Sucedió. Confieso mi sorpresa: viendo que casi todas las encuestas arrojaban que la mayoría de las personas apoyaban Texcoco, considerando que las opiniones de expertos internacionales, entre ellas el dictamen del MITRE, señalaban a Texcoco como lo más viable; presenciando el avance del proyecto, ya en estado de ejecución; sabiendo que Santa Lucía es una idea que a la fecha ni siquiera cuenta con un proyecto ejecutivo; ponderando la mala señal a nivel internacional que la cancelación de Texcoco implicaría en la estabilidad de los negocios en México; reconociendo que había más razones para concluir Texcoco que para iniciar Santa Lucía; confiando en que, si todo esto era tomado en consideración por el presidente electo, prevalecería la cordura; a pesar de todo lo que acabo de señalar, López Obrador acaba de dar muerte al proyecto del nuevo aeropuerto en Texcoco. Yo pensé que prevalecería la razón y que AMLO, haciendo uso de una maniobra popular, terminaría decantándose por Texcoco, y que tal decisión daría un respiro al país y lo afianzaría como un lugar en el que vale la pena invertir. Pero no. Prevaleció la promesa de campaña.
No vale la pena insistir para convencer al presidente electo de que recule. No lo hará, menos ahora que, según él, ha sido respaldado por casi un 70% de los ciudadanos, de acuerdo a los resultados de la consulta que se llevó a cabo la semana pasada. Lo realmente interesante para mí no es tanto si se construye el aeropuerto en un lugar u otro –claro que eso es muy importante, pero no es el punto que quisiera destacar ahora–, sino que este precedente abre una Caja de Pandora cuyos males podrían horrorizarnos en el corto plazo.
Los seguidores de López Obrador están de plácemes porque han sido consultados. Y sí, hay que decirlo, aunque la consulta estaba abierta a todos los ciudadanos, principalmente fue una llamada de acción a sus seguidores. Y están muy contentos porque, por primera vez, dicen, sus opiniones fueron tomadas en cuenta. Para ellos es una especie de sueño hecho realidad. Su adhesión incondicional a la figura del líder les impide percatarse de los riesgos que este tipo de ejercicios trae aparejados.
Hay una falacia que subyace en lo que acabamos de vivir. ¿En qué consiste? Los entusiastas de la consulta han subrayado el hecho de que, por primera vez en la historia de nuestro país, una decisión tan importante ha sido tomada por el pueblo de manera democrática, y no por un presidente autoritario. Antes todo mundo se quejaba del autoritarismo de los gobernantes, que hacían de las suyas sin consultar a nadie. ¿Querían democracia? ¿Odiaban el autoritarismo? Pues he aquí la consulta, que es lo más democrático y antiautoritario que uno pueda concebir… Pero he ahí también la falacia: no es cierto que estar en contra de la consulta signifique asentir al autoritarismo del que tanto se han quejado todos, incluso los mismos que se opusieron y criticaron la consulta; tampoco es cierto que la consulta sea prueba fehaciente de democracia. Lo que está sucediendo es como el chiste del genio caprichoso que concede deseos: «Genio, deseo no volver a ver a mi suegra ni en pintura porque se ha pasado la vida humillándome.» ¿Y qué hace el genio? Le saca los ojos. La consulta sobre el Nuevo Aeropuerto podría estar sacándonos los ojos a todos. El gobierno que inicia en diciembre bien podría ser ese genio.
Se ha dicho que la consulta es ilegal. El enorme problema es que la consulta no es ilegal. Un principio jurídico elemental es: lo que no está prohibido está permitido. AMLO aún no es autoridad, así que el principio le favorece (la autoridad se rige bajo el principio de que sólo puede actuar para lo que está facultada por las leyes). Nadie puede alegar con seriedad la “ilegalidad” de esta consulta, y ese es uno de sus principales peligros. Lo dijo Mario Delgado con gran precisión la misma noche en que se dieron los resultados, y lo explicó muy bien John Ackerman unos días antes. Legalmente la consulta está blindada. Delgado expresó que no se realizó a través de alguna de las figuras jurídicas que establece nuestra Constitución, lo cual es cierto. Y Ackerman hizo énfasis en que, precisamente esto es lo que da mayor valor a la consulta: «Como constitucionalista –escribió Ackerman– veo que la falta de fundamento constitucional y legal es precisamente el gran valor de la Consulta. Aún sin obligación normativa para hacerlo, por voluntad propia el Presidente Electo ha sometido su decisión soberana a la voluntad popular. Aplausos.» (¡El genio sacándonos los ojos!) Por supuesto que Delgado y Ackerman tienen toda la razón: AMLO podría enterrar el proyecto de Texcoco sin tener que consultar a nadie, tal como prometió en campaña; pero, según Ackerman, AMLO se ha sometido a la decisión popular, y esa es, también según Ackerman, su gran virtud.
Se podrá decir que las preguntas de la consulta eran tendenciosas; se podrá decir que Morena la organizó como quiso sin tener que justificar nada a nadie; se podrá decir que los municipios en donde se realizó fueron escogidos para que ganara lo que el dedito dijera; se podrá decir que sus promotores son quienes se beneficiarán con los contratos de Santa Lucía; se podrá decir que la gente que votó es la gente de Morena y que no había control alguno, de tal forma que una persona podía votar varias veces; se podrá decir que todo ha sido una enorme farsa. Se podrá decir lo que usted guste o mande, pero no se podrá decir que es ilegal, y eso, repito, es el principal peligro.
En efecto, esta consulta es un abuso de la democracia: ¿Querían democracia? ¡Tómenla! López Obrador es muy hábil y astuto. Quien piense lo contrario, créame, está en un grave error. Menospreciar al adversario es la primera debilidad de cualquiera. ¿Usted cree que AMLO no se asesoró jurídicamente para no cometer un disparate? Por eso no utilizó ninguno de los instrumentos de democracia directa que establecen nuestras leyes. Esta consulta no revistió la forma de ninguno de los instrumentos democráticos que prevé nuestra Constitución, así que por ese flanco es inatacable. Se trató de un simple ejercicio propuesto, fomentado y organizado por un partido político, por moción de su líder, que ni siquiera es funcionario público. No es vinculante, pero si AMLO quiere, puede adherirse al resultado; nada obsta. O sea, esta consulta es la nada. Tan es la nada que ni siquiera se puede impugnar. Ahí está el peligro: jurídicamente es nada, pero políticamente sienta un precedente para hacer y justificar todo.
Andrés Manuel ha hecho suyo el latinajo: vox populi, vox Dei: la voz del pueblo es la voz de Dios. Eso virtualmente lo coloca en una posición para ejercer la dictadura. La única garantía de que no lo hará es su palabra. Yo confío en él, pues me parece que es honesto y bien intencionado, una especie de Cincinato al estilo Tabasco (todo lo que los gobiernos de Zedillo, Peña, Calderón y Fox le han podido comprobar, haciendo uso indebido y abusivo de las instituciones de procuración de justicia –el sello de la casa–, son un par de departamentos en Copilco). Pero el monstruo que acaba de liberar Andrés Manuel es la llave de la dictadura, y él no es eterno. En manos nocivas, estas consultas pueden justificarlo todo: la reelección presidencial, la nacionalización o expropiación de cualquier empresa o industria, la desaparición de la Suprema Corte, la creación de un Tribunal Constitucional sometido al poder ejecutivo, la cancelación de una concesión a un medio de comunicación, la cancelación o inicio de cualquier obra pública, el cese de la autonomía del Banco de México, el desmantelamiento del INE, la erección de la Cámara de Diputados en Colegio Electoral, la creación de una Asamblea Constituyente a modo, el control cambiario y la política monetaria por decreto, y un sinfín de males.
Después de dieciocho años de “democracia”, millones de mexicanos están decepcionados, desilusionados y, yo diría, hasta deprimidos. Por eso el 1 de julio AMLO arrasó. Su imponente triunfo no sólo en la presidencia, sino también en el poder legislativo, fue el producto de muchos sexenios caracterizados por el horror de la corrupción.
Los mexicanos sabemos que una obra pública es fuente de enriquecimiento indebido y despilfarro para funcionarios y empresarios sin escrúpulos. Peña Nieto tiene una gran responsabilidad. La debacle de su gobierno obedeció a muchos factores, uno de ellos, el que más tiene que ver con la construcción del nuevo aeropuerto, ha sido la corrupción de sus funcionarios en materia de obra pública, corrupción que lo ha salpicado a él en lo personal y a su familia. ¿Se acuerda usted por qué se canceló el tren rápido CDMX/Querétaro? Porque la empresa que ganó la licitación era la misma que había dado a la esposa del presidente la famosa Casa Blanca, empresa que obtuvo innumerables contratos de obra pública en el Estado de México cuando Peña era gobernador. ¿Recuerda qué pasó después? Sucedió que Virgilio Andrade, incondicional de Peña, investigó el posible conflicto de intereses en el asunto de la Casa Blanca. ¿Se acuerda de la conclusión? Virgilio Andrade concluyó que no veía por ningún lado un conflicto de intereses. ¿Se acuerda usted del socavón del paso exprés? ¿Sabe cuánto costó esta obra? Costó más por kilómetro que cualquier carretera en Estados Unidos o en Alemania; o sea, todos se despacharon con la cuchara grande. Peña Nieto decidió respaldar a su amigo Gerardo Ruiz Esparza en este penoso asunto del socavón. Ruiz Esparza ha sido el gran orquestador y operador de Peña en materia de obra pública, desde que éste era gobernador en el Estado de México, y hasta la fecha en el gobierno federal. Peña Nieto prefirió sostener y apoyar a su amigo que hacer el mínimo de justicia, y eso lució ante los ojos de millones de mexicanos como un cínico contubernio. ¡Murieron dos inocentes que eran padre e hijo! La corrupción en obra pública mató, y Peña y Ruiz Esparza se hicieron como si les hablara la Virgen (ahora que Ruiz Esparza ayude a don Enrique, que mucho lo va a necesitar a partir del 1 de diciembre). Y si nos vamos más atrás, recordará usted la Estela de Luz de Calderón. ¿Sabe cuánto costó? Una infamia. Si se lo digo no lo va a creer y le va a dar coraje. Ya ni hablar de la Terminal 2 del Aeropuerto Benito Juárez que construyó Fox: salió cinco veces más cara que la Terminal 3 del Aeropuerto Heathrow de Londres. No nos hagamos los sorprendidos: los tres gobiernos de la “era democrática” desfalcaron al país hasta más no poder cada vez que se emprendió una obra pública. ¿No cree usted razonable, bajo estos hechos, que AMLO se haya opuesto desde el primer momento al proyecto de Texcoco? No es que esté loco; es que los tres gobiernos de la era democrática abusaron hasta la extenuación. Lo único que busca AMLO es poner un hasta aquí. Que se esté equivocando o no al cancelar Texcoco, eso es otra cosa –yo creo que es un error–. Si ahora padecemos un momento tan grave y riesgoso, se debe a dieciocho años de una democracia capitaneada por sinvergüenzas.
Todos los que votaron por AMLO el 1 de julio sabían que el aeropuerto en Texcoco sería cancelado. Sus expectativas se están cumpliendo, así que no hay sorpresas. Consummatum est! Y faltan muchas promesas que habrán de cumplirse: la cancelación de las reformas educativa, energética y laboral; el desmantelamiento del Estado Mayor; el cierre de Los Pinos; la venta del avión presidencial; las becas de los jóvenes; el fin de la corrupción… y más, y más, y más… Y como el señor viene muy en serio, que nadie se sorprenda. Estamos en una nueva era postdemocrática.
No habrá aeropuerto en Texcoco. ¿Y sabe usted qué? El aeropuerto en Santa Lucía es lo de menos. El verdadero peligro es que la Caja de Pandora ha sido abierta. Andrés Manuel López Obrador se ha apoderado de la voz del pueblo, o sea, se ha apoderado de la voz de Dios.
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