El presidente López Obrador dijo, en la conferencia matutina del miércoles 22 de abril, que en México no hay un periodismo profesional, independiente y ético. Que lo que existe es un periodismo cercano al poder económico y lejano al pueblo. Sin embargo, admitió que hay periodistas que sí defienden a su gobierno, además de las redes sociales, que también lo defienden. En pocas palabras, lo que plantea el presidente es que los medios que lo critican no son profesionales, ni éticos, ni independientes; los que defienden su gestión, sí.
Como cualquier persona, el presidente es un ciudadano y puede opinar. No coincido con él en este tema –y en muchos otros–, pero entiendo que tiene derecho a opinar, a expresarse y a criticar lo que él crea criticable. No por ser presidente está obligado a guardar silencio. Así que no debemos espantarnos por eso. Se espera, quizá, que el presidente sea una especie de Buda en estado de ataraxia, resistiendo siempre la crítica y guardando siempre silencio. Pero parece que la tendencia ya no es esa. Ahora los presidentes y gobernantes hablan y son estridentes. He ahí a Donald Trump, Boris Johnson, Jair Bolsonaro y al mismo López Obrador, por poner solo unos ejemplos. La nueva tendencia en los gobernantes mundiales parece ser el populismo (no necesariamente entendido en sentido peyorativo). Les gusta causar polémica, enardecer a sus seguidores, hacer enojar a sus adversarios, estar siempre en las conversaciones de todo mundo. Les gusta confrontar a la prensa, tildarla de falsa cuando se les critica. Se sienten incómodos si no son el centro de los reflectores. Parece que se guían bajo el lema que dice que más vale que se hable mucho de uno, bien o mal, pero que se hable de uno: si nadie habla de ti, nadie eres.
En nuestro pasado reciente, si bien algunos presidentes criticaron a la prensa, nunca llegaron al punto al que ha llegado López Obrador. Para los medios, esta situación es inédita y es posible que la novedad les haga sentir incómodos o perplejos. Recordemos a un Díaz Ordaz: si alguien hablaba mal de su gobierno, él no respondía diciendo que eran poco éticos; él simplemente mandaba cerrar el medio, y punto. Así que, insisto, no debemos caer en pánico por la actitud de López Obrador.
Existe el mal periodismo. Es cierto que hay periodistas cuya misión no es decir la verdad, sino difundir la mentira. Pero también es cierto que este mal periodismo está en ambos lados. Es un error afirmar que el mal periodismo se encuentra únicamente en los medios que critican al gobierno, aunque, sí, hay malos medios que lo critican, pero también existe la crítica seria, profunda, inteligente, profesional, ética.
Es verdad que ha habido excesos. Algunos periodistas han llegado al grado de participar en montajes y fraudes con tal de subir el rating y servir al poder, aunque ello implique una condena de más de 70 años en contra de una persona inocente. Eso no tiene nombre ni defensa. Pero también hay periodistas que, perdiendo toda objetividad, ven en la persona del presidente a un mesías, a un gran científico, a un prócer, a un infalible y ello, lejos de servir para fortalecer al gobierno, lo deja en ridículo. Ambos excesos son inadmisibles y reprochables. Si el presidente cree que los periodistas que lo alaban son los buenos, éticos, profesionales e independientes, y los que lo critican son los malos y carentes de ética, está en un error.
Ni siquiera el Pravda, periódico del régimen soviético, se dedicó a la defensa del pueblo, si a eso se refiere el presidente cuando dice que los medios corruptos no defienden al pueblo. Pravda también fue un medio corrupto y acusó falsamente a artistas, intelectuales y figuras públicas. Si Pravda criticaba a alguien en un artículo, ese alguien sabía que pronto acabaría en un gulag. Y si bien después de Stalin las cosas en la URSS se matizaron, Pravda siguió siendo un instrumento de sometimiento al servicio del partido bajo el disfraz de la defensa del pueblo. En última instancia, la misión de los medios y de los periodistas no es elogiar al líder ni defender al pueblo; la verdadera naturaleza y espíritu del periodismo es la crítica al gobierno, y por eso los medios son indispensables y fundamentales en las democracias.
El problema quizá esté en la palabra crítica. Tal vez el presidente crea que “crítica” significa linchamiento. Y sí, hay muchos periodistas que solo linchan. Pero el sentido de la “crítica” no es eso. “Crítica” es un término filosófico, y como tal, es un término técnico. Kant lo planteó como el examen o escrutinio que hace la razón de la realidad. El pináculo de la crítica es el examen que la razón se hace a sí misma para conocer sus alcances. Además, para criticar hace falta un aparato conceptual, pero eso lo explicaré en otro momento. Criticar al gobierno no significa lincharlo, sino someter sus acciones, programas y políticas al examen y escrutinio de la razón, haciendo uso de un aparato intelectual. Si de ese examen resulta que una acción, programa o política del gobierno es conveniente, teniendo como parámetro el bien común, así debe decirse. Pero si no, también hay que señalarlo. Por ejemplo, no es linchamiento decir que, dadas las circunstancias y en vista de lo que propone el gobierno, podría registrarse una caída del PIB en 2020. Y si se utilizan las herramientas adecuadas de medición y análisis, es posible calcular esa caída entre un -5% y hasta un -8%. Si el presidente cree que eso es lincharlo, se equivoca. Por otro lado, que el presidente haya logrado la reducción de los emolumentos de los altos funcionarios y adoptado una política de austeridad respecto a esos emolumentos, de modo que quien pretenda hacer carrera en la administración pública no lo haga con el único ánimo de enriquecerse, sino de servir, es algo que la razón no podría objetar después de un examen concienzudo. Si los que se oponen al presidente piensan que esto es elogiarlo, están igualmente equivocados.
En términos generales, los medios mexicanos han tenido libertad para criticar y denunciar los abusos del gobierno federal, al menos desde 2000. Es verdad que hay medios y periodistas que han servido a gobernantes corruptos, pero también es verdad que no ha habido un solo día en lo que va del siglo, que los medios no hayan criticado al gobierno federal. Tan es así, que la caída del PAN y del PRI fue, en importante medida, facilitada por los medios. Los medios han tenido un papel fundamental porque muchos de ellos desenmascararon y dieron a conocer a la opinión pública los actos de corrupción de los presidentes y sus gabinetes. Sirva de ejemplo que, gracias a algunos periodistas, supimos de asuntos como el del conflicto de intereses que suponía la llamada Casa Blanca de Angélica Rivera, o de lo que sucedía en la Secretaría de Seguridad Pública en tiempos de Felipe Calderón. Gracias a los medios, hemos sabido de los excesos de los gobernantes, no solo a posteriori, sino también en tiempo real, y ello nos ha permitido a todos conocer a detalle el sistema de corrupción que tanto daño ha hecho a México.
Hay medios y periodistas críticos en el sentido técnico de la palabra. Hay medios y periodistas que solo elogian a AMLO y a su gobierno. En general, creo que la opinión pública mexicana tiene suficiente madurez para distinguirlos. Los medios críticos –insisto, en el sentido técnico de la palabra– han sido críticos con los gobiernos panistas, con los priistas, con los perredistas y ahora con MORENA. No es intelectual ni filosóficamente lícito sostener que los medios que me elogian son los buenos y los que me critican son los malos y corruptos. Eso es un sinsentido que ni siquiera puede creérselo el mismo presidente.
No podemos ni debemos pedir a López Obrador que deje de expresar su opinión, so pretexto de estar dividiendo a los mexicanos. Ya estamos divididos, y lo hemos estado desde 1810. No podemos acallar al presidente ni a los que lo consideran un prócer, porque el día que alguien tenga el poder de acallar, ese día perderemos todos. Que el presidente hable, y si habla atacándolo a usted, no caiga en pánico, es la voz de un funcionario, no la voz de un dios o de un imán. Tal vez usted preferiría que el presidente fuera factor de unión. No se haga ilusiones: el presidente seguirá así, y cuando deje de ser presidente, seguirá así. Así tenga 95 años –deseo que el presidente tenga una larga y feliz vida– seguirá maldiciendo a los corruptos conservadores neoliberales. Tampoco eso es el fin del mundo.
Que ningún gobierno ejerza censura. Nosotros mismos no censuremos. Debatamos, refutemos, critiquemos con el poder de la inteligencia, no con la brutalidad del insulto y la descalificación.
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