Es un hecho que para la mayoría de nosotros, el confinamiento por la pandemia de COVID 19 representó un duro golpe a nuestros hábitos y modo de vida en todo el mundo. Sin duda alguna, se modificaron las dinámicas familiares, impactando de manera directa la convivencia diaria y, en muchos casos, desgastando los vínculos y aumentando los niveles de violencia física y psicológica.
Hace un año, por ejemplo, cada miembro de la familia tenía sus propias actividades y espacios determinados para socializar con otras personas, pero durante el tiempo de confinamiento todos hemos tenido que adaptarnos a una nueva forma de vida. Si bien es cierto que para algunos estos momentos han permitido una mayor integración y convivencia, para otros (quizá más de los que quisiéramos) se convirtieron en un catalizador de problemas preexistentes o que han ido surgiendo en el camino, los cuales cada vez se hacen más grandes y más difíciles de resolver.
Aunque todavía es muy pronto para contar con estadísticas absolutas al respecto, según datos de la DGCS de la UNAM, la Confederación de Colegios y Asociaciones de Abogados de México y otras instancias noticiosas y gubernamentales, el número de divorcios ha aumentado significativamente durante el confinamiento (los datos cambian según el estado y nivel socioeconómico de las parejas, pero las estimaciones oscilan entre cuatro y siete veces más que en circunstancias normales).
El origen
Además del ya mencionado cambio de rutinas y dinámicas familiares, los problemas económicos (desempleo, disminución de salarios, cierre de negocios, etc.), los factores sociales (ausencia de redes de apoyo y convivencia social, desigualdad de oportunidades, tener que acompañar la formación de los hijos ante el cierre de escuelas, falta de seguros de salud, etc.), y las afectaciones psicológicas (duelos inesperados, ansiedad, depresión, intolerancia, frustración, agresividad a diversos niveles e incluso enfermedades mentales mayores) han provocado graves fracturas en los matrimonios, por lo que para muchos de ellos, la única solución es la separación temporal o definitiva.
Las consecuencias
El divorcio es un proceso que puede durar mucho tiempo. A lo largo de él, existirán sentimientos de ambivalencia, desconfianza, indecisión o miedo al futuro y al escándalo, en el cual, tanto las parejas como los niños, viven en una constante inseguridad. Por esta razón es importante estar atentos a las conductas de todos los integrantes de la familia y, en caso de ser necesario, buscar ayuda profesional para manejar adecuadamente las circunstancias.
Solo por mencionar un ejemplo, antes los hijos encontraban en el colegio un espacio para desahogarse y distraerse de los problemas de casa. Ahora, en el confinamiento y debido a que las clases son por televisión o, en el mejor de los casos, en línea, se ha vuelto más difícil para ellos encontrarlo y poder expresar lo que les pasa. Esto, aunado a las problemáticas propias de la pandemia, ha incrementado el aislamiento de niños y adolescentes, y que, en consecuencia, busquen refugio en videojuegos o redes sociales, o se muestren dispersos y poco atentos en las clases y parezcan desmotivados en sus actividades diarias.
Otros casos
Una situación diferente, pero que puede influir de la misma forma (positiva o negativamente) en la estabilidad emocional de los niños son los casos de las familias que, en vez de separarse, deben volver a unirse porque el dinero ya no es suficiente para mantener dos hogares, ya sea por la situación laboral o porque la situación emocional o de salud de alguno de los hijos lo requiere. En estos casos es importante también estar atentos a los comportamientos o comentarios y buscar herramientas o estrategias que ayuden a sobrellevar los cambios de la mejor manera, evitando confusiones mayores para nuestros hijos.
¿Cuáles son los signos a los que debemos poner atención?
Algunas de las “banderas rojas” más significativas y que nos indican que los hijos no la están pasando bien, no están digiriendo fácilmente el cambio o no se están adaptando fácilmente al proceso son:
Tips y estrategias
Algunas acciones que podemos poner en marcha para proteger la estabilidad de nuestros hijos durante un proceso de divorcio son:
- Mantener rutinas diarias, estructuradas en tiempos y con actividades que, aunque deban permanecer dentro de casa, no deben perderse.
- Buscar espacios en los que podamos compartir una actividad en común con ellos: pasear al perro, practicar algún deporte, tocar instrumentos musicales, jugar un videojuego, ver una película.
- Mantener las vías de comunicación abiertas, validar sus emociones, mostrarles comprensión, ser consistentes y consecuentes con los límites.
- Ser amorosos, llenarlos de abrazos y besos.
- Estar presentes y hacerles saber que, ante cualquier circunstancia, siempre seremos sus padres y siempre estaremos con ellos y siempre contarán con nuestro amor y apoyo.
- Darles la seguridad de que esta situación, no solo la pandemia, sino la adaptación a nuevas rutinas, nuevos estatus emocionales e incluso a la nueva dinámica familiar, va a pasar.
Como dice el refrán. “Dar tiempo al tiempo” …
No hay duda de que hoy, en medio de los difíciles momentos que vivimos, todo se ve a través de una lupa que magnifica los problemas, por lo que es claro que tomar decisiones a partir de la desesperación, la ansiedad, el miedo o la incertidumbre no es el mejor camino. Por ello, y si nos es posible, lo mejor es procurarse largos momentos para reflexionar, esperar a que pasen las crisis internas y externas y hacer una valoración profunda de los pasos que queremos dar, para evitar así consecuencias que afecten profundamente a nuestras familias.
No obstante, sí es inevitable enfrentarnos a una separación, es importante también hacer un trabajo personal que nos ayude a procesar las circunstancias de la mejor manera, para poder aceptar los cambios y tomar decisiones asertivas que pongan el bienestar de nuestros hijos, siempre, en primer lugar.
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