”1
Su antecedente inmediato está en trabajo de Heini Hediger quien, desde el estudio de la biología y zoología, propuso cuatro tipos de distancia posible. Dos entre especímenes de distinta especie –distancia de fuga y distancia crítica– y dos entre especímenes de la misma especie –distancia personal y social–. Mientras hay especies, como los felinos, que guardan una distancia de convivencia entre unos miembros de la manada y otros, hay especies, como las focas, que se organizan en claro hacinamiento con el propósito de conservar el calor corporal. Ambos tipos de conduta, tan natural y apropiada la una como la otra, dan como resultado una distinta manera de interactuar entre los miembros del grupo.
Hall tomó como referencia este trabajo y, con la ayuda de George L. Trager, se abocó a identificar los tipos de distancia de interacción que existen entre los seres humanos. Su método de trabajo fue muy simple, y está explicado a detalle en otra de sus obras: The silent language. Resumiendo se puede decir que, junto con su colega Trager, midió las diferentes distancias de interacción humana, anotando una descripción detallada cada vez que había un cambio vocal importante; es decir, cada vez que para mantener la interacción era necesario cambiar el volumen, el tono y el ritmo del habla.
Notaron que cada uno de estos cambios significaba una transformación de la interacción en sí. Con cada nueva distancia los involucrados se habilitaban para ciertas cosas y deshabilitaban para otras: mientras que cierto grado de cercanía física permite susurrar el en oído del otro, percibir su olor y fomentar intimidad, al estar a varios metros de separación se hace necesario elevar el tono de voz y se pierde la cercanía, pero se consigue observar una perspectiva completa de la persona de un solo golpe de vista –acción imposible cuando nuestra mejilla está en contacto con la de “el otro”–.
Tras un cuidadoso recorrido, anotando con detalle las diferencias entre cada grado de separación, llegaron a ocho distinciones. Sin embargo Hall, convencido de que esas ocho distancias se prestaban a confusión, las resumió en cuatro, de las cuales en cada una de ellas hay una fase abierta y una cerrada. Las cuatro fases son las siguientes: distancia íntima, personal, social y pública. Al nombrarlas así buscó que fuera posible asociar el tipo de actividades y relaciones que eran susceptibles de llevarse a cabo desde cada una de ellas y de este modo resultara fácil distinguirlas y entenderlas.
Esto, que en principio parece baladí, si lo analizamos con cuidado observaremos que resaltar las distinciones propias de cada fase nos permite entender que las fronteras del ser humano no están en la epidermis, sino que, más allá de nuestro cuerpo físico existen una serie de “burbujas” –así las llama Hall– que marcan distintos tipos de fronteras entre nostros y nuestros congéneres, y a partir de ellas emergen los diferentes tipos de vínculos que podemos construir y experimentar.
No es trivial que Hall asegure que para definir la diferencia entre dichas clasificaciones tiene mucho que ver “… el modo de sentir de las personas, una respecto de la otra”, en cada situación2. Acercarse o alejarse de otras personas –así como la intención con que se hace y que “el otro” percibe– es fundamental para entender la diferencia entre un estado y el otro, más allá de la mera distancia material. Tenemos una percepción sensible y dinámica de las distancias que guardamos con nuestros “próximos” y la manera como esto nos hace sentir. Dice Hall: “…el hombre es un ser rodeado de una serie de campos que se ensanchan y se reducen, que proporcionan información de muchos géneros, y al verlo de este modo empezamos a percibir las cosas de una manera completamente diferente. No solo hay introvertidos y extrovertidos, autoritarios e igualitarios, apolíneos y dionisiacos y todos los demás matices y grados de personalidad, sino que además cada uno tenemos cierto número de personalidades situacionales aprendidas. La forma más simple de la personalidad situacional es la relacionada con respuestas a las transacciones íntimas, personales, sociales y públicas3”.
Ante cada situación y ante cada distancia con que encaramos una interacción con otra persona desplegamos distintas actitudes y en cada una de ellas se vuelve preponderante unos sentidos sobre otros.
Mientras que a distancia íntima la vista prácticamente se anula por la cercanía, el olfato y el tacto se convierten el referente máximo. Mientras que si bien a alguien ubicado a un par de metros no podremos tocarlo y difícilmente percibiremos su olor, los estímulos auditivos y visuales se convierten en los medios más importantes de la interacción. Solo este factor hace que la manera de percibir al otro se transfrome de forma muy importante, pero si al incremento de distancia –con todas sus consecuencias sensorias– agregamos mascarillas, restricciones y emociones defensivas, como el miedo, el estrés o la ansiedad, el resultado final es aun más complejo de determinar.
La mayoría de los procesos mediante los cuales percibimos e interpretamos la distancia que nos separa “del otro” suelen ser inconscientes, pero eso no evita que influyan de manera determinante en la forma en que experimentamos las interacciones.
En el artículo de la siguiente semana profundizaremos en las particularidades de cada una de estas distancias, pero la reflexión que propongo para el día de hoy consiste en sensibilizarnos acerca de la forma en que las interacciones humanas habrán de modificarse ante las restricciones a las que la Era Covid nos tiene sometidos, sumado al largo espacio de tiempo que éstas amenazan con durar.
Los cambios y la forma de asimilarlos a nivel cultural y social pueden ser profundos y sin duda a la luz del presente, imprevisibles, y por ello su importancia: es posible que pequeños cambios en la forma de interactuar socialmente transforme aspectos culturales y sociales, así como relacionales y educativos de forma profunda y permanente. Solo nos queda permanecer atentos a nuestras sensaciones.
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Referencias
1 Hall, Edward T., La dimensión oculta, Primera Edición, Vigésimo séptima Reimpresión, México, Siglo Veintiuno, 2019, P. 154-155
Por cierto: Aunque quizá esté por demás, es preferible aclarar que el texto de Hall fue publicado por primera vez en 1966 y, como individuo de su tiempo, al decir “el hombre”, se refiere a los seres humanos en general y no sólo al género masculino.
2 Ídem, P. 140
3 Ídem, P. 141
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