«El arte de vencer se aprende en las derrotas.» Simón Bolívar
El domingo pasado fue inusitado. Me atrevería a decir que fue un súper domingo, con final del futbol mexicano, debate de los candidatos a la presidencia y, por si fuera poco, un nuevo capítulo de la serie que tiene embobados a un sinnúmero de mexicanos: Luis Miguel.
A mí me gustó el formato del debate –muy al estilo de los americanos–, porque hubo fricción y enfrentamiento; no fue un día de campo, todos los candidatos se vieron en aprietos, y eso es bueno, porque nos permite conocerlos y medir sus capacidades de reacción.
Como siempre sucede en estos ejercicios democráticos, todos los participantes y sus equipos se declararon ganadores. Pero sabemos que eso no puede ser. En los debates siempre hay quien se desempeña mejor y quien se desempeña peor, quien obtiene resultados y quien no. Si no somos capaces de discernir, entonces somos personas fácilmente manipulables. Entiendo que los voceros de cada coalición digan que su candidato aplastó a los demás, pero no entiendo que los ciudadanos comunes y corrientes se cieguen por sus filias y fobias.
Como lo dije en el artículo que escribí tras el primer debate, no se trata de un juego de futbol o de una pelea de box. Todo gira en función de los objetivos que pretenden alcanzar los candidatos tras el debate. Hace un mes me pareció que los que lograron sus objetivos fueron AMLO y Anaya, y que la que tuvo el más pobre desempeño fue Margarita Zavala. Hoy esta contendiente ya no está participando, y es posible que a El Bronco le suceda lo mismo.
Después de este segundo debate, creo que es claro que Jaime Rodríguez Calderón no puede ser tomado en serio. Sí dice cosas que hacen reír y hasta hacen sonrojar a los otros candidatos, como incitarlos a que se abracen y se besen, pero nadie en su sano juicio tomaría con seriedad propuestas como “mochar las manos a los ladrones” o “sugerir la nacionalización de Banamex Citibank”. Yo pienso que El Bronco se va a desinflar y va a llegar muy demeritado al último debate, si es que llega.
José Antonio Meade, que ha sido un funcionario capaz e inteligente, tuvo gran soltura y transmitió seguridad y experiencia. Tuve la sensación de que él era el único candidato que entendía de verdad los complejísimos problemas de migración, comercio internacional y seguridad en la frontera. Pero en un debate de esta naturaleza, no es suficiente ser inteligente y tener experiencia. A Meade le sigue pesando y pasando factura el hecho de que él es el candidato del PRI. Y ya sabemos qué significa PRI: desprestigio, corrupción, cinismo, privilegio. Aunque Meade no tenga ninguna de estas características (al contrario: tiene prestigio, probidad, seriedad y austeridad), él es el candidato de Enrique Peña Nieto y lo representa, quiera o no, y eso la gente lo sabe. Los priístas pensaron que con un candidato ciudadano podían salirse con la suya y repetir sexenio, pero la verdad es que eso, hoy por hoy, es imposible. Aunque sea Meade el mejor candidato, digámoslo así: libra por libra, tiene detrás la marca PRI y carga con la cruz de ser el “gallo” de uno de los presidentes con mayor índice de desaprobación en nuestra historia, tan bajo o casi tan bajo como Santa Anna (lo cual es una exageración, porque el gobierno de Peña Nieto no ha sido tan malo como dicen; de hecho ha tenido aciertos y avances importantes en muchos rubros; pero la percepción es la percepción, y la inmensa mayoría de los mexicanos no están dispuestos a aceptar más PRI). En suma, aunque su desempeño fue bueno, hablar por Peña Nieto (dijo que fue buena decisión invitar a Trump a Los Pinos) es algo que el electorado no le va a perdonar. La coalición encabezada por el PRI no sólo va a perder la presidencia, sino que será la tercera o cuarta fuerza en el Congreso. En fin, el PRI y sus aliados enfrentan un desastre electoral peor que en 2000; y se lo tienen bien merecido.
Noto que mucha gente se ciega y dice que el peor siempre en los debates es AMLO. Eso no es verdad. Al contrario, en estos últimos dos debates AMLO ha conseguido sus objetivos: no cometer errores, no alterarse, no perder puntos, dar una imagen de tranquilidad y paz. Todo lo ha conseguido, y en ese sentido creo que el resultado cosechado es bueno para él y su coalición. He escuchado tonterías del tipo: “AMLO es patético”. No es verdad. Para empezar, yo recomiendo a los periodistas que usan esa palabra que revisen el diccionario y se den cuenta que patético significa emotivo, emocional –usan el “pathetic” de los gringos, que, por cierto, también lo usan mal–. Si por ahí empezamos, con qué seriedad vamos tomar a quienes así escriben. No, señoras y señores: AMLO no es patético. Es hábil; tan hábil que está a punto de ganar la presidencia de la República y tiene a todo México hablando de él. Es verdad que nunca contesta, que es evasivo y que habla con lentitud. Pero hablar con lentitud no es sinónimo de incapacidad política. Tampoco vale que se le ataque aduciendo la edad, pues eso es discriminatorio y ofensivo. Muchos de los grandes estadistas en el mundo han sido incluso mayores que él. No habla inglés, pero Peña tampoco, y por eso me da risa que los entusiastas del PRI se burlen del Peje. Hace doce años, AMLO cometió errores muy graves que le costaron la derrota. Esta vez no los está cometiendo y su ventaja se mantiene. Con todo y que Massive Caller (una casa que yo considero seria, aunque preste sus servicios a la coalición de Anaya, lo cual es lícito) publicó una encuesta post-debate en la que Anaya resultaba ganador, el mismo Masive Caller sigue ubicando a AMLO en primer lugar en las preferencias del electorado. Así que no nos ceguemos. Es posible que uno albergue animadversión hacia la figura de AMLO y su proyecto, pero eso no debe llegar al grado de dejarnos la inteligencia inútil.
Finalmente, y a mi juicio, Anaya cumplió su objetivo, y en una medida mayor que cualquiera de los otros candidatos. ¿Qué está buscando? Que la contienda sea un vis-à-vis entre él y AMLO, porque sabe que en la recta final, ya con Meade fuera de combate, puede alzarse con la victoria. Sin duda Anaya es el que mejor manejo de palabra y agilidad mental tiene. No es el que más sabe de los temas (ese es Meade), pero es el que tiene mayor capacidad de reacción y mayores facultades para debatir. Anaya siempre va a lucir bien en un debate y siempre hará ver lentos a sus oponentes. Sigue pesando sobre él el asunto de Atlanta, la riqueza de su familia y las extrañas triangulaciones financieras con Manuel Barreiro. El PRI ha intentado, sin éxito, descarrilar a Anaya con estos temas, y MORENA está tan seguro de su victoria que no ha atacado lo suficiente a Anaya en este su punto débil. Mientras más se acerque el día de la elección y los morenistas quieran reaccionar, tal vez será demasiado tarde.
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