Para darnos una idea de la tremenda magnitud del triunfo de MORENA y sus aliados en 2018, he aquí algunos datos:
Presidencia
López Obrador ganó con el 53.1% de los votos.
Ratio de AMLO (53.1%) sobre Anaya (22.5%): mayor de 2 a 1.
Ratio de AMLO (53.1%) sobre Meade (16.4): mayor de 3 a 1.
Ni el PAN ni el PRI juntos, con todos sus aliados, hubieran cambiado el resultado.
Senadores de mayoría relativa
La victoria de MORENA en el Senado fue aún más aplastante.
MORENA y aliados ganaron 24 de 32 entidades: eso es un triunfo brutal del 75%.
PAN-PRD-MC ganaron 6 de 32 entidades: 18.75%.
PRI y aliados ganaron 1 de 32 entidades (¡sí, solo 1!): un ridículo 3.12%
Movimiento ciudadano ganó 1 de 32 entidades: 3.12%
Ratio de MORENA sobre el segundo lugar: 4 a 1.
Ratio de MORENA sobre el tercer lugar: 24 a 1.
Diputados de mayoría relativa
Morena y aliados ganaron 218 de 300 distritos electorales: devastador triunfo del 72.66%.
PAN y aliados ganaron 67 de 300 distritos electorales: 22.3%.
PRI y aliados ganaron 15 de 300 distritos electorales: un ridículo 5%.
Ratio de MORENA sobre el segundo lugar: más de 3 a 1.
Ratio de MORENA sobre el tercer lugar: casi 15 a 1.
La victoria fue tremenda. Y esto lo menciono porque hoy en día, muchas personas piensan, y francamente no sé de dónde sacan ese dato, que AMLO fue electo por solo el 30%. Según ellos, si hay 130 millones de mexicanos, pero solo poco más de 30 millones votaron por Obrador, eso querría decir que el voto para él fue mínimo. O en todo caso, si la lista nominal del INE en 2018 tenía poco más de 89 millones de ciudadanos, eso significaría que apenas una tercera parte eligió a AMLO. De ahí que digan que fue electo por tan solo el 30%. En estas apreciaciones hay un error de raíz. Para empezar, no todos los mexicanos votan, sino únicamente los ciudadanos. En ninguna elección vota el 100% de los ciudadanos. Arriba del 60% de participación en una elección se considera un éxito. En el caso de 2018, la participación fue poco más de 63.4% del total de la lista nominal, o sea, la participación debe considerarse plenamente exitosa. Así que por ese lado no se puede escatimar el triunfo de Obrador. Y si a ello agregamos la tremenda victoria de MORENA y sus aliados en el Congreso, con un ratio mucho mayor que el de Obrador sobre los demás candidatos a la presidencia, no queda más que admitir, por chocante que pudiera parecer, que la victoria fue gigantesca e histórica. AMLO, MORENA y aliados simplemente aplastaron a todos los demás.
Como mencioné, nunca en una elección nacional vota el 100% de los ciudadanos. Es imposible. Sin embargo, la estadística señala que, en la hipótesis de que votara el 100% de los ciudadanos, los porcentajes serían los mismos. Algunas personas inocentemente creen que si todos los ciudadanos, o la gran mayoría de ellos, que no votaron, lo hubiera hecho, habrían optado por un candidato diferente a López Obrador, y entonces AMLO habría perdido. Quienes así piensan demuestran que no tienen una noción, siquiera pequeña, de lo que es la estadística y la probabilidad (estoy hablando de matemáticas). Si hubiera votado el 100% de los ciudadanos, AMLO igual habría ganado con el 53.1% de los votos. Es más, con el sistema de mayoría relativa de nuestras elecciones presidenciales (gana el que obtiene mayor número de votos, aunque ese número sea menor que la mitad), se puede dar el fenómeno de que el candidato menos deseado por la mayoría de los electores gane la elección, como fue el caso de Calderón y Peña Nieto. Calderón obtuvo el 35.2% de los votos, y Peña el 38.2%, lo cual quiere decir que 64 de cada 100 ciudadanos que votaron no querían a Calderón como presidente, y 62 de cada 100 no querían a Peña Nieto, y sin embargo ganaron. Ni Calderón ni Peña tuvieron sustento popular, y eso se llama no tener legitimidad democrática: la minoría se impuso sobre la inmensa mayoría. Pero así es nuestro sistema, y de ahí la necesidad de implementar la segunda vuelta, pero ese es otro tema. Si Obrador obtuvo el 53.1% de los votos, el sustento popular y su legitimidad democrática son incontrovertibles.
El 29 de mayo de 2018 publiqué un artículo en donde pronostiqué la debacle del PRI. Algunas personas se rieron de mí y me preguntaron que dónde estaba mi bola de cristal. Algunas se molestaron y me insultaron (en este link pueden ver aquel artículo: https://www.ruizhealytimes.com/opinion-y-analisis/adios-al-pri-la-debacle-del-otrora-omnipotente-partido). No era necesaria una bola de cristal para ver lo que se avecinaba. Con todo, el PRI, aferrado a sus PRIvilegios, se figuró que podía ganar golpeando a Anaya mediante el uso abusivo y faccioso de la entonces PGR. No lo logró. Sí logró que la campaña de Anaya no pudiera despegar y que gente de buena voluntad pensara ingenuamente que el PRI estaba en segundo lugar y que podía ganar (el PRI volvió a engañar, como siempre); de ese modo el PRI destruyó la posibilidad del voto útil y entregó el país al populismo. Pero esa es otra historia. AMLO ganó con méritos propios y los resultados fueron implacables.
A dos años de la victoria, y a más de año y medio de iniciar la administración, las cosas no pintan bien en México. Por mucha simpatía que se tenga al gobierno, es innegable que ha fallado en al menos tres rubros: seguridad pública, economía y combate a la pobreza. No es posible seguir justificando la falta de resultados alegando que las anteriores administraciones dejaron todo hecho un chiquero; tampoco es lícito aducir que todo el mal que los presidentes pasados hicieron a México no se puede arreglar en año y medio. Eso puede convencer a los incondicionales del presidente, que siempre festejan todo y que creen inocentemente que, con la sola llegada de Obrador, el gobierno federal es menos corrupto que el de Finlandia; pero tal argumentación no resiste un examen serio e inteligente de la razón. Haciendo un símil, si el tiempo de la administración actual fuera un juego de football americano, ya estaríamos en el segundo cuarto. El tiempo pasa veloz y la situación en materia de seguridad pública, por ejemplo, es sensiblemente peor que como quedó tras el gobierno de Peña Nieto. Se puede entender que la pandemia haya trastornado económicamente al mundo entero, no solo a México, pero las proyecciones que se hacen sobre el decrecimiento de la economía mexicana –incluso las proyecciones del propio gobierno– son mucho más severas y adversas, ya no digamos que las de EEUU, Canadá o los países europeos, sino más severas y adversas que las de otros países latinoamericanos, lo cual indica que nuestro plan de recuperación económico no es tan bueno como cree el presidente.
El discurso de López Obrador y de sus seguidores, el énfasis en “la victoria del pueblo mexicano”, el supuesto inicio de una era dorada y todas esas cosas que muchos creyeron y siguen creyendo que sucederá con la Cuarta Transformación, podrían terminar, en el mejor de los casos, en un fiasco, y en el peor de los casos, en una pesadilla. Ojalá que no, pero el panorama luce muy sombrío y no se ve que las políticas y estrategias del gobierno puedan sortear la tormenta internacional que está azotando a todas las naciones. Algunas de ellas evitarán el naufragio y llegarán a puertos seguros, pero otras se hundirán. Hago votos para que México se encuentre entre las primeras, pues de lo contrario, del tamaño de la tremenda victoria de Obrador el 1 de julio de 2018, así, de ese mismo tamaño o aún más grande, podría ser la decepción si al final del sexenio estamos peor que como Peña Nieto dejó el país. Si llega a ser así, entonces la “Cuatro Te” se habrá convertido en un “CuatroTe”.
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