No solo el gobierno, también la población debe actuar de manera responsable frente a la pandemia.
Se espera que el gobierno tome el liderazgo y conduzca a la población a un puerto seguro después de esta peligrosa travesía. Pero es claro que eso no va a suceder. Apenas antier, domingo 22, el presidente López Obrador seguía de gira y en un video que publicó, invitó a la gente a acudir con la familia a los restaurantes y a continuar con la normalidad cotidiana, para preservar la economía. Eso a contrapelo de lo que otros presidentes y líderes mundiales están haciendo.
Es verdad que el mensaje del presidente puede confundir a sus seguidores. Que actúe quebrantando las recomendaciones de las autoridades sanitarias del gobierno que encabeza, no es un buen signo. La consideración económica vale y es importante. Hay quienes la descartan porque tienen reservas para subsistir tres o cuatro meses, aún sin trabajar, pero la realidad es que millones de mexicanos no podrían tomar una medida así. Quizá en Italia o en Alemania sí, pero aquí es difícil. Exigirles que se encierren es pedirles que se sacrifiquen por los demás, y la verdad es que nadie va a estar dispuesto a sacrificarse por nadie.
Mi impresión sobre cómo el presidente está manejando esta crisis económico-sanitaria es que ha sido temerario y superficial. Temerario, porque cree que él es inmune y que su fuerza moral lo salvará de contagiarse y de esparcir la enfermedad. Pero todos sabemos que eso no puede ser cierto. Como cualquier persona, puede contagiarse y contagiar. Aquí la fuerza moral no tiene nada que ver. Superficial, porque ha minimizado los peligros a los que los mexicanos nos enfrentamos, tanto en lo sanitario como en lo económico.
Hay que ser cuidadosos. No podemos caer en los extremos, que, a fin de cuentas, son igualmente irresponsables. No podemos ahogarnos en el pesimismo y caer en escenarios apocalípticos que llenan de miedo a muchos, especialmente a los que son intelectualmente vulnerables. Pero tampoco podemos enarbolar la bandera del triunfo pensando que esto no es tan grave y que el presidente por sí mismo tiene el poder para frenar la epidemia, como tuvo el poder para bajar el precio de las gasolinas, pues si tuviera tales poderes, no se entendería por qué no los ha utilizado también para frenar la escalada del dólar, que ya superó los $26 pesos, y al paso que va, pronto podría alcanzar los $30. La factura de no tomar con seriedad la situación la vamos a pagar todos, y podría ser terriblemente onerosa.
Si ya vimos que el presidente no va a cambiar su discurso, que seguirá con giras, besos, abrazos y recomendaciones, mal haríamos en quedarnos petrificados. Si la situación rebasa al gobierno, la sociedad en general, y cada uno de nosotros en particular, tenemos la obligación y el derecho de actuar. Ya lo hicimos en 1985, con el sismo. La autoridad se escondió y nosotros nos hicimos cargo; y lo hicimos exitosamente. Si nos quedamos sólo en el nivel de quejas y de diatribas contra el gobierno, también seremos aplastados.
Le voy a dar un ejemplo de cómo la sociedad también ha actuado con suma torpeza e irresponsabilidad. El festival Vive Latino se llevó a cabo los días 14 y 15 de marzo. Entre los dos días, la asistencia fue de más de 100 mil personas. Para esas fechas ya era del conocimiento público que la pandemia de Covid-19 estaba causando estragos en Europa. Para esas fechas los principales líderes mundiales habían tomado medidas muy drásticas para frenar la exponencial tasa de contagios: Merkel, Macron, Conte, Sánchez, Trump, Johnson. Para esas fechas ya se habían interrumpido todos los vuelos de Europa hacia Estados Unidos. No nos hagamos tontos: la opinión pública tenía todos los elementos para comprender y dimensionar que no era buena idea acudir al Vive Latino, aunque la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, dijera justo un día antes, que no había ninguna razón para cancelar el festival y que todo estaba bien. Con todo, la gente fue.
La primera víctima del coronavirus en México murió el miércoles 18 de marzo. Esta persona asistió, junto con su esposa (que dio positivo en la prueba), a un concierto de la banda de rock Ghost el día 3, en el Palacio de los Deportes. La presentación de esta banda reunió a casi 13 mil personas. Existen varios casos de personas que acudieron tanto al concierto de Ghost como al Vive Latino. Los organizadores del Vive y el gobierno de la ciudad, quizá para lavarse las manos –por decir una expresión que ahora es vital–, explicaron a la opinión pública que unas 50 personas que presentaban algún síntoma, como fiebre, fueron “valoradas” y se descartó que tuvieran coronavirus. Sin embargo, esa valoración y nada es lo mismo. “Valorar” si una persona puede o no tener el virus a la entrada de un festival no es lo mismo que hacer la prueba científica. Es probable que algunos asistentes al Vive Latino estuvieran infectados, con mayor razón si algunos de ellos acudieron también al concierto de Ghost. ¿El gobierno de la Ciudad de México lo sabría? Yo creo que sí. Y si no actuó, fue quizá para no contradecir al presidente López Obrador. Otros gobernadores sí actuaron. Y qué bueno.
A todo esto adminicule usted que el jueves 19 el portal de noticias de Radio Fórmula y algunos otros diarios, documentaron el caso de dos jóvenes –hombre y mujer que son pareja– que presentaron síntomas, entre ellos fiebre, y que están en observación. Lo preocupante de este caso es que ambos acudieron al Vive Latino, y la chica además acudió al concierto de Ghost. ¿Cuántas personas podrían estar en una situación similar? Nadie lo sabe, porque no se han aplicado las pruebas suficientes, como recomienda la OMS: “test, test, test”.
Una posible cadena de contagios por eventos masivos en la Ciudad de México durante marzo, no debe ser descartada: día 3, Ghost; día 6, Billy Joel; día 8, la gran marcha contra el feminicidio y la violencia hacia las mujeres (claro, habría sido un suicidio político restringirla); días 14 y 15, Vive Latino. No debería sorprender que la Ciudad de México pudiera convertirse en un epicentro de la pandemia. Ojalá que no. No hay que ser apocalípticos, pero tampoco hay que ser ingenuos: como ciudad nos hemos expuesto innecesariamente, y sería injusto atribuir toda la pasividad y negligencia al gobierno.
El presidente no está dando señales de entender la envergadura del problema. A lo mejor sí está consciente, pero no lo muestra. No ayuda en nada que reciba elogios por parte de sus seguidores y propagandistas. Por ejemplo, no ayuda en nada que John Ackerman haya dicho en televisión pública que AMLO es un gran científico y que está manejando extraordinariamente la crisis. Está bien que haya seguidores del presidente, pero no está bien que de verdad se crean estas cosas, por mucho que lo apoyen y por mucho que lo quieran.
El gobierno tendrá su mayor prueba del sexenio. No solo la crisis sanitaria, también la económica… el aftermath. Es inminente e innegable que ocurrirán. Es más, ya están ocurriendo, por más que los seguidores duros del presidente digan que no. A ellos también les va a pegar, aunque su incondicionalidad sea tanta que sigan diciendo que es un honor estar con Obrador, aun cuando estén contagiados de coronavirus y estén experimentando dificultades para respirar en los pasillos de los hospitales públicos, pues es previsible, sin caer en el fatalismo, que las camas de los hospitales podrían no ser suficientes. Ojalá que no.
Ojalá que esté yo totalmente equivocado y la pandemia en México tenga efectos mínimos. Ojalá y esté yo totalmente equivocado y nuestra economía no sufra un colapso. No quiero caer en el Apocalipsis que vaticinan los opositores del presidente, pero tampoco en el escenario rosa que ven sus seguidores.
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